martes, 20 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 14




Paula disfrutó de la reacción de Pedro cuando le acarició el tobillo con los dedos de los pies envueltos en medias de seda.


Le gustó verlo a la defensiva en un juego que había empezado él.


Aquello la hacía sentirse sensual y poderosa, como si fuera la mujer que él creía que era.


Fingiendo que no ocurría nada, cambió el pie de posición. 


Cruzó la pierna y la deslizó hacia la parte de arriba de la pernera del pantalón de Pedro.


—¿Habéis decidido el nombre del bebé? —preguntó Paula a Lucia y a Marcos, ignorando el gemido sofocado que llegaba desde donde estaba Pedro.


Charlaron unos minutos mientras Lucia hacía una lista de nombres. Luego discutió con Marcos sobre el nombre de Emilia o Emma y Hugo o Ian.


Pedro dejó caer el tenedor en el plato varias veces mientras Paula le hacía cosquillas en la pierna. Luego terminó la tarta helada.


—Ha sido estupendo —dijo Pedro—. Gracias por venir, muchachos. Ojalá podamos repetirlo pronto.


—¿Cómo? —preguntó Marcos, claramente confuso—. ¿Primero nos ruegas que vengamos a cenar y luego nos pides que nos vayamos?


—Sí, lo siento. No quiero ser maleducado, pero… —miró a sus amigos como queriendo hacerles una señal de que se fueran.


Paula no sabía qué hacer, si disculparse por el comportamiento de Pedro.


Finalmente, una sonrisa como de haber comprendido el mensaje apareció en el rostro de Lucia.


—Venga, Marcos, es hora de irnos.


—¿Qué?


—Venga, vámonos. Creo que lo que Pedro intenta decirnos de una manera tan poco caballerosa, es que Paula y él quieren estar solos.


Marcos miró a Pedro y luego tiró la servilleta encima de la mesa, disgustado.


—Oh… Sinceramente…


—Lo siento —gritó Pedro mientras se marchaban—. Os compensaré por esto, te lo prometo.


Paula oyó a Marcos decir algo ininteligible, mientras se cerraba la puerta.


Paula intentó recuperar la voz.


—No has sido muy amable. No hacía falta que los echases de ese modo. Al menos, podrías haberlos acompañado hasta la puerta.


—Sí, hacía falta que los echase —luego movió la silla de Paula y la puso a su lado—. Y no, no podía acompañarlos —le agarró la mano y la colocó encima de su erección. —¿Te imaginas la reacción que podría haber provocado si me hubiera levantado y me hubieran visto así? Esto parece una tienda de campaña.


—¿He hecho mal en jugar contigo como tú lo has hecho conmigo?


—Oh, no es eso. Pero tal vez no debiste hacerlo antes del postre.


—Tú has empezado —dijo Paula con la respiración algo agitada.


—Y pienso terminar. Ven aquí.


Antes de que pudiera reaccionar, Pedro la puso en su regazo, de cara a él. Ella sintió la presión de su sexo a un lado de su muslo mientras Pedro rodeaba su cintura y la estrechaba hasta que sus bocas se encontraron.


Sus labios devoraron los de ella, jugando, lamiendo. Ella se excitó más al sentir las caricias de Pedro en su espalda.


Ella sabía que no tenía ninguna experiencia en hacer el amor. Pero no podía evitar pensar que aunque se hubiera acostado con cien hombres, jamás habría sentido lo que sentía con aquel hombre.


Paula hundió los dedos en el cabello de Pedro sin dejar de besarlo. Pedro le acarició el escote y luego los senos. El calor de sus dedos la quemaba a través de la tela del vestido. El pulgar de Pedro acarició sus pechos, volviéndola loca, y ella gimió al notar el deseo que palpitaba entre sus piernas.


Por detrás de ellos le pareció oír un ruido, pero las sensaciones que sentía borraron todo lo demás. El club podría haber estado lleno de gente, que a ella le hubiera dado igual.


Pero a Pedro, al parecer, no le daba igual.


Con un gruñido de frustración, Pedro la soltó y le pasó la mano por el pelo, mientras miraba sus labios rojos. Le acarició el labio inferior con el pulgar.


—Tenemos público —dijo él en voz baja.


Paula se dio la vuelta y vio a un empleado del catering de pie, a unos metros de allí, claramente incómodo.


Ella pensó que debía sentirse avergonzada por ser sorprendida en una situación tan descarada. Al menos, tendría que haberse quitado del regazo de Pedro.


Pero no podía moverse. Un calor intenso corría por sus venas, y las derretía.


—Para lo que quiero hacer, deberíamos estar solos… Vayámonos de aquí —dijo Pedro.


Pedro echó la silla hacia atrás y se puso de pie, incorporándola a ella también. Paula tenía puesto un solo zapato de tacón de satén rojo. Le temblaban las piernas de debilidad.


Al ver que iba a perder el equilibrio, él la sujetó por la cintura, recogió el zapato que había perdido y se lo puso. Luego agarró su pequeño bolso a juego con su calzado y la alzó en brazos para llevarla a la puerta de atrás del bar.


—Nos vamos —le dijo al camarero cuando pasó por su lado—. Quédense el tiempo que necesiten para limpiar y recoger todo, y asegúrense de que la puerta queda cerrada cuando se marchen.


El hombre asintió, con cara de shock.


Pedro la llevó hasta su coche. Lo abrió con el mando a distancia. Y luego metió a Paula dentro. Él rodeó el coche y se sentó al volante.


—¿A tu casa o a la mía?


Ella se quedó pensando. Por un momento pensó en llevarlo a su apartamento para que descubriese todas las pistas de la persona que era. Pero… ¿y si no le gustaba?


Ella sabía que no podía haber ninguna relación seria entre ellos. De hecho, sospechaba que aquélla sería su última noche juntos… Pero le parecía que estaba enamorada de Pedro.


Y también sabía que una relación no se podía basar en mentiras. Ella sabía quién era ella verdaderamente y quién era Pedro. Pero él no la conocía. Ella sabía lo que quería y lo que quería Pedro. Y sabía que eran deseos opuestos.


—A la tuya —respondió Paula, tratando de apartar el pánico que amenazaba con arruinar una noche maravillosa.


Pasaría una sola noche más con Pedro, en sus brazos, haciendo el amor hasta que ninguno de los dos aguantase más.


El riesgo de aquello era que lo amase para siempre, y que jamás encontrase a otro hombre que lo igualase. Pero valía la pena.


Disfrutaría de lo que él quisiera darle, y lo guardaría en su recuerdo.


Luego se moriría sola. Pero con una sonrisa en los labios por haber conocido a un hombre maravilloso llamado Pedro Alfonso.


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