sábado, 13 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 8




Paula llegó tarde a su propia fiesta de cumpleaños. Subió corriendo las escaleras del club, disculpándose en voz alta, ya que sabía que sus padres llevaban media hora esperándola.


Por suerte, todo estaba bajo control y la mayoría de los invitados todavía no habían llegado. El champán estaba helado, delicioso; la iluminación era perfecta; había seguridad en la puerta. De los ciento cincuenta invitados, veinte serían amigos suyos, y el resto, amigos de sus padres, colegas de trabajo, personajes famosos del mundo del arte, la política y los deportes, y un montón de periodistas y fotógrafos. Paula tendría que posar con los mismos de siempre. Y después volvería a casa sola, como el año anterior. Hasta su padre se aburriría con la vida que llevaba últimamente, a excepción de los viernes por la tarde.


Se inclinó a darle un beso a su madre, a sabiendas de que aquél sería el último beso de verdad que recibiría esa noche. Iba a incorporarse cuando Eleonora la agarró y observó sus pendientes con el ceño fruncido.


—Son preciosos, cariño. ¿De dónde los has sacado?


No había podido resistir la tentación de ponérselos, a pesar de saber que lo mejor hubiese sido esconderlos. Eran tan bonitos. Y Pedro no le había dicho que no se los pusiese. Ni siquiera le había pedido que no dijese que se los había regalado él.


La vanidad había ganado esa noche. Los pendientes le iban muy bien al vestido amarillo claro que llevaba puesto.


—Me los ha regalado uno de mis admiradores.


—¿Qué admirador regala diamantes azules?


—El que te regale menos que diamantes, no merece la pena, princesa —comentó su padre.


Los invitados fueron llegando y Paula rió y dio tantos besos que le dolían los labios. Y, de vez en cuando, se tocaba los pendientes y pensaba en el hombre que se los había regalado.


El extravagante presente la había dejado sin habla. En esos momentos, Pedro era el único hombre que había sido sincero acerca de sus intenciones con ella. Sólo quería su cuerpo. Y ninguno de los dos esperaba nada más. Su relación se limitaba a los encuentros semanales que mantenían en la lujosa suite presidencial los viernes por la tarde.


No estaba segura de cuándo había tenido la sensación de que las cosas cambiaban, pero no hacía mucho tiempo. Él había cambiado. De repente, hacía preguntas, asumía riesgos, le hablaba. Esa tarde la había mirado como si quisiese adivinar sus pensamientos. Le había hecho un poco de daño, al admitir que le había hecho el regalo más por su propio placer que por el de ella. No obstante, los hechos hablaban más que las palabras: había visto algo bonito y había pensado en ella.


Lo que sí le había dolido era que le recordase los orígenes de la enemistad entre ambas familias, el motivo por el que su relación nunca podría ir más lejos.


Su amiga Julia se la llevó a la pista de baile y ella no opuso resistencia, pero siguió pensando en Pedro. Miró a su alrededor y se preguntó si le habría gustado aquel lugar. 


¿Caería bien a sus amigos, y viceversa? ¿Se le daría bien bailar? En realidad, sabía muy poco de él, sólo sabía que se compenetraban a la perfección en la cama.


—¡Oh, Dios mío! —exclamó Julia, señalando a un hombre alto y guapo que había en la barra, mirándolas—. ¿No es ése…?


Paula se giró y le dio un vuelco el corazón.


—Jeronimo West —dijo consternada.


Era el primer hombre que le había roto el corazón.


—Vamos a ver si averiguamos con quién ha venido —sugirió su amiga.


Paula se preguntó si sería la misma novia por la que le había dejado dos días después de estar con ella.


Se encogió de hombros y se dio la vuelta. Hacía años que no pensaba en él, pero le había hecho darse cuenta de que, a pesar de su dinero y posición social, no había sido lo suficientemente lista, ni guapa, ni interesante como para mantenerlo a su lado ni una semana. Los caprichos que le daba su padre le recordaban que todo el mundo la veía como una atolondrada que lo único que podía ofrecer era su riqueza. Pero no era así. Había cambiado, valía más que eso.


Pedro Alfonso sí que era especial. Era un hombre respetado, inteligente, ambicioso y con éxito. Lo llamase como lo llamase, ella era su amante, y lo mejor sería que protegiese su corazón para no sufrir.




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