lunes, 25 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 19





PAULA OYÓ que llegaba el taxi justo cuando Pedro, con la camiseta empapada en sudor, entraba en la cocina. Casi sin resuello, se inclinó hacia delante y apoyó las manos sobre sus poderosos muslos. Tenía las piernas salpicadas de vello oscuro. Como su piel, estaba húmedo y brillante. Paula tragó saliva y desvió la mirada.


—He salido a correr —explicó de forma innecesaria al tiempo que se enderezaba.


—Ya lo veo —Paula comprobó que había metido el móvil en el bolso antes de cerrarlo y echárselo al hombro con decisión.


Por dentro, estaba como un flan y en absoluto decidida. 


Obedeció el impulso de lanzar a Pedro una mirada furtiva y lo lamentó en cuanto su corazón empezó a latir de forma angustiosa. ¿Cómo era posible que no se hubiera percatado hasta entonces de lo magnífico que era?


—Me ayuda a pensar —añadió, y Paula asintió vagamente. Ella había renunciado a cualquier pensamiento coherente hacía escasos segundos—. Paula, en cuanto a lo de anoche...


—Ahora no, Pedro, tengo que ir al hospital —para rehuir su mirada, abrió el bolso y fingió buscar algo importante. No quería oírle decir que lo de anoche había sido un error, al menos, todavía no, pero intentaba ser realista aunque no lo lograra.


¡Despertarse sola había sido una dosis sobrada de realismo para toda la mañana! Apretó los dientes al recordar la soledad que la había invadido al alargar el brazo hacia él, somnolienta, y encontrar la almohada vacía.


—El taxi espera.


—Puedo llevarte yo —dijo Pedro, y se despojó de la camiseta sudada con un movimiento fluido y elegante.


Paula echó un vistazo al torso bronceado y musculado y a punto estuvo de salir corriendo de la habitación.


—No, no importa, ya he pedido un taxi —balbució antes de poner la mayor distancia posible entre ella y Pedro.



*****

Benjamin ya había sido trasladado a la iluminada y alegre sala de maternidad. Chloe, luciendo un interesante arco iris de colores en un lado de la cara debido a la contusión, estaba sentada a su lado. Alzó la vista cuando vio entrar a Paula y se puso en pie.


—¿Cómo está? —preguntó Paula, con la mirada puesta en la minúscula figura vulnerable que estaba en la cuna.


—Mejor de lo que esperaban.



Paula exhaló un suspiro de alivio.


—Nunca dicen nada por teléfono, ¿verdad? No te levantes por mí —le dijo a Chloe, sintiéndose incómoda. ¿Quién era ella para interponerse entre una madre y su hijo?


—No, ya me iba. Voy a tomar un café con Ian. ¿Paula?


—¿Cómo? ¿Ya no soy tía Paula?


Chloe le brindó una sonrisa tímida.


—No nos llevamos tantos años, ¿no crees? —respondió, como si hubiera reparado en ello por primera vez—. ¿Podríamos hablar dentro de un rato? —preguntó, con atípica inseguridad.


—Claro —accedió Paula, que intentaba no parecer tan preocupada ante aquella perspectiva como se sentía.


Fue Ian quien se acercó poco después y le sugirió que se reuniera con Chloe en la cafetería mientras él velaba a Benjamin. 


Paula no tenía una excusa legítima para no cooperar porque Benjamin estaba dormitando otra vez, así que accedió con desgana. Ian le tocó el hombro mientras ella se ponía en pie.


—Sé que... —una expresión de impaciencia asomó a su rostro distinguido—. ¿A quién intento engañar? No puedo saber cómo debiste sentirte cuando Chloe dijo que quería recuperar a Benjamin —le dio un apretón amistoso en el hombro—. Pero me lo imagino —añadió con mirada compasiva—. Debo apoyar a Chloe en lo que decida. Sea lo que sea —le explicó en tono de disculpa—. A decir verdad, no creo que lo meditara en profundidad y, si te sirve de consuelo, creo que se está dando cuenta.


