sábado, 17 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 4




Paula nunca se había acostado con un hombre. 


Y ahora que lo hacía, había elegido a uno que podía llevarla al orgasmo con una sola mirada, con una sola caricia, con deslizar apenas su lengua sobre su piel desnuda.


Su vientre sintió un cosquilleo ante la anticipación de lo que pudiera seguir.


La respiración de Pedro le puso los pelos de punta cuando él mordió el borde de sus medias y se las quitó con los dientes.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta. Aquella sensación fue más de lo que jamás habría podido imaginar.


Ella se aferró a los hombros de Pedro, por miedo a perder el equilibrio.


Cuando Pedro terminó, alzó la cabeza y metió los dedos por debajo del liguero, que ya no le servía para nada.


—Espero que te haya gustado tanto como a mí —dijo él.


Paula tragó saliva. Se alegraba de que él estuviera tan afectado por aquello como ella.


Pedro le quitó el liguero. Ella esperó sentirse nerviosa, o incluso asustada, pero en cambio estaba tranquila. Lo único que le quedaba en su sitio era el sujetador.


Paula se ayudó con un pie para quitar las braguitas que tenía enredadas en los tobillos, y las tiró. Luego se desabrochó el sujetador y lo dejó caer al suelo.


Notó que Pedro se quedaba sin aliento. Luego lo vio acercarse a ella. Le rozó los senos con su torso, sintió su pecho viril en las puntas de los pezones. Pedro se apretó contra ella.


—Si sigues haciendo esto, cariño, no aguantaré mucho.


Ella no sabía nada de tiempos, pero teniendo en cuenta las sensaciones que le provocaba aquel hombre cada vez que la tocaba, sospechaba que ella no tardaría mucho más que él.


Con poco esfuerzo, él la levantó y la depositó en medio de la cama. Se quitó los boxers y fue hasta el cajón de la mesilla.


Menos mal que él tenía preservativos, pensó Paula al ver la caja. Era un motivo más para estar agradecida a Pedro por haber ahuyentado a ese otro tipo en el bar.


Además, no pensaba que el hombre aquél hubiera sido tan atractivo como Pedro desnudo.


Paula se deleitó con la vista, mirando sus anchos hombros, el hilo de vello que iba desde la cintura hasta su sexo. 


Estaba muy excitado.


El colchón se hundió con el peso de Pedro cuando éste se deslizó por la cama hasta ella. Luego se enderezó para quitarle el envoltorio al preservativo con los dientes y se lo puso. Paula se agarró a la colcha. Y Pedro se puso encima de ella. A partir de aquel momento, ella no pudo pensar en nada. Pedro le acarició el cabello junto a la sien.


—¿Estás bien?


Paula asintió, aunque no era verdad. Estaba excitada y sentía curiosidad, y estaba un poco nerviosa.


Pedro sonrió antes de inclinarse hacia Paula para besarla.


Ella abrió los labios, invitándolo a profundizar su beso, a que tomase su lengua, a que mordiese, succionase y buscase.


Paula le rodeó el cuello y lo abrazó fuerte, mientras Pedro la acariciaba. Se detuvo en sus pechos y los acarició, jugando con sus pezones.


Luego dejó de besarla en la boca y le dio una hilera de besos a lo largo de la barbilla, en el cuello y en el pecho. 


Acarició uno de sus senos con la lengua; primero un pezón, luego el otro.


Ella se estremeció, se arqueó de placer, alzando los senos. 


Él le pasó la lengua por la areola y luego succionó un pezón.


Ella estaba abrumada por las sensaciones. Las terminaciones nerviosas de sus pechos enviaban señales a todo su cuerpo. Apretó las manos en un puño, agarrando la colcha de satén.


Pedro repitió la operación en el otro pecho hasta volverla loca. Y luego se deslizó hacia sus costillas y su vientre.


Le lamió el ombligo, jugando con él como si fuera un gatito, provocándole sensaciones de placer en aquella piel tan sensible. Luego se quedó allí un segundo, y siguió su exploración hacia más abajo.


Ella sintió su respiración en los rizos del pubis. Avergonzada, apretó las piernas. Pero él no hizo caso de su pudor, y le abrió las piernas para poder explorar sus secretos femeninos con la boca y las manos.


Deslizó la punta de los dedos por la cara interna de sus muslos antes de abrir más sus piernas y zambullirse con su lengua.


Fue como si la tocase un cable electrificado en un lugar muy íntimo. Ella gimió de sorpresa y subió las caderas.


Mientras su boca y su lengua la adoraban, Pedro deslizó un dedo en su estrecho pasaje. Paula gimió y sintió que se tensaba alrededor de él inconscientemente. Alzó su pelvis hacia el placer. Pedro deslizó un segundo dedo dentro de ella, y empezó a empujar, mientras su lengua jugaba con el capullo de su femineidad, donde parecían concentrarse todas sus sensaciones.


