lunes, 15 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 16





Recorrieron la casa una vez más, luego la cerraron con llave y volvieron al barco. Paula se frotó los brazos.


—Odio pensar que pueda estar ella sola ahí afuera.


—Si está ahí, sabe que la estamos buscando —intentó tranquilizarla Pedro. Habían gritado hasta quedarse roncos—. Bajará al barco cuando tenga frío o hambre.


Prepararon juntos una ensalada y sacaron las sobras de la comida. Calentaron unos panecillos pre-cocidos y abrieron el vino. Pedro observó cómo Paula ponía la mesa y encendía las velas. Cada segundo que pasaba en su compañía, la deseaba más, pero esa noche tendría que ser ella quien diese el primer paso.


Cenaron mientras charlaban, el vino había hecho que Paula se relajase.


—Esta es una nueva experiencia —comentó Pedro cuando terminaron—. Estar sentado a una mesa contigo, comiendo y hablando.


—Ya lo hemos hecho a la hora de la comida —le recordó ella.


Pedro apartó su plato de postre.


—¿Irá tu padre al juicio el lunes?


—Si el médico está contento… —comentó Paula poniendo los ojos en blanco, con resignación—. Hablé con él ayer y está deseando salir de la clínica.


—Sabes que va a perder, ¿verdad? —le dijo Pedro sin querer discutir con ella, con un toque de duda en la voz.


Paula asintió.


—Se lo hemos dicho todos, pero es demasiado testarudo para aceptarlo.


—¿Cómo es?


—Tremendo —contestó ella sonriendo—. Para él, todo es blanco o negro. Tiene una opinión acerca de todo y es imposible hacerle cambiar de idea, aunque haya pruebas irrefutables en su contra.


—Y tú estás loca por él —Pedro se preguntó si algún día conseguiría que se le humedeciesen los ojos de emoción también por él.


—Estoy loca por él y me está volviendo loca.


Ambos se miraron a los ojos y sonrieron. Paula le dio un trago a su copa de vino, de repente, parecía nerviosa.


Estaba sentada frente a él con una camiseta mugrienta, el pelo recogido en una coleta. Acostumbrado a verla en las revistas, vestida con ropa de diseño, o desnuda los viernes, aquella imagen despertó la simpatía de Pedro. Tal vez le brillasen los ojos por el vino, o por la luz de las velas, pero él esperaba tener también algo que ver en ello.


La operación Paula estaba en marcha.



—Debió de ser increíble, crecer en esa mansión como hija única —la casa de Paula era famosa por su grandiosidad.


Paula se relajó y apoyó la espalda en la silla.


—Creo que debía de haber una lista de amigos que iban viniendo a estar conmigo, porque no recuerdo haber estado nunca sola.


—Más mimada, imposible —comentó Pedro sonriendo—. Las mejores fiestas de cumpleaños…


—¡Eran una locura! Había payasos, animales, disfraces, tanta tarta y chucherías que acabábamos todos… con rabietas cuando terminaba. Mi pobre madre. Yo hasta devolvía de la emoción.


Paula volvió a beber de su copa, a ese paso, se la tendría que llevar a la cama en brazos.


Pedro se levantó, tomó la botella de vino y se la rellenó, le quitó una ramita que se le había enredado en el pelo y volvió a su sitio.


—Es interesante —le dijo—. Tienes el mundo a tus pies y te escondes detrás de una fundación. Te da miedo demostrar lo que vales. No quieres que nadie sepa que tienes valores y talento.


—Yo sé que los tengo, pero es el dinero lo que me diferencia de los demás.


Pedro rió.


—Pues debo de llevar unas gafas con los cristales tintados de rosa porque, desde aquí, yo veo las cosas de una manera completamente distinta.


Paula no contestó, se puso a jugar con la ramita que Pedro le había dado.


Pero Pedro seguía teniendo curiosidad. Paula tenía todo lo que una mujer podía desear. ¿De qué tenía miedo?


—Preciosa —empezó, sonriendo de nuevo al ver que ella fruncía el ceño—. Con talento, a juzgar después de haber visto algunas muestras de tu arte…


—Son sólo dibujos —lo interrumpió ella.


—Arte. Y eres proactiva… Estás haciendo algo que te diferencia de muchas personas.


—Muchas personas hacen cosas parecidas…


—Es probable, pero no lo esconden. ¿Te he dicho ya que también eres creativa? El baile de la otra noche fue una obra de arte, si es que soy quién para juzgarlo.


—¿Crees que organizar una fiesta convierte a alguien en un artista? —preguntó Paula con inocencia y sarcasmo al mismo tiempo.


—Claro que sí. Hay gente que va a la universidad para aprender a hacerlo. Tú sólo has tenido que ponerte a ello, y ha salido bien.


—Por mi dinero —insistió ella—. ¿De verdad crees que habría sido capaz de organizar ese baile sin la influencia y los contactos de mi padre?


—La diferencia, Paula, entre tú y la mayoría de personas ricas es que tú utilizas el dinero para hacer cosas útiles.


—Bueno, también he quemado mucho dinero.


—Seguro que sí, pero deberías estar orgullosa de haber cambiado tu forma de actuar.


—¿Cómo fue tu niñez? —le preguntó ella.


—Bastante normal. Iba al colegio. Jugaba al rugby. Iba a navegar. Disfrutábamos de las vacaciones en familia.


—¿Estabais muy unidos?


Pedro no tenía quejas acerca de su educación.


—Supongo que Adrian y yo… sí. Papá y mamá… Nos llevábamos bien. No eran demasiado cariñosos y siempre estaban muy ocupados con sus respectivas carreras. A papá le gustaba enfrentarnos a Adrian y a mí todo el tiempo. Todo tenía que ser una competición —puso los ojos en blanco—. Y sigue haciéndolo.


—¿Y quién ganaba?


—Sesenta a cuarenta, más o menos. Yo era más grande, pero prefería negociar. Y a Adrian le gustaba fingir que era David contra Goliat.


Ella dejó de sonreír mientras lo miraba a los ojos. Y Pedro tuvo ganas de gemir, estaba tan guapa, tan deseable. Podía palparse la química que había entre ambos y no estaba acostumbrado a contenerse. Aquélla era la desventaja de haber empezado como habían empezado, que en esos momentos tenía que hacer un ejercicio de autocontrol.


Pero tenía que aguantar hasta que Paula se diese cuenta de que lo que compartían merecía la pena, aunque sus padres se pusiesen furiosos.


Finalmente, la vio apartar la mirada.


—Estaba intentando imaginarte de niño.


Pedro estaba seguro de que se había preguntado por qué no se había levantado de la mesa y había ido hasta ella, como hacía siempre que lo miraba con deseo.


«Te toca mover ficha a ti, cielo», pensó.


Y ambos siguieron en silencio mientras el barco se balanceaba suavemente



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