martes, 6 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 13





Pedro observaba atentamente los precisos movimientos de Paula. En un instante, la cocina se llenó de agradables aromas. Pedro se aproximó a la mujer e inhaló.



-¿Qué has dicho que iba a hacer con esto?


Aunque sus cuerpos ni siquiera se rozaron, Paula pudo sentir descargas eléctricas en todos los nervios. Tomó un poco de aire. Tras el dulce y sólido olor del chocolate se distinguía el limpio perfume a jabón y loción de afeitado de Pedro.


-¿Qué voy a hacer con qué?


-Con el chocolate.


-Ah, es para los profiteroles. Cuando la mezcla está fría, se pone en esta manga pastelera, se introduce la punta en el interior del pastel y se aprieta, empujando.


Dos expresivos círculos tiñeron sus mejillas, y Paula bajó los ojos, confundida. No había nada de sugerente en poner relleno a un pastel de crema. Nada en absoluto.


-Suena muy tentador –dijo, rebañando con el dedo la cuchara manchada de chocolate.


-Todavía está caliente –advirtió Paula, cautelosa.


-No puedo resistirlo –contestó Pedro, chupándose el dedo con fruición-. ¿Te importa?


-No; de hecho, he cocinado las natillas para probarlas, así que…


Paula se olvidó de la frase. No podía apartar los ojos de Pedro, que daba buena cuenta de los restos de chocolate que aún adornaban sus labios.


Esta vez el cambio de ritmo en los latidos de su corazón no la sorprendió. En realidad, su pulso no había vuelto a funcionar con normalidad desde que Pedro irrumpió en su vida.


-Su sabor es todavía mejor que su aroma –dijo Pedro, acercando el dedo de nuevo a los restos de chocolate de la cuchara.


-Me alegro de que te guste. Tiene un poco de chocolate amargo, un poco de chocolate con leche y una pizca de clavo.


-¿No quieres un poco?


Un pedacito de chocolate bordeaba la comisura de su boca. 


Paula había sentido aquellos labios sobre los suyos en dos ocasiones. O en más de dos, si contaba las veces que había repetido la escena en su imaginación.


-No, voy a esperar a que se enfríe.


-Caliente está muy bueno.


-Nunca lo he probado.


-Entonces, permíteme.


Pedro introdujo rápidamente el dedo en la mezcla y se lo ofreció con una sonrisa.


Fue un gesto inocente; Paula lo había hecho cientos de veces con sus sobrinos y hermanos. Cuando eran pequeños se peleaban, incluso, por los restos que quedaban en el recipiente. No había motivo para rehusar el ofrecimiento.



En el mismo instante en que notó su dedo entre los labios se dio cuenta de que había cometido un error. Dulce, caliente y espeso, el chocolate resbaló por su garganta. Paula sintió en la boca la textura de la piel de Pedro, la yema de sus dedos perfilando sus labios.


Paula clavó los ojos en las pupilas del hombre, mientras Pedro retiraba poco a poco el dedo de su boca.


Aquél fue el segundo error. Ya no había nada inocente en lo que estaban haciendo. No había nadie en la habitación; no era necesario fingir, ni continuar con todo aquello.


Lenta y deliberadamente, Pedro tomó un poco más de chocolate y volvió a ofrecérselo.


Sin dejar de mirarlo, Paula tomó su mano y, sujetándola con suavidad, abrió sus labios y chupó golosamente el líquido que resbalaba por los dedos. Una descarga eléctrica recorrió el brazo de Pedro. Sonriendo al comprobar los efectos que aquel sensual juego estaba produciendo en Pedro, Paula recogió a su vez una gota de chocolate y la colocó entre los labios de Pedro. Él lamió lentamente la punta de sus dedos y sonrió. Aceptando el desafío, introdujo el índice en la salsa humeante y pasó el dedo manchado de oscuras gotas por la fina hendidura que separaba los senos de la mujer.


Paula dio un salto.


Pedro! ¿Qué haces?


-Probar las natillas –murmuró él, aproximándose.


Paula notó que sus rodillas se debilitaban. Aquello era una locura. De pronto, Pedro bajó la cabeza, y Paula sintió la fuerza de su lengua en el pecho.


Tomándola en sus brazos, Pedro prolongó el contacto, acariciándole la espalda. Paula sentía el calor de sus músculos, tensos bajo el ligero algodón de su camisa.


Un calor desconocido se instaló entre sus piernas, respondiendo al suave balanceo que las caderas de Pedro imprimían.


Aferrándose a sus hombros, Paula lo atrajo hacia sí, entreabriendo las piernas para albergarlo.


-Paula –susurró Pedro, en un gemido estrangulado-, yo…


El repentino sonido del teléfono interrumpió la cálida escena. 


Ahogando un juramento, Pedro levantó la cabeza. Paula abrió los ojos, desconcertada. Frente a ella, el rostro de Pedro cambiaba rápidamente de expresión, borrando de sus facciones el profundo deseo que mostraba un minuto antes.


Aspirando una honda bocanada de aire, Paula se sujetó al borde de la mesa para recuperar el equilibrio.


El teléfono continuaba sonando con insistencia.


Pedro se frotó los ojos con fuerza, y pasándose la mano por el pelo, intentó recomponerse.


-Siento mucho lo que ha pasado. Estaba fuera de control.



Con los dedos entumecidos por la sorpresa, Paula se arregló el cuello de la camisa.


-Es uno de los riesgos de este tipo de trabajo –continuó Pedro-. A veces te metes tanto en el papel, que llegas demasiado lejos, aunque no sea necesario.


-Te metes tanto en el papel… -repitió Paula en voz baja.


-Sí, eso es –repuso Pedro, metiéndose las manos en los bolsillos- te pido disculpas.


Quizá él pesaba que ella había estado actuando, pero para Paula había sido muy real. Tenía muy poca experiencia en aquellos temas, pero no había fingido nada.


Pero luego recordó el incidente de la noche anterior. Pedro, el rudo policía que se había paseado, desnudo e impasible por su habitación. Se sentía estúpida. Para él no significaba nada, sólo una parte más de su arriesgado trabajo.


Sintiéndose vencida y humillada se dirigió a contestar el teléfono.


Era Geraldine, para felicitarla por su repentino compromiso. 


Ya había recibido las seis llamadas que esperaba. El engaño funcionaba mejor de lo que había previsto.


Hasta con ella misma.





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