Sin advertencia, Paula se abrió para él, gritando de placer, agarrándose al cabello de Pedro. Y como si se tratase de un avión que planeaba demasiado cerca del sol, estalló en flamas, volviendo a la tierra hecha añicos.


Tenía la respiración agitada. Pedro subió y volvió a ponerse encima de ella. La miró a los ojos un momento. Luego sonrió.


—Espero que te haya gustado esto.


Ella abrió los labios para responder, pero no pudo pronunciar ni una palabra. Tenía la boca completamente seca, y aún se sentía como si estuviera flotando en algún lugar fuera de la atmósfera del planeta.


—Bien —murmuró Pedro con voz seductora—. Ahora tengo una idea todavía mejor.


La agarró por debajo de las rodillas y levantó sus piernas hasta que ella envolvió su cintura con ellas. Ella sintió su erección en la abertura de su femineidad, y por un momento, pensó que debería tener miedo. Después de todo, todavía «no lo habían hecho» completamente, a pesar de las libertades que Pedro se había tomado con su cuerpo.


Pero ella quería aquello. Quería a Pedro. Lo deseaba. Y todo lo que le hacía aumentaba su deseo.


Y entonces él se adentró en su interior, empujando. Su presión estiraba su estrecha cavidad. Él se movió despacio, pero ella contuvo la respiración, se puso rígida hasta que él se acomodó totalmente entre sus muslos.


—Relájate, Paula —susurró Pedro.


Y quitó un mechón húmedo de la frente de ella. 


Paula abrió los ojos, sin darse cuenta de que había estado apretando los párpados.


No le dolió. No sabía por qué había pensado que dolería. A no ser que fueran todas las historias que se contaban sobre las mujeres que perdían la virginidad. Historias que comprendían lágrimas y sangre.


Pero ella no estaba llorando. Y tampoco creía que estuviera sangrando. Y no sentía dolor. Sentía… Se sentía plena, por primera vez en la vida, teniendo dentro aquella parte íntima de Pedro.


—¿Ahora estás mejor? —preguntó él.


—Sí.


¿Cómo no lo iba a estar si él era tan suave con ella? ¿Si era tan paciente y considerado, siempre atento a su placer y a su comodidad?


Entonces sintió la urgencia de moverse, de que él se moviera dentro de ella, y aplacar el terrible deseo que palpitaba en su bajo vientre.


Deslizó los dedos por la espalda de Pedro y levantó más las piernas. Cruzó los tobillos, encerrándolo más tensamente en su cavidad.


Con un gemido, Pedro se irguió sobre sus antebrazos y empezó a moverse hacia delante y hacia atrás. Hacia arriba y hacia abajo, causando una deliciosa fricción entre sus cuerpos.


Ella se sintió húmeda y caliente a medida que él aumentaba su ritmo, y se encontró balanceando sus caderas, tratando de encajar cada empuje. Hundió la cara en el colchón mientras Pedro besaba su oreja, el latido de su cuello, la punta de sus pechos. Su respiración era tan agitada como el latido de su corazón, y oyó sus maullidos de placer.


Con una mano, él jugó con el pezón que se había endurecido, con la otra mano se deslizó hasta el húmedo calor de sus pliegues femeninos, para acariciar el pequeño brote en su centro. Entonces, Paula sintió una sensación de placer casi insoportable, como si un cohete saliera despedido. Abrió la boca y gritó el nombre de Pedro una y otra vez.


Pedro continuó empujando, subiendo sus caderas para encontrar el punto de placer que latía dentro de ella, hasta que él también se puso rígido, y dejó escapar un gemido en voz alta.


Poco a poco el latido de su corazón se fue haciendo más lento, hasta hacerse normal. El pesado cuerpo de Pedro descansaba encima de ella, apretándola contra el colchón, pero a ella le gustaba. Le gustaba sentir sus brazos y sus piernas entrelazados a los suyos, su pecho respirando contra ella, la mejilla áspera contra su cara cuando se giró para mirarla.


—Ha sido increíble —dijo Pedro—. Definitivamente, volveremos a hacerlo… En cuanto me recupere.


Paula sonrió. No veía la hora de volver a hacer el amor con él. Y le encantaba saber que a él le había gustado tanto como a ella.


Paula lo agarró de las orejas, alzó su cabeza y lo besó en los labios.


—Gracias —dijo.


Por quitarle la virginidad… Por ser el primer hombre que hacía el amor con ella… Por hacerla sentir tan maravillosamente, como una mujer madura y sensual.


Pedro se quedó mirándola un momento, y luego sonrió.


—Ha sido un placer, créeme —comentó.


Se movió, y gruñó cuando la vio lamerse el labio y mover la pelvis para sentirlo.


—Y en un momento, será nuevamente un placer —dijo Pedro pícaramente.


Ella no lo dudaba.


¿Cómo había podido hacerlo? ¿Cómo había podido convertirla en una mujer descarada con su personalidad tímida e introvertida?


Tal vez la transformación no durase fuera de la cama, pero por el momento era la mujer desinhibida y salvaje que siempre había querido ser.


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