sábado, 7 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 32




El desfase horario podría habérsele despejado, pero sus otros problemas no se habían resuelto para cuando llegó a la Antigua Rectoría. No conseguía superar un dilema: amaba a Pedro Alfonso y siempre lo amaría.


Plantó los pies en las losas de piedra de la entrada e intentó despegarse una hoja del zapato. El sonido que llegaba de la casa era familiar y acogedor, pero Paula no se había sentido más sola en toda su vida.


-No te molestes en llamar. Los ventanales franceses están abiertos.


Paula contuvo un grito cuando Pedro emergió de entre las sombras dibujadas por un viejo roble.


-Estabas escondido -lo acusó.



-Te estaba esperando a ti


La expresión de sus ojos le debilitó las piernas y le produjo un vuelco en el estómago.


-Muy amable por tu parte -consiguió decir con tono impersonal.


-No soy un hombre amable, Paula.


«Tú lo has dicho», pensó ella con amargura. Estaba claro que no pensaba ponérselo fácil.


-Hace frío. Será mejor que entremos.


Sintió su presencia tras ella mientras recorrían el camino que bordeaba el edificio.


Los ventanales franceses en cuestión daban directamente al comedor. Había una mesa larga en el centro con mantelería blanca y una exposición de comida para hacer la boca agua, el fuego brillaba en la chimenea y había un gran árbol de Navidad lleno de serpentinas y cuernos de niños.


Paula escuchó cerrarse la puerta despacio tras ella.


-Ya veo que Ana se ha decidido por lo tradicional.


-Está precioso, ¿verdad? Te entra hambre solo con mirarlo -mintió.


-No.


Paula apretó los dientes con exasperación.


-Estaba intentando... ¡Bueno, olvídalo! -desplomó los hombros con gesto de derrota-. Será mejor que vuelvas con Rebecca.


-Rebecca no está aquí.


Paula lo miró asombrada.


-¿Dónde está?


-No lo sé.


¡Oh, Dios! ¿Ya habían roto tan pronto? ¿Sería culpa de ella?


-No puedes adoptar esa actitud -le dijo con seriedad-. Nunca te he tomado por un derrotista. Tienes que luchar por lo que quieres.


-Eso pretendo.


La convicción de su voz y el brillo de resolución de sus ojos la hicieron tambalearse.


-Lo siento. No es asunto mío.


-Lo es si tú quieres -declaró él sin rodeos.


Paula lanzó un suspiro audible.


-¿Cómo te atreves a decirme eso?


Pedro deslizó un dedo sobre el guacamole con gesto acariciante. Alzó entonces el dedo, se lo llevó a los labios y se lo chupó con voluptuosidad.


Era insoportablemente erótico mirarlo. Paula pudo sentir el ardor subirle por todo el cuerpo y nublarse el cerebro con sensualidad. Pedro metió el dedo una vez más y se lo ofreció.


-Prueba un poco.


No había error posible; él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Paula sacudió la cabeza en silencio.


-Insisto. Abre los labios, chica.


Sus ojos grises estaban nublados de deseo al inclinarse de manera íntima hacia ella sin hacer caso de su débil protesta.


-¿No está bueno? -preguntó con voz ronca al retirar el dedo-. ¿Te ha gustado?


¿Gustarle? Paula inspiró con fuerza para calmarse.


-Le pediré a mamá la receta para ti. Yo también soy golosa.


-Entonces podríamos...


-¡Párate, Pedro!


Paula se quitó el sombrero y lo tiró sobre una silla para ahuecarse el pelo con fiereza.


-A pesar de lo que pienses, yo no soy material de amante. No salgo con hombres casados.


-Yo no estoy casado.


Paula se detuvo con incredulidad.


-¿Qué?


-Que no estoy casado.


-Rebecca...


-Rebecca se casó con su ex marido. No iba a casarse conmigo en ningún momento.


-Pero me dejaste que creyera... -la rabia explotó en su cabeza. Todas aquellas miserables noches de agonía imaginándola en sus brazos-. ¡Rata! -murmuró con voz cargada de veneno-, ¿Tienes la más leve idea de lo que me has hecho pasar? Por supuesto que sí, ¡hasta te habrás divertido!


Pedro se señaló la mandíbula como para que le pegara.


-No me rebajaría -gritó ella sospechando que casi estaba divertido por su explosión.


Era tentador sin embargo... tan tentador.


Paula apretó los puños, pero sintió una oleada de inspiración y se adelantó para meter la mano en el cuenco del guacamole. Toda sus emociones contenidas iban cargadas en aquel gesto. Con la boca abierta contempló cómo la pasta se deslizaba por las solapas de su americana hasta caer en sus abrillantados zapatos.



El bajó la mirada con gesto inexpresivo.


-¿Te sientes mejor?


Se sacudió la americana abierta con expresión de disgusto.