Paula lo miró y sonrió.



—La quieres mucho, ¿verdad?


Ian se encogió de hombros.


—En las alegrías y en las penas, como se suele decir.


Paula obedeció a un impulso y le dio un rápido beso.


—Creo que Chloe es muy afortunada —dijo con voz ronca. Se dio la vuelta y, apenas había dado unos pasos, cuando a punto estuvo de chocar con Pedro—. ¿Qué haces?


Pedro no contestó de inmediato, sino que se limitó a contemplarla con expresión furibunda, preso de intensas emociones.


—Te haría la misma pregunta —contestó al final—, si no hubiera sido tan obvio —lanzó una mirada de odio a Ian, y Paula casi pudo ver los puñales clavados en la espalda del actor.


«No pienso disculparme por un beso inocente en la mejilla», decidió Paula, y alzó la barbilla en actitud desafiante.


—Voy a ver a Chloe —le explicó, y esperó con impaciencia a que Pedro se hiciera a un lado. Este no se movió.


—Pensaba que iban a darle el alta esta mañana. ¿Ha tenido una recaída? —no parecía muy consternado por aquella posibilidad.


—No, he quedado con ella en la cafetería —por fin, Pedro se apartó, pero por desgracia para ella, echó a andar a su lado—. A solas —añadió con énfasis. La experiencia le decía que no tenía mucho sentido andarse con sutilezas con Pedro—. Así que vete.


—¿Quieres que me vaya?


La pregunta hizo que Paula se detuviera en seco, y su indignación se esfumó.


—En realidad, no —reconoció con voz ronca. Ya había sido muy triste despertarse sola aquella mañana, la idea de que Pedro se esfumara de su horizonte personal la horrorizaba. Quizá solo estuviera postergando lo inevitable, pero por el momento, no importaba.


—Si sientes la necesidad de besar a los hombres, estoy a tu disposición.


Una pequeña sonrisa de superioridad asomó a los labios de Paula al alzar el rostro hacia él. 


—¿A eso llamas besar? —se burló. 


—No, a esto —y procedió a demostrarle la diferencia. El poder de persuasión de Pedro era notable.


—Sí... bueno... —comentó Paula vagamente cuando la cabeza dejó de darle vueltas—. Eso ha sido... innecesario —anunció con severidad.


Los ojos oscuros de Pedro adoptaron una mirada íntima y personal. —¿Pero agradable?


—Muy agradable, en realidad, pero sigo sin querer que me acompañes.


Pedro parecía dispuesto a aceptar su decisión en aquella ocasión.


—Entonces, hasta luego —y se alejó en dirección contraria.


¿Sería cierto?, pensó Paula con aflicción, e intentó concentrarse en Chloe y en lo que le diría a su sobrina. Al final, fue Chloe la que más habló, y todo lo que dijo sorprendió a Paula.


—Los niños son una gran responsabilidad, ¿verdad? —Chloe jugaba nerviosamente con el brazalete que adornaba su delgada muñeca.


—Fue un accidente, tú no tuviste la culpa —la tranquilizó Paula.


—No —reconoció Chloe de inmediato, con expresión perpleja—. Pero imagino que te habrás sentido así siempre que se ha puesto enfermo. Estaba desesperada.


—Intento no protegerlo demasiado, pero no es fácil —reconoció Paula—. Los hijos tienen sus compensaciones —añadió en voz baja—. Dan más de lo que reciben. 


Chloe no parecía muy convencida. 


—No... No estoy acostumbrada a preocuparme de nadie salvo de mí —confesó con atropello—. Soy egoísta, y me gusta serlo —lanzó las palabras al aire como un desafío y esperó a que Paula pronunciara su condena. Cuando no lo hizo, reflejó su frustración—. Sé que piensas que es patético, pero me gusta ser el centro de atención. No quiero compartir a Ian con nadie —se mordió el labio y bajó los ojos. Paula tuvo que aguzar el oído para oír lo que decía—. Benjamin te llamaba después del accidente. Ian me lo dijo.


