jueves, 11 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 2




Varios días más tarde Pedro se movió en la cama cuando la mujer que había estado a su lado se levantó y fue al baño. 


Saciado y somnoliento por las salidas nocturnas que había realizado desde que su hermano estaba en la ciudad, se preguntó si se había desviado de su rumbo.


Adrian se marcharía en un par de semanas, volvería al frenético mundo de la Bolsa, y Pedro se preguntaba durante cuánto tiempo aguantaría su hermano la presión.


Se estiró, ahuecó la almohada y colocó un brazo detrás de la cabeza. La puerta del baño se abrió y una mujer alta, rubia y delgada entró en la habitación. La vio acercarse al espejo del tocador y se fijó en su espalda, en la curva de sus caderas y en su lustrosa piel. Le gustó que pareciese sentirse tan cómoda a pesar de estar desnuda.


—¿Te da tiempo para tomarte algo o tienes que marcharte? —le preguntó, consciente de su sorpresa. No solían charlar después de hacer el amor.


Ella lo miró con curiosidad a través del espejo mientras se recogía el pelo en un moño despeinado y sofisticado al mismo tiempo.


—Deja que lo adivine. Tienes un cóctel en el Bar Zeus.


—Es demasiado temprano para mí —contestó ella recogiendo algo del suelo.


La ropa estaba tirada por todas partes. Siempre era así. En cuanto entraban en la habitación, se desnudaban apresuradamente, a veces, tenían suerte de salir de allí sin nada roto.


Ese día ella se había puesto un vestido corto, color fucsia, atado a un hombro con un lazo extravagante. Era fácil de poner, y de quitar, y muy adecuado para un cóctel en uno de los bares en los que se la solía fotografiar, aunque nunca con él.


A pesar de que era un vestido fácil de quitar, a Pedro le había dado la sensación de que había tardado horas en hacerlo. El tiempo pasaba a cámara lenta cuando entraba en la suite de aquel hotel de cinco estrellas los viernes. Tenía todas las imágenes guardadas en su mente: la suavidad y la fragancia de su cremosa piel, la caída de su pelo despeinado, sus suspiros cuando la desnudaba para poder besarla y acariciarla. Era como si ella también estuviese grabando el momento, sus besos y caricias, la manera en que la desnudaba. Luego, Pedro recordaba una y otra vez todo aquello durante la semana, hasta que llegaba el momento de volver a tenerla.


Una vez a la semana, durante cuatro meses, y no sabía nada personal de ella, salvo por qué estaba en su cama.


—Te vi anoche en la televisión —comentó mientras ella se ponía las medias—. Llevabas una falda corta, negra y como hinchada. Y estabas con un hombre alto, pálido e hinchado.


—No era yo. Anoche estuve en casa.


—Reconocería esas piernas en cualquier parte —contestó él—. Podría esculpirlas con los ojos cenados.


—Tengo una falda corta, negra e hinchada —comentó ella divertida—. Y un hombre alto e hinchado, o dos, pero no salí anoche.


Levantó los brazos y el vestido flotó sobre su cuerpo como una nube rosa.


Pedro la miró fijamente, con deseo. Incluso después de dos orgasmos en las dos últimas horas, seguía teniendo ganas de ella.


—¿Adónde vas, Paula Chaves, cuando dejas mi cama?






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