lunes, 12 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 34
Paula miró por la ventana del restaurante y sintió que se le encogía el corazón con una mezcla de placer y dolor cada vez más habitual. A través de la llovizna que oscurecía la calle podía ver claramente el reflejo amarillo, azul y verde de la camisa de Pedro. Estaba de pie delante de un puesto de mercado de frutas, con las manos en los bolsillos. Tenía los pies cruzados y la mirada fija en la puerta del restaurante.
Se había convertido en su sombra, y aquello empezaba a agobiarla. Cada vez que se volvía, allí estaba él. El policía que se resistía a escuchar y a admitir que se estaba sobrepasando en sus obligaciones. Durante las últimas semanas, desde que había vuelto del hospital, vigilaba todos sus movimientos ante el riesgo de una represalia de Fitzpatrick. Pedro estaba decidido a protegerla y nada de lo que ella pudiese decir podía cambiar su decisión.
Aunque tampoco la seguía porque quisiera pasar todo el tiempo posible junto a ella. Estaba convencida de que a él no se le aceleraba el pulso ni sentía un vuelco en el estómago cuando la veía. No, sabía que no había nada personal en todo ello. Simplemente cumplía con su trabajo.
Naturalmente, Paula había rechazado su propuesta de compartir el piso con él, pero no podía evitar verlo cerca en todo momento. Por otro lado, su madre y su cuñada facilitaban la tarea a Pedro, manteniéndolo al corriente de sus planes. A sus hermanos, sin embargo, no les gustaba ver a Pedro permanentemente cerca de ella y se turnaban para marcar un territorio alrededor de su hermana, pero terminaron aceptándolo cuando Javier confirmó el riesgo potencial que corría. La remota posibilidad de que Fitzpatrick intentase hacerle algo para que no testificase era suficiente para que los hermanos Chaves decidiesen colaborar. No sólo trataban de evitar que apareciese por el trabajo sino que aprovechaban para convencerla de que olvidase la idea de establecer su propio negocio.
Estaba harta de los hombres. Todos eran iguales. Prestaban un flaco favor a los derechos de las mujeres y a la igualdad de los sexos con su primitivo afán protector y posesivo hacia ellas. Quizás consiguiese más si, en vez de discutir, impusiese sus derechos.
-Cambiamos los extractores de humos hace sólo tres meses.
-¿Disculpe?
-Los extractores de humos. Son de lo mejor que hay en el mercado.
Paula siguió al dueño del restaurante a la cocina. Aquél era el tercer local que había visitado aquella mañana. Debería haberse conformado con un par de ellos, ya que le flaqueaban las fuerzas, pero estaba dispuesta a encontrar el restaurante que buscaba durante aquella semana.
-Ahora, déjeme mostrarle la capacidad del congelador principal –añadió el dueño con una amplia sonrisa.
Paula observó que la zona de la pared junto a los ventiladores estaba burdamente parcheada con escayola.
-Ah, sí –explicó el dueño-. Hicimos una pequeña reparación. Es sólo un trabajo de mantenimiento. Nada importante.
Paula repasó de nuevo las anotaciones de su libreta.
-¿Se ha sustituido todo el cableado eléctrico después del incendio, o sólo el de los extractores de humos?
-Pero ¿quién le ha dicho eso? ¿Qué le hace pensar que hemos tenido un incendio en el restaurante?
-Me he ocupado de informarme antes.
-Bueno, en realidad, no fue nada. Un pequeño sobrecalentamiento de un cable viejo. Pero ya lo hemos arreglado –contestó, sin darle importancia-. ¿Le he dicho ya que los manteles están incluidos en el precio?
Conteniendo un suspiro, Paula trazó una línea diagonal en la página y cerró la libreta. La localización del restaurante era perfecta, pero sería necesario hacer una reforma en profundidad y cambiar todo el cableado eléctrico. Demasiado para su presupuesto.
-Muchas gracias por haberme dedicado su tiempo, señor Worsley –dijo extendiendo la mano.
-Ha sido un placer, señorita Chaves. Espero volver a verla pronto por aquí –dijo él, inclinando la cabeza en tono confidencial-. Debo decirle que hay varias personas más interesadas en el restaurante, por lo que quizás no quiera esperar mucho para tomar la decisión.