—Bueno, apenas te conoce... —Paula tragó saliva y maldijo en silencio los escrúpulos que le impedían aprovecharse de la situación— todavía —añadió, para suavizar el golpe.


—¿Por qué haces esto? —preguntó Chloe, y alzó la cabeza con ademán enérgico. Tenía las pestañas, por una vez sin pintar, humedecidas—. No quieres que me quede con Benjamin. Lo único que tienes que hacer es decirme lo inútil que soy como madre y las dos sabríamos que es cierto. ¿Por qué estás siendo amable conmigo? —sin pensar, repitió la pregunta que Paula se hacía a sí misma.


—Tú eres la madre de Benjamin.


—Yo lo di a luz.


—¿Qué intentas decirme, Chloe?


—Que debe quedarse contigo.


Paula no era consciente del peso que llevaba sobre los hombros hasta que no desapareció como por arte de magia.


—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó, cuando la cautela y el sentido común se abrieron paso entre el alivio. No sabía si podría repetir la experiencia dentro de varios años, cuando Chloe volviera a cambiar de idea.


—Para siempre. Lo haremos legal, si tú quieres.


—¿Estás segura? Quizá deberías esperar...


—Ya lo he decidido. No tengo espacio en mi vida para un niño... Quizá nunca lo tenga.


—¿Y qué piensa Ian de todo esto? —le preguntó Paula. 


Chloe pareció sorprendida por la pregunta.


—Ian quiere que yo sea feliz —le explicó en pocas palabras.



****

La enfermera en prácticas se permitió volver la cabeza por segunda vez mientras se alejaba de la figura alta que se inclinaba sobre el niño dormido en la cuna. Se preguntó si no sería una falta de profesionalidad pedirle un autógrafo.


Paula entornó los ojos con cinismo al reparar en aquella mirada furtiva.


—¿Te ha llamado...?



—¿Padre? Sí, así es —reconoció Pedro, que parecía un poco sorprendido por la experiencia—. Es la primera vez que me llaman padre.


Y, seguramente, no sería la última, pensó Paula, mientras se mordía sus cuidadas uñas. Pedro podría engendrar tantos bebés como quisiera en el futuro.


—Hace años que no te muerdes las uñas —observó Pedro, y se sentó en una silla junto a la cuna. Paula se retiró la mano de la boca con nerviosismo.


—Ha sido un día muy agitado.


El profundo suspiro de Pedro sugería que estaba de acuerdo.


—Por fin se ha dormido —declaró.


Lo dijo como si no hubiera hecho falta una buena dosis de paciencia y persuasión para lograrlo.


—No ha sido gracias a ti.


—Me pediste que lo entretuviera —protestó Pedro.


—Guarda esa mirada perpleja y dolida para la enfermera —le aconsejó Paula con aspereza—. Te pedí que lo entretuvieras, pero de haber sabido que ibas a sobreexcitarlo, no me habría molestado en tomarme un descanso.


—Tampoco te habrías molestado en comer —Pedro realizó un atento escrutinio de su esbelta figura—. Y no puedes permitirte el lujo de adelgazar.


—Anoche no fuiste tan exigente —replicó Paula con enojo.


—Yo siempre soy exigente, Paula—la tranquilizó. Y la forma en que la miraba hacía latir el corazón de Paula con desenfreno. Tragó saliva.


—No sabes lo halagada que me siento —replicó con sarcasmo.


—No te imaginas lo mucho que me preocupa cómo te sientes, cielo.


—¡No soy tu cielo! —le espetó Paula, con llameantes ojos verdes.


Pedro bajó la vista a sus agitados senos.


—No —corroboró con suavidad—. Eres más terrenal y felina... y aun así, angelical.


—¿Quieres dejar de decir tonterías?


—Sí. Ya es hora de que hablemos en serio.