-Iba dirigido a tu cara.


-Necesitas una mano más firme.


Paula lanzó un grito de protesta al sentir la crema en el centro de su nariz.


-¡Eh, tú!


-¡Oh, no! ¡No lo harás más!


La mano que había llenado con la viscosa crema fue capturada con fuerza de acero mientras se sentía empujada hacia atrás hasta quedar aprisionada contra la pared. 


Consiguió dar unas cuantas patadas que dieron en sus espinillas antes de rendirse por fin con el pecho jadeante


-Creo que me llevas ventaja en un cuerpo a cuerpo. Suéltame, Pedro -dijo mirando con nerviosismo a la puerta cerrada-. Si alguien entrara ahora... Estoy hecha un desastre. Tengo que ir a limpiarme.


Ya que había empezado a calmarse se daba cuenta de lo vergonzosa que era la situación en la que se encontraba.


-Déjame -Pedro se sacó un pañuelo del bolsillo y empezó a limpiarle la cara. Incluso aunque tenía las manos libres, Paula no se movió mientras él le frotaba la cara con ternura-. Te ha caído en el pelo. Es un pelo tan precioso.


Su leve toque y sus suaves palabras parecieron sumergirla en un letargo sensual.


-No es natural, ¿sabes? Me pongo mechas en invierno y me tiño las pestañas.


-¡Y me lo dices ahora!


-Hablo en serio, Pedro.


-Es desilusionante, pero...


-¡Esto no es divertido! -protestó ella con debilidad cuando sus dedos se deslizaron por la graciosa curva de su cuello-. Te odio.


Los dedos de Pedro encontraron una zona pegajosa en su cuello.


-Ha quedado un poco.


Entonces dobló la cabeza y le limpió con la lengua. Si no la hubiera tenido sujeta por las axilas, Paula se hubiera desplomado. Las sensaciones que la asaltaron fueron incendiarias.


-Es la mejor crema que he probado en mi vida -Paula esperaba que las piernas la aguantaran cuando Pedro la soltó y apoyó ambas manos contra la pared-. ¿Quieres probar un poco?


Sus roncas palabras evocaron una vivida imagen de ella lamiendo su cuerpo antes de que se derritiera en la cálida superficie de su piel.


-¡No! -jadeó como si le hubiera hecho una sugerencia indecente.


-Pensé que eras más aventurera.


El tono burlón en su ronca carcajada le hubiera hecho protestar si él no hubiera fundido sus cuerpos por la parte inferior.


-Eres un hombre muy malo -susurró con voz ronca.


La presión contra las sensibles zonas de su abdomen era indescriptible. Paula sintió un ligero alivio al notar que su deseo no era menos urgente que el de ella.


-Seré malo si eso es lo que tú quieres -prometió él con un susurro.


-Eres tú lo que quiero -gritó ella de repente-. ¡Oh, Pedro!


Con un gemido entrelazó los dedos alrededor de su cabeza mientras él entreabría los labios para dejar acceso a su lengua.


Paula se arqueó sinuosa para apretar más el cuerpo contra él.


-Puedes dejar la crema. Te comeré a ti.


Los brazos alrededor de su tórax se apretaron con fuerza cuando ella susurró a su oído.


-Tío Alejo dice que podemos empezar a comer cuando todo el mundo esté listo. ¿Por qué no podemos...?


-Solo mira, tío Alejo. Ellos también han hecho un desastre.


Paula miró con impotencia a sus espaldas ante las miradas de los sobrinos idénticos de Alejo, uno de ellos sentado sobre los hombros de Samuel Rourke.


-Nosotros... nosotros.


Dirigió una ansiosa mirada de socorro en dirección a Pedro.


-Teníamos hambre.


Pedro recibió su mirada de reproche con gesto de inocencia.


-¡Vaya con la caballerosidad! Muchas gracias. Y si te ríes, Samuel, yo...


Plantó las manos en las caderas y lo miró con resentimiento.


-Samuel, tendrás que mantener a estos dos alejados de la comida o... -Ana se detuvo con los ojos como platos al contemplar la escena que tenía delante-. ¡Ah, ahí te habías metido, Paula! Estaba a punto de enviar a Alejo a buscarte.


-Pedro la encontró. Y la pobre chica se estaba muriendo de hambre, así que...



-¡Samuel! -gritó Ana intentando sin éxito contener la risa.


-Me alegro de haberte procurado diversión -se atragantó Paula-. No te importe reírte a mi costa. Y pensé que al menos tú tenías más tacto -le dijo a Samuel.


Aquello fue demasiado para Ana, que se dobló de la risa.


-Voy a limpiarme -dijo Paula con helada dignidad.


-Yo iría por las escaleras de atrás si fuera tú -dijo su hermana a sus espaldas.


Paula siguió su consejo.




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