Paula pensaba que las únicas personas que podrían estar interesadas en aquel local eran las del cuerpo de bomberos. Se dirigió a la salida y, abriendo el paraguas, se alejó por la acera.
Diez segundos después, Pedro apareció junto a ella. El sonido de su voz le produjo una placentera vibración a lo largo de la espalda.
Como siempre. A continuación, sobrevino de dolor y humillación. Como siempre. Nerviosa, se concentró en intentar eludir los charcos.
-Judith me espera en el café de la esquina. Desde allí me iré directa a casa, así que ha terminado tu trabajo por hoy.
-Judith se ha marchado hace veinte minutos. Me ha pedido que te transmita sus disculpas por tener que irse –informó Pedro.
-¿Qué? ¿Cómo puedes saberlo?
-Me ha llamado al teléfono móvil para decirme que había olvidado que tenía una cita con el dentista y pedirme que me asegurase personalmente de que llegases a salvo a casa.
Debería habérselo imaginado cuando Judith insistió en que fuesen juntas en el coche al centro. Aquél era el tercer encuentro accidental con Pedro que Judith había provocado en los últimos cuatro días. Resignada, levantó el paraguas para compartirlo con él.
-¿Dónde has aparcado el coche?
-Un par de calles más allá, junto al semáforo. Gracias –dijo, intentando aproximarse más a ella-. ¿Qué tal te encuentras? ¿Crees que puedes caminar esa distancia?
Paula no tenía intención de dejarse impresionar por el tono amable que Pedro utilizaba. Se debía sólo a su sentimiento de culpa, no al afecto. Ya había tenido la misma sensación en el hospital.
-Estoy bien.
-No ha habido suerte, ¿eh?
-¿A qué te refieres?
-A esos restaurantes que has visitado. Pareces desanimada.
-El primero ya lo habían alquilado. El segundo estaba en un lugar poco apropiado. El tercero había tenido un incendio hacía poco –explicó con desgana.
-No me sorprende. He reconocido a Worsley a través de la ventana. Tiene dos edificios de apartamentos en la zona sur y están peor aún.
-Trataba de quitar importancia al problema –dijo Paula.
-Sí, me lo figuro. Pero no ha podido convencerte.
La confianza que Pedro parecía tener en ella contrastaba con la actitud de sus hermanos. Pedro siempre había respetado la idea de que ella montara su propio negocio.
-¿Has pensado en montar tu propio restaurante en lugar de reformar uno ya existente? –preguntó él.
-Ésa sería mi siguiente alternativa. Sería mucho más costoso y me llevaría bastante tiempo conseguir todos los permisos. Además, si tener una clientela asidua, tardaría mucho más tiempo en sacar rentabilidad al negocio. Sin embargo, me gusta hacer las cosas a mi manera.
-Supongo que recibirás el dinero en unos meses. El fiscal está impaciente por llevar a Fitzpatrick a juicio.
-Y después de que testifique, todo habrá acabado.
Pedro dudó durante unos instantes.
-Sí.
Paula pensaba que todo acabaría con la boda de Fitzpatrick. Había vuelto a pensar lo mismo cuando recibió el disparo. Parecían pasarse el día estableciendo nuevos plazos de tiempo en su relación y luego alargándolos, por un motivo u otro. Pero ahora no existía ningún tipo de relación. Culpabilidad, obligación y responsabilidad. Aquello era todo lo que ella significaba para Pedro.
Él la rodeó por los hombros mientras esperaban a que el semáforo se pusiera en verde. A pesar de la fatiga, Paula podía sentir todos sus nervios en tensión. Sujetaba firmemente el paraguas, tratando de olvidar su pulso acelerado por el contacto. Era consciente de lo cerca que estaban, refugiados de la lluvia bajo el mismo paraguas.
Se preguntaba cuánto tiempo más seguiría teniendo aquellas sensaciones. No importaban los esfuerzos que hiciera por evitarlas. Aún se sentía atraída por él. Tal vez fuese porque, a causa de su falta de experiencia, no podía olvidar sus besos y sus caricias. Ahora que algunas sensaciones dormidas durante años habían despertado en ella, no podía eliminarlas.
