martes, 6 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 12




Paula colgó el teléfono y se secó las manos en el delantal. 


Aquélla era la quinta de las seis llamadas que esperaba haber recibido. Sólo faltaba su cuñada Geraldine, que soportaba pacientemente su séptimo mes de embarazo y que, indudablemente, tenía cosas más importantes en qué pensar.


Las llamadas habían empezado en cuanto llegó a casa. El teléfono ya estaba sonando cuando abrió la puerta. Su madre fue la primera. Estaba tan contenta por la noticia que casi la perdonaba por no habérselo contado inmediatamente.


Así que el numerito que ella y Pedro habían montado delante de Armando y Judith había funcionado. Su cuñada se lo había contado a todo el mundo, y todos ardían en deseos de felicitarla.


Se dirigió a la cocina y, tomando una cuchara de madera continuó removiendo la salsa de leche y chocolate que estaba preparando en el fuego.


Se había pasado cinco años diciendo a su familia que no pensaba casarse jamás. Que prefería ser una mujer independiente. Que no tenía intención alguna de enamorarse otra vez y pasar todo aquel dolor de nuevo.


Pero a la vista estaba que nadie la había tomado muy en serio. Quizá la gente creyera sólo lo que deseaba creer.


Pero Pedro sí que había entendido su deseo de permanecer soltera. La había escuchado cuando habló de Ruben, y Paula sintió que la comprendía, lo notó por la forma en que le acarició la mano. Con simpatía, acompañándola en su dolor.


Un golpe sonó en la puerta, y Paula dio un respingo, soltando la cuchara. Con toda probabilidad, sería el técnico del aire acondicionado, había prometido que pasaría por allí en algún momento, por la tarde.


-Gracias por venir tan pronto –dijo Paula, abriendo la puerta-, espero que no sea nada… Ah, hola, Pedro.


-¿A quién esperaba esta vez?


-Al técnico de aire acondicionado –contestó, echándose a un lado para dejarlo pasar.


-Paula, de verdad, creo que deberías ser más cuidadosa y comprobar quién llama antes de abrir la puerta.


-Creo que ya hemos tenido esta conversación.


-Y la tendremos una y otra vez, hasta que empieces a ser más cuidadosa.


-Escucha, Pedro, ya no soy una niña. Tengo veintiocho años, y he pasado varios años arreglándomelas sola antes de que tú…


-Vale, vale –cortó Pedro-. La próxima vez te llamaré antes de venir.


Paula suspiró, intentando controlarse.


-Perdona. No estoy de humor, eso es todo.


-¿Estás ocupada?


-Sólo estoy probando una receta nueva. Si quieres, podemos hablar mientras cocino.


-¿Es que te ha ido mal con tu familia? –preguntó Pedro, mientras la acompañaba a la cocina.


-La verdad es que no. Mi madre estaba encantada, papá no ha dicho nada. Creo que se reserva su opinión hasta que te conozca. Nos han invitado a cenar el miércoles.


-Estupendo, así tendré una oportunidad de mencionar el asunto del trabajo.


Paula se dispuso a batir yemas de huevo, añadiéndoles puñados de azúcar lentamente.


-¿No crees que es un poco pronto para plantearlo?


-No, he pensado algo que creo que funcionará. No puedo decir a mi futuro suegro que busco trabajo desesperadamente; no le causaría una buena impresión. Le diré que me han dado una cantidad bastante razonable como indemnización en mi anterior puesto, así que de momento no necesito apresurarme, pero que quiero trabajar contigo, ayudándote, para pasar más tiempo juntos.


-Sí, parece… razonable.


-Estamos tan enamorados que no queremos pasar ni un minuto separados.


-Vale –dijo ella, mientras vertía la mezcla de leche y chocolate en el recipiente donde reposaban las yemas.


-Le diré a tu padre que me preocupa que pases tanto tiempo sola, en la furgoneta, yendo de un lado para otro.


La verdad era que Pedro había pensado en todo.


-Creo que es una buena idea.


-Estoy seguro –contestó Pedro, complacido-. ¿Qué estás cocinando?


-Natillas de chocolate –Paula colocó con cuidado la fuente en el fogón-. Es uno de los rellenos que quiero probar para los profiteroles que he hecho esta mañana.


-Huele muy bien. Me encanta el chocolate –dijo Pedro, sonriendo.


El calor de su sonrisa la tomó por sorpresa. Había olvidado todo lo relacionado con la investigación, sencillamente estaba disfrutando de una agradable charla en la cocina de su casa con aquel atractivo hombre, que con sólo una sonrisa conseguía acelerarle el pulso.


Pero no era lo pactado. Ninguno de los dos quería una implicación personal.


Paula volvió su atención hacia la salsa.


-Tengo que seguir removiendo hasta que espese.


-¿Esto es para la fiesta que estábamos preparando ayer?


-No, sólo han pedido canapés. Esther y Christian se están encargando de eso.


-Christian es uno de los gemelos, ¿no?


-Sí, Jeronimo y él han estudiado cocina.


-Bueno, tú no lo haces nada mal.


-Gracias. Estoy probando unas recetas de postres para una reunión de antiguos alumnos que tenemos la semana que viene. Aunque no suelo preparar los platos aquí. Esta cocina es demasiado pequeña. La de mi restaurante será espaciosa, y bien equipada.


Pedro aprovechó la mención del restaurante para cambiar de tema.


-¿Qué tal va el asunto de Fitzpatrick?


-Ayer empezamos a confeccionar el menú. Parece que van a ser muchos invitados, pero no sabremos todos los detalles hasta la primera reunión.


-¿Hay alguna posibilidad de que la reunión sea en su casa?


-Pues la verdad es que será lo más probable. A la mayoría de nuestros clientes les gusta que echemos un vistazo al lugar antes del día señalado, por si hay que hacer algún arreglo, o cambiar algo –Paula terminó de remover las natillas y apagó el fuego-. Supongo que querrás venir a la reunión.


-Claro. Así que, cuanto antes hable con tu padre, mejor


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