El Club Náutico satisfizo sus expectativas, con sus antesalas exquisitamente amuebladas, y decoradas con temas marinos. El baile tenía lugar en el salón principal. Las mesas estaban dispuestas en semicírculo de modo que dejaban un amplio espacio para las parejas. Se alegraba de haber ido. Sid era un anfitrión afable y le presentó a mucha gente, de modo que no le faltaron compañeros. Bailó y bailó, disfrutando con las viejas melodías y con la música más moderna que tocaba una pequeña orquesta ataviada con vestimentas de estilo latino.
Cuando la orquesta dejó de tocar para descansar unos momentos, todo el mundo se retiró de la pista para tomar aliento. A su mesa se había acercado otra pareja y Paula escuchaba la animada charla contenta de estar allí. Miró a su alrededor, fijándose en cómo la luz suave de los focos iluminaba la sala. Las mujeres lucían hermosos vestidos de noche y las joyas brillaban por doquier. Los hombres llevaban esmoquin.
Entonces lo vio. Estaba sentado a pocos metros de ella y la miraba fijamente.
Paula apartó la mirada al instante. No la reconocía. No podía.
¿O sí?
Sonrió a la morena que había a su lado, que hablaba de la importancia de hacer ejercicio.
—¿Haces aerobic? —le preguntó.
—Sí,... oh, no —respondió Paula, que odiaba el aerobic.
Miró de reojo. Seguía mirándola.
—Deberías intentarlo. Es muy bueno para mantenerse en forma.
—Puede que lo haga.
«Tranquilízate. No hay razón para asustarse. En este lugar, y sin peluca, nunca te reconocería», se decía Paula.
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Tenía que averiguarlo. Qué suerte haber decidido ir al club en el último momento.
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Se levantó. Iba hacia su mesa. ¿Qué haría ella?, se preguntó Paula. Nada. Él no sabía quién era, y aunque lo supiera... no había cobrado el cheque, pero tampoco lo había devuelto. ¿Significaba eso que había aceptado su plan? ¿Por qué estaba tan nerviosa?
—¿El Gimnasio Élite? Ah, sí, no está lejos de nuestro apartamento —le dijo a la morena—. Tengo que ir a informarme.
La morena había dejado de escucharla. Estaba sonriendo a Pedro Alfonso.
—¡Pedro! ¿Al final has decidido hacernos el honor? ¿Estás sólo? —le preguntó, a lo que Pedro respondió asintiendo con la cabeza—. Toma una silla y siéntate con nosotros. Échate para allá, Bob —le dijo a su marido y le hizo sitio entre Paula y ella.
Paula tragó saliva y trató de parecer lo más tranquila posible mientras Pedro se sentaba a su lado. Gracias a Dios, él no la miró con especial atención, sino que saludo al resto de miembros de la mesa. Conocía a todos menos a Angie. Sid hizo las presentaciones.
—Angie Parker y Paula Chaves, Pedro. Y este caballero, señoras, es el famoso columnista Pedro Alfonso, cuyo talento e ingenio habrán podido comprobar en el Chronicle. Si esa clase de intelectualismo penetrante les seduce, claro.
—Muy agradecido, compañero —respondió Pedro, y se rió, saludando a Paula y Angie con una inclinación de cabeza. Parte del miedo de Paula se desvaneció. ¡No la había reconocido!
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A Pedro le resultaba muy difícil mantener la tranquilidad.
«Paula Chaves, y un cuerno, es Deedee Divine.» No podía ocultar aquellos ojos azules y seductores o los hoyitos en las mejillas. ¿Es que le tomaba por imbécil? ¿Qué se proponía?
—¿Has dicho... Paula? —le preguntó.
—Sí.
—¿Nueva en la ciudad?
—No. Bueno, sí. Sólo llevo viviendo aquí tres meses.
—¿Y qué te ha traído a nuestra hermosa ciudad?
—Mi trabajo.
Paula deseaba que Pedro dejara de hacerle todas aquellas preguntas estúpidas y de examinarla con aquellos ojos acerados y penetrantes. «Si sabes quién soy, dilo y acabemos con el asunto.»
—Ah, música. ¿Quieres que bailemos, Paula?
Paula aceptó la mano que Pedro le ofrecía y se dirigieron a la pista de baile. La orquesta estaba tocando un lento y seductor acompañamiento para el solista de voz ronca y profunda que entonaba una canción de amor. Pedro la agarró por la cintura y la estrechó contra él sonriendo de aquella forma que a Paula le daba escalofríos. Una sensación que no tenía nada que ver con el temor a ser reconocida.
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