sábado, 7 de octubre de 2017
RUMORES: CAPITULO 31
Pedro pasó un brazo por el respaldo del banco y le rozó ligeramente los hombros. Paula sintió un escalofrío por todo el cuerpo.
-Hace frío aquí, ¿verdad? -comentó Lidia.
Los dedos de Pedro le rozaron la nuca.
-Yo te siento caliente -el débil roce de sus dedos contra su piel le produjo oleadas de deseo por todo el cuerpo tembloroso-. El joven Joaquin parece un admirador tuyo.
-¡Oh, somos uña y carne! Por Dios bendito, Pedro. Es un crío. Supongo que no pensarás también que soy una pederasta.
Estaba harta de que interpretara mal hasta la más inocente de sus acciones.
-Está mucho más cerca de tu edad que yo.
Paula creyó notar un tono de insatisfacción en la voz de Pedro. Seguramente no estaría celoso de Joaquin, ¿verdad?
El niño que tenía en brazos lanzó un gorgorito y la miró con cara de total confianza. Era el tipo de gesto que provocaba calidez a cualquier mujer y Paula no era una excepción.
«Probablemente acabaré como una solterona rodeada de gatos», pensó con tristeza.
-¿No es un querubín? -suspiró Lidia tocando la barbilla redondeada de su sobrino.
-Agárralo si quieres.
-¿Puedo?
Un problema resuelto. Ella no estaba en condiciones de sujetar a un niño pequeño en ese momento. Tenía los síntomas clásicos de la conmoción: sudores fríos, temblores y el cerebro nublado.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Me pidieron que fuera el padrino de Jose.
-Ya sabes lo que quiero decir. ¿Y por qué llevas calcetines verdes fluorescentes?
No pudo dejar de mencionar aquel detalle. El color resaltaba demasiado contra su traje oscuro.
-Ya te he contado que no distingo los colores. ¿Cuál es tu excusa? ¿Por qué te aterran tanto los niños?
-¿Qué? Ah, quizá porque sean muy imprevisibles. Y siempre fui muy torpe de pequeña -frunció el ceño al recordar sus largas extremidades-. No puedes dejar caer a un bebé. Y no cambies de tema.
En aquel momento regresó Ana a recoger a su hijo.
-El vicario está listo -anunció.
Los niños se comportaron de forma impecable durante toda la ceremonia. Paula consiguió dar las respuestas correctas sin poder evitar vibrar ante el tono de barítono del hombre que tenía a su lado. Estar juntos en aquella ocasión tan familiar era terriblemente doloroso. Él pertenecía a otra mujer y lo peor era que ella no tenía control sobre sus sentimientos. ¡No le hubiera deseado aquella situación ni a su peor enemigo!
-El vicario y su mujer volverán a casa con mamá y papá. Pedro dice que te llevará él.
-¡No! No me llevará -no le importó que la miraran con sorpresa. Una tenía sus límites-. Pedro querrá estar a solas con su mujer ¿Dónde está Rebecca?
No la había visto hasta el momento entre los asistentes.
-¡Mujer! -Ana se volvió a Pedro con una mirada interrogante, pero él no rompió el silencio.
-No incordies, Ana. Me apetece pasear. Es solo media milla.
-¿Pasear?
-¡Por Dios bendito, pareces un loro!
-¿También lo has notado, tú, ¿verdad? -dijo Alejo enroscando un brazo alrededor de la cintura de su mujer-. Deja a tu hermana tranquila, Ana. Un buen paseo sirve para despejar el desfase horario.
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