Era frustrante. Hasta el momento en que conoció a Pedro era feliz con la vida que llevaba.
Sabía lo que quería y sus planes no incluían a ningún hombre. Ahora que intentaba empezar a olvidarlo, no la dejaba ni un instante. Le dolía verlo. Y le gustaba verlo. Seguía siendo perfectamente capaz de ocuparse por sí misma de todos los aspectos de su vida. Sin embargo, no sabía qué quería en lo relativo a Pedro. Tal vez aún tenía la esperanza de que la relación entre los dos fuese posible.
Por fin, el semáforo se puso en verde. Los peatones empezaron a cruzar la calle, pero Paula se quedó inmóvil.
-Paula –dijo Pedro, tomándola por el codo-. ¿Qué sucede?
-El sistema de protección que has montado a mi alrededor. Estoy harta.
-Será sólo hasta que testifiques –aclaró Pedro.
-No. Ya es suficiente.
Paula dio media vuelta y se alejó de él con paso rápido. Pedro salió tras ella.
-Paula. ¡Espera!
Ella bajó la vista y continuó caminando.
-Le relevo de su trabajo, detective Alfonso. Regresaré sola a casa.
-No puedo permitir que lo hagas –dijo Pedro.
-Por supuesto que puedes. Estoy segura de que tienes muchos delincuentes a los que perseguir, en lugar de hacer de niñero conmigo. Pide a Javier que designe a otro.
-No lo hará.
-Entonces lo llamaré yo e insistiré para que lo haga.
-No asignará a nadie más porque tampoco me ha asignado a mí.
-¿Cómo?
-Lo hago en mi tiempo libre. Me he tomado unas semanas de vacaciones y la policía no sabe nada del uso que les doy.
Durante un instante, una sensación de esperanza la invadió. No se trataba de su trabajo. Tal vez fueran otras las razones por las que no se separaba de ella.
Se preguntaba cuánto tiempo más iba a estar dudando sobre sus auténticas intenciones
Un coche negro apareció de repente. Un segundo antes formaba parte del torrente de tráfico y ahora avanzaba directamente hacia ella.
De forma instintiva, saltó hacia atrás, pero resbaló en el asfalto mojado. El tacón de su zapato quedó atrapado en la rejilla y extendió los brazos para amortiguar su caída. El coche aceleró. Sus ruedas salpicaban finas gotas de agua. En el primer momento, Paula sólo pensó en su traje de seda. Lo había comprado hacía poco y se sentía muy guapa con él. Confiaba en que el conductor la viese y redujera la velocidad, pero no fue así. El coche terminó arrollando un quiosco de prensa y se subió a la acera.
Todo había sucedido muy rápido. En el instante en que Paula fue consciente de que el conductor no había hecho el menor intento de evitarla, sintió los brazos de Pedro alrededor de la cintura. Las ruedas del coche le arrancaron el paraguas de la mano.
-¿Te encuentras bien? –preguntó Pedro con voz agitada.
-¿Lo has visto? ¿Has visto lo que ha hecho?
Paula clavó las uñas en la espalda de Pedro, sintiendo temblar todo su cuerpo.
-Claro que lo he visto. ¡Vámonos de aquí!
-No. Tenemos que denunciar al conductor. Debe ser un borracho.
Miró a su alrededor y vio que el coche negro había desaparecido entre el tráfico.
-Mira cómo ha dejado mi paraguas –añadió.
-¿Puedes andar? –preguntó Pedro.
-Y mi traje está hecho una ruina.
Lentamente, levantó la mirada hacia la cara de Pedro.
-Podía haberme matado.
-Creo que era lo que intentaba –asintió.
-Oh, Pedro. Podía haberme matado –repetía insistentemente.
Los dientes de Paula castañeteaban, pero no a causa del frío.
-Vámonos de aquí –dijo él.
-¿Adónde? ¿Qué piensas hacer?
-Lo que debería haber hecho desde el principio.
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Wowwwwwwwww, qué buenos los 3 caps.
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