domingo, 25 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 10





Marcia le echó una extraña mirada y se apresuró a subir al coche. Cerró la puerta echando el seguro y puso la radio. 


Mientras arrancaba, Pedro dio un paso atrás y se apartó del camino. Luego se quedó mirando el agujero de los arbustos que lo separaban de la casa de Paula y atisbo por fin su rostro. Se estaba riendo. Un segundo más tarde, ella había desaparecido.


Irritado, Pedro caminó a grandes pasos hasta el final de su propiedad para entrar en la de ella. Seguro que estaba sentada en el patio leyendo el periódico, se dijo. Y en efecto así era. Llevaba pantalones cortos y camiseta sin mangas. 


Pedro no pudo pensar en otra cosa más que en la suavidad de la piel de sus hombros. Eran los hombros más bonitos que jamás hubiera visto, y sobre uno de ellos había una hoja de un árbol.


Alargó la mano para retirar la hoja y trató de ignorar la electricidad que lo invadió con aquel contacto. Debía de tratarse de electricidad estática, se dijo. Nada más.


—¿Es que no tienes nada mejor que hacer? —preguntó enseñándole la hoja.


Paula dejó el periódico y se quedó mirándolo por encima de las gafas de sol. Su boca de rosa se curvó en una sonrisa que excitó a Pedro.


—Habría ido a tu casa a preguntarte qué tal la visita —contestó ella amable—, pero tú has dejado bien claro que no quieres que nadie te moleste. ¿O es que lo habías olvidado?


—¿Y no se te ha ocurrido pensar que mis visitas no son asunto tuyo? —volvió a preguntar Pedro sin pensar en otra cosa más que en besarla.


—Tus visitas sí son asunto mío cuando ponen la música a todo volumen —contestó Paula desafiante levantando el mentón—. Iba a pedirte que la bajaras, pero como vi que tu amiguita se iba decidí que no — añadió quitándose las gafas y dejándolas sobre la mesa—. En serio, Pedro, esa chica no es tu tipo.


—Gracias.


—Entonces, ¿es tu hermana? —preguntó Paula con el ceño fruncido.


—No.


Una expresión de dolor, rápida como un rayo, recorrió el semblante de Pedro. Paula se puso en pie sobresaltada, incapaz de comprender cómo una pregunta tan sencilla podía herirlo.


—No te sientas tan violento, Pedro, no era tan horrorosa.


—Sólo tengo un hermano —contestó Pedro pensativo—. Y deja de meterte en mis asuntos, Paula, ¿quieres?


—Estás enfadado porque ahora resulta que no sólo eres raro, sino que encima eres mayor —sonrió Paula burlona.


—Te equivocas.


De pronto, con una celeridad que les extrañó a ambos, Pedro la tomó en sus brazos y la besó. Pretendía besarla sólo brevemente, hacerla comprender que no era cierto que fuese tan mayor, pero aquel beso se convirtió en algo más, en algo cálido y poderoso que él hubiera deseado que durase para siempre. Besar a Paula le hacía sentirse como si estuviera en la cima del mundo, como si pudiera enfrentarse a cualquier cosa, incluso a su vida vacía y a su dolor, reflexionó.


La apretó contra sí y continuó besándola. Ella se estrechó contra él, y Pedro sintió que se excitaba instantáneamente mientras sus dedos vagabundeaban por la camiseta de Paula. La intimidad que suponía tocar aquella carne desnuda, aquella piel, hizo renacer en él un anhelo desesperado. Necesitaba saciarlo, comprendió. O parar de inmediato. Él estaba vacío, era un hombre frío y duro, no era lo que Paula necesitaba, recapacitó.


Pedro dio un paso atrás y se quedó mirándola. Trataba de recuperar el control, pero era difícil viendo su pecho subir y bajar al ritmo de la respiración.


—Entonces, ¿sigues creyendo que soy demasiado mayor?


—Bueno... —Paula hizo una pausa—, creo que tu amiga era demasiado joven como para opinar. Tengo que admitir que quizá no estuviera del todo desarrollada.


—No me había dado cuenta.


—Te estás haciendo mayor —rió Paula.


—No lo creo. Pero en cambio sí que me di cuenta de que tú estabas muy desarrollada cuando te conocí.


Paula se sintió perdida ante la mirada de Pedro. Fuera un preso fugado o no, era endiabladamente seductor, pensó. No sólo era moreno y atractivo, sino que además sabía besar. Y sabía cómo abrazar a una mujer, excitándola y haciéndola desear más. Se sentía halagada, pero tenía que reconsiderar si deseaba o no mantener relaciones con un hombre tan... lejano, tan remoto, recapacitó.


—Si te digo que estoy entrevistando a mujeres para que hagan un trabajo para mí, ¿dejarás de espiarme? —preguntó Pedro.


—¿Qué clase de trabajo?


—Nada ilegal.


—Bueno, tú debes de conocer la diferencia —musitó Paula ruborizándose ligeramente.


—¿Qué?


—Vamos, Pedro, esa chica no podía ser ni jardinera ni doncella.


—No quiero discutir sobre ese tema.


—Lo siento, pero sigues comportándote de un modo muy extraño. Eres un misterio, y éste sigue siendo mi vecindario. Tengo que mantenerlo a salvo. Hasta que no sepa quién eres y a qué te dedicas voy a seguir vigilándote. Por el bien de mis vecinos y de mis amigos.


Pedro se enojó. Se sentía tan atraído físicamente por Paula que era incapaz de pensar con claridad en su presencia. Y necesitaba pensar, se dijo. Si Paula se empeñaba en espiarlo iba a complicarle la vida, pero no estaba dispuesto a ceder.


—No te debo ninguna explicación —dijo Pedro serio.


—Entonces yo no te haré ninguna concesión — contestó ella escueta—. Y no vuelvas a besarme.


—No lo haría ni aunque me lo rogaras —añadió Pedro volviéndose y caminando a grandes pasos hacia su casa.


Paula volvió a sentarse tratando de ignorar el ardor de su deseo. Cada vez era peor, se dijo. Pedro había derribado todas sus defensas, era un anzuelo que no podía dejar de picar. Necesitaba que él la tomara, que la abrazara y se la llevara. Si la estrechara entre sus brazos y se la llevara a la cama, fantaseó, se sentiría como puro fuego, como puro sexo a punto de estallar.


Nunca, nunca en la vida se había excitado así. Ni siquiera con Ramiro. Y eso la asustaba, se confesó. No quería sentir ese tipo de atracción por un hombre que, en el peor de los casos, era un criminal, y en el mejor era sólo un extraño incapaz de comunicarse. Era el tipo de hombre al que jamás podría amar, recapacitó.


Dejó caer los brazos y se puso en pie. Pedro había llevado sus asuntos demasiado en secreto, se dijo. Tenía que averiguar qué ocultaba, y cuando dejara de ser un misterio, su poder sexual sobre ella desaparecería, pensó. Al menos eso esperaba, porque con un hombre como Pedro no había futuro.


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