martes, 16 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 18





Paula se despertó muy despacio, como solía hacerlo siempre. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que no estaba sola, y un par más en recordar lo que había pasado esa noche y en pensar cómo se sentía al despertar al lado de Pedro.


Habían disfrutado de muchos encuentros sexuales en el pasado, pero la noche anterior podía considerarla como la mejor de su vida. Había sido casi como una cita de verdad.


Habían pasado el día juntos, habían cenado juntos, habían charlado. Y luego, habían hecho el amor como nunca. 


¿Cómo iba a contenerse ella? Pedro no la dejaría.


Él se movió a su lado y gimió. Paula suspiró y los eróticos recuerdos de la noche anterior desaparecieron. Poco a poco, fue desplazándose hacia el extremo de la cama, pero él no tardó en abrazarla por la cintura.


—Buenos días —lo oyó murmurar.


Y contestó lo propio.


—¿Adonde crees que vas? —le preguntó Pedro abrazándola.


Ella giró la cabeza para mirarlo.


—Al baño. Necesito lavarme los dientes.


Pedro se apoyó en el codo y la observó. Ella cerró los ojos.


—No quiero que me veas hasta que no me haya arreglado un poco.


Pedro le dio unos golpecitos en la nariz, para que abriese los ojos.


—¿Se te ha olvidado que te vi con la cara verde?


¿Cómo se le iba a haber olvidado?


—Tú, Paula Chaves, no necesitas maquillaje para estar preciosa.


Ella sonrió y pensó que podría acostumbrarse a despertarse al lado de un hombre somnoliento, sin afeitar, despeinado, que le susurrase cosas bonitas al oído, pero en cuestión de segundos, la mirada de Pedro se volvió ardiente. Se puso encima de ella, que sintió su erección. En esos momentos, los mensajes que estaba recibiendo su cerebro no tenían nada que ver con ir al baño.


Mientras le acariciaba la espalda, Paula se preguntó durante cuánto tiempo sería así. Sólo hacía falta que la mirase para sentirse excitada. Su cuerpo respondía al instante, se humedecía. ¿Llegaría un momento en que ambos se mirarían y serían capaces de resistirse a aquel deseo urgente, primitivo?


Pedro le levantó las caderas y luego se inclinó a besarla. Ella le devolvió el beso y decidió disfrutarlo mientras pudiese.


—Mientras ambos podamos andar —murmuró contra su barbilla.


Él se apartó unos centímetros y la miró. Como respuesta, Paula se apretó con más fuerza contra él.


Una hora más tarde, Paula estaba preparando un café cuando oyó un ruido extraño en el exterior. Miró por el ojo de buey y vio a Leticia sentada en el embarcadero, abrazándose las rodillas y sollozando.


—¡Leticia! —exclamó corriendo a su lado.


La pobre chica lloró aliviada, parecía nerviosa y estaba helada. Llevaba unos vaqueros desgastados, zapatillas de deporte sin calcetines y una sudadera fina.


Pedro respondió a sus llamadas y entre los dos ayudaron a la chica a subir al barco y la envolvieron en una manta. Pedro se puso a hacer el desayuno mientras Paula se sentaba con ella e intentaba calentarle las manos frotándoselas.


Leticia se había escondido en un cargamento que llevaba el ferry que salía desde Wellington. Luego había ido andando hasta allí. Había tardado un día entero. Se había comido las galletas y se había hecho un par de tés, pero el frío era su peor enemigo.


—No había nada con qué taparse, ni siquiera unas cortinas viejas.


Se había escondido cuando había visto llegar el barco, pero después de pasar otra noche más sola, no había podido aguantar.


—¿Por qué no respondiste a nuestras llamadas? Tuviste que oírnos —Paula pensó que mientras ellos hacían el amor en el barco, la pobre muchacha debía de haber estado helándose de frío—. Debías haber venido a buscarnos antes.


Leticia engulló los huevos con tostadas como si no hubiese comido nada en una semana. Luego, Paula la acompañó a la cama del segundo camarote y la tapó.


—Pobre chica —le dijo a Pedro mientras se preparaban para volver a Wellington—. Sólo quiere que le presten atención. 
Es la pequeña de seis hermanos. Los chicos se pasan el día entrando y saliendo de la cárcel y su única hermana tiene leucemia. Sus padres están siempre en el hospital, o en la cárcel. Nadie tiene tiempo para Leticia.


Paula, que había sido hija única, no podía entenderlo. 


Decidió prestarle ella misma algo de atención a partir de entonces.


—Te lo dije.


—¿El qué?


—Que esa familia necesita unas vacaciones decente, pasar tiempo de calidad con sus hijos… ir a algún lugar agradable, donde puedan pescar y dar paseos…


Paula se ruborizó. A Pedro le gustaba su idea. Y eso significaba mucho para ella, aunque ya no pudiese llevarla a cabo.


Hacía muy buen día y estuvieron a gusto. Leticia apareció un par de horas más tarde y ayudó a Paula a preparar unos sándwiches con las sobras. Después se sentaron a comerlos al sol mientras Pedro seguía al timón. Luego, se tumbaron en los sofás y Paula no tardó en caer dormida.


Una hora más larde, cuando se despertó, ya se divisaba la ciudad de Wellington. Leticia estaba al timón, supervisada por Pedro. Paula sonrió al ver la imagen de ambos juntos. Era un gesto enternecedor por parte de Pedro, pasar algo de tiempo conectando con la chica.


—Leticia va a hablar con Russ para ver si puedo unirme a vuestro equipo —anunció Pedro, como si fuese algo que hubiese querido hacer siempre.


Paula sonrió, pensando que no sabía dónde se estaba metiendo.


Pedro conoce a gente en la Marina —dijo Leticia con entusiasmo—, y va a hablar con ellos para ver si pueden enseñamos a practicar deportes acuáticos.


—Creo que yo había hablado de normas de seguridad en el agua —la corrigió.


Paula no lo había visto nunca tan relajado y cómodo. Y era tan guapo.


Al verlo sonreír y bromear con Leticia, la invadió una sensación cálida y embriagadora. El muro que había levantado para protegerse se desvaneció. Su corazón empezó a latir, despacio y con fuerza, con tanta fuerza que podía sentirlo en las puntas de los dedos. Se sintió mareada y tuvo que agarrarse al sofá.


Lo amaba. Nunca había tenido nada tan claro. Lo amaba y lo deseaba, a pesar de todos los problemas que eso conllevaría.


Pedro le dijo algo, pero estaba tan distraída que tuvo que pedirle que se lo repitiera. Él se acercó y la despeinó, y Paula siguió sintiendo su mano en la cabeza unos segundos después.


Una vez en tierra, llevaron a Leticia con sus padres y Pedro la acompañó a casa. Cuando abrió la puerta de su apartamento, le rugía el estómago y recordó que sólo habían comido un sándwich.


—¿Te gustaría quedarte a…?


—Pensé que nunca me lo pedirías —dijo Pedro, apoyándola contra la pared del pasillo.


Su bolso cayó al suelo mientras él la devoraba con la boca y empezaba a hacerle el amor allí mismo. Ni siquiera llegaron al dormitorio.




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