jueves, 11 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 1







—Pónganse en pie.


Todo el mundo se levantó en el Tribunal Supremo de Wellington. Era el primer día del caso de difamación interpuesto por Rogelio Alfonso, fundador de Alfonso Financial Enterprises, contra Saul Chaves.


Sentado detrás de su padre, en la parte delantera de la sala, Pedro Alfonso frunció el ceño al ver a su hermano pequeño sentarse a su lado.


—Llegas tarde —le dijo en un susurro.


Adrian siempre llegaba tarde, hasta cuando estaba de vacaciones.


El juez entró e hizo una señal para que se sentasen.


—¿Has visto? —murmuró Adrian, dándole un codazo a su hermano—. Es la pequeña Paula Chaves, bien crecidita y más guapa que nunca.


Pedro giró la cabeza hacia la derecha. Se había fijado en ella antes, sorprendido por lo madura que parecía con el pelo recogido, una blusa y una falda negra que le llegaba a la rodilla. Todo el mundo estaba más acostumbrado a verla en las revistas, de fiesta con alguna estrella del rock, con el pelo suelto y las faldas mucho más cortas. Encajaba a la perfección en el papel de heredera, hija de uno de los hombres más ricos y extravagantes de Nueva Zelanda.


Adrian se acercó más a Pedro.


—Me sorprende que nunca se te haya pasado por la cabeza acostarte con ella. Una alianza con la princesa Chaves sería la manera idónea de enterrar el hacha de guerra de una vez por todas.


—Es más tu tipo que el mío —murmuró Pedro, irguiéndose al ver que su padre volvía la cabeza y los miraba con desaprobación.


Era cierto. Paula y Adrian eran rebeldes, mientras que él era el responsable. Los dos hermanos parecían casi gemelos. 


Ambos tenían la piel de color aceituna, el pelo y las cejas oscuras y eran tan altos y anchos de espalda como su padre. No obstante, Adrian, con la barba de dos días, los trajes llamativos y un comportamiento de chico malo, no se parecía en nada a Pedro, que era más tranquilo y conservador.


—Es cierto —admitió Adrian frotándose la barbilla—, pero yo vivo en Londres.


Rogelio Alfonso y Saul Chaves llevaban toda la vida enemistados, y aquello había afectado sobre todo a su difunta madre, que había sido amiga de la esposa de Saul, Eleonora. Pedro sintió compasión por la mujer que ocupaba el último lugar del banco que había a su derecha. Eleonora se había pasado treinta años en una silla de ruedas por culpa del padre de Pedro, algo tremendo, sobre todo teniendo en cuenta que su madre y ella habían participado juntas en las competiciones nacionales de baile y habían sido socias de una academia de baile.


—A pesar de tu aspecto, hermanito —le dijo Adrian—, eres el presidente de una de las compañías financieras privadas más importantes de Nueva Zelanda…


—Todavía no…


—No tardarás mucho. Intenta hacer algo con ella. Es jugar sucio, pero alguien tiene que hacerlo.


Su padre volvió a girarse y miró a Adrian enfadado.


Los respectivos abogados siguieron hablando de manera monótona. Pedro se movió en la silla, impaciente. Se sentía obligado a estar al lado de su padre el primer día del juicio, pero no podía permitirse perder el día entero, ni pasarse el resto del juicio allí. Le tocaría hacerlo a Adrian, que había ido a casa a pasar unas semanas de vacaciones, y a apoyar a su padre.


Por el rabillo del ojo, Pedro vio mover una pierna a Paula. Se fijó en su zapato de tacón negro, que se balanceaba arriba y abajo. ¿Estaría tan aburrida e impaciente como él? 


Al fin y al cabo, ella no tenía otro sitio adonde ir. No trabajaba, a no ser que pasárselo bien fuese considerado un trabajo.


Se le erizó el pelo de la nuca y levantó la mirada. La heredera lo estaba observando, con una sonrisa fría en los labios. Luego se volvió hacia su madre y le susurró algo al oído.


Adrian lo miró divertido.


—Sabes que, en realidad, quieres hacerlo —le dijo.


Pedro sonrió a su hermano de manera sardónica. Le gustaba tenerlo allí. Lo echaba mucho de menos, a pesar de que su padre siempre hacía que se enfrentasen, al insistir en que Adrian participase en los negocios de la familia en contra de su voluntad.


Rogelio los había educado para que les fascinase la idea de hacer dinero, pero Adrian prefería estar siempre en el filo de la navaja, mientras que Pedro intentaba estar al día, mantener y aumentar la fortuna. Adrian se había marchado a Londres cuatro años antes, a trabajar en la Bolsa.


A la hora del descanso, tanto su padre como el abogado parecían muy optimistas y Rogelio declaró que tenía la intención de aniquilar a Saul Chaves, costase lo que costase. 


Pedro pensó con tristeza que, si no hubiese sido aquel caso, habría sido otro. Sin su madre para templar los ánimos, Rogelio no pararía hasta vengarse, y eso afectaba directamente al futuro de Pedro. Tenía la intención de suceder a su padre en Alfonso Financial Enterprises cuando éste se retirase, un par de semanas más tarde. Eso, si se retiraba…


Reflexionó lo que había dicho Adrian. ¿Merecía la pena considerar tener algo con Paula Chaves? ¿Terminar con la rivalidad que había entre sus padres? Cuanto más lo pensaba, más de acuerdo estaba con su hermano. Observó cómo se balanceaba la coleta de Paula delante de él mientras volvían a entrar en la sala y no pudo evitar sonreír. 


Paula Chaves sería su adquisición final.






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