Paula tuvo un mal presentimiento.


—¿Ah, sí?


—Sí. Pero no podemos hablar aquí —Pedro hizo una mueca de insatisfacción mientras paseaba la mirada por la silenciosa sala en penumbra—. Vamos a un lugar más privado. Llevo intentando hablar contigo todo el día, pero tú no haces más que salir corriendo.


Y si tuviera alguna otra excusa para huir, eso sería lo que Paula estaría haciendo.


—No quiero ir a ningún lugar privado contigo, así que deja de arrastrarme por la fuerza.


—Solo te estaba guiando, pero tú verás... —Pedro retiró la mano del hombro de Paula con exageración—. Cualquiera diría que te estoy arrastrando al fondo de la cueva, como un cavernícola... Aunque no veo mal alguno en ese método, por cierto —añadió con una sonrisa amable y gélida—, sobre todo siendo tu amante. Bien, está vacía —anunció después de asomar la cabeza por la puerta del pequeño saloncito reservado a los padres.


—¿Siendo mi qué? —no era el mejor momento para que Paula sintiera la punzada de ansia sexual en el vientre.


—¿Prefieres novio? —Pedro parecía considerar seriamente la opción—. Un poco insulso, ¿no crees? De todas formas, dejando a un lado mi título, antes negué la entrada a una persona que quería ver a Benjamin —miró a Paula como si el recuerdo le produjera un inmenso placer.


—¿A quién? —inquirió Paula con voz débil.


—A mi a... Perdona —desplegó una sonrisa vacía de humor—. A mi padre.


Aquello explicaba su satisfacción.


—¿Y se fue? ¿Así, sin más? —eso no parecía propio de Edgar Alfonso.


—No sin más, exactamente... hizo falta un poco de persuasión. Además, puso en duda mi derecho a echarlo.


—Pero lograste convencerlo.


—Me limité a explicarle la situación —anunció Pedro con arrogancia.


—Cuando tengas un momento libre, ¡quizá quieras explicármela a mí también! Pero no ahora —suplicó Paula con ironía, cuando Pedro abrió la boca para complacerla—. Mi sistema nervioso tiene un límite de conmociones que puede sufrir en un mismo día. ¿Llegaste a preguntarle lo que quería?


—Benjamin, imagino... ¿no crees? —Pedro contempló cómo Paula palidecía, y la mano que se llevó a los labios estaba temblando.


—No lo dirás en serio.


—Olvídate de mí —le aconsejó Pedro—. Es del viejo de quien tienes que preocuparte, y él sí que lo hace todo en serio. Benjamin es su nieto y, en lo que a él respecta, un Alfonso. Ya separó a un Alfonso de su madre —le recordó en tono sombrío—No pensarás que sus escrúpulos van a impedir que lo haga otra vez, ¿verdad? Siéntate.


Paula, estupefacta, se dejó caer en uno de los sillones.


—Pero Chloe es la madre de Benjamin, y ella quiere que sea yo...


—¿Se mantendrá Chloe igual de firme si Edgar pone un jugoso talón delante de sus ávidas narices? —agitó un invisible talón delante de ella y, justo antes de retirar la mano, pareció pensarlo mejor—. Tienes una nariz muy bonita —deslizó la yema del pulgar por la punta de su pequeña nariz obedeciendo a un impulso.


—Lo que dices es horrible.


—¿Que tienes una nariz preciosa? —a pesar de la defensa que Paula hacía de su sobrina, Pedro vio la duda reflejada en sus ojos esmeralda. Retiró la mano pero deslizó los dedos por la curva de su mejilla mientras lo hacía, y sintió cómo Paula se estremecía de pies a cabeza. Pedro se alegró de aquella reacción. Si iba a obsesionarse con el cuerpo de una mujer, sería menos preocupante que ella también se obsesionara con él.


—Ya sabes a qué me refiero —protestó Paula.


—No me mires así, encanto. Yo solo soy el mensajero.


—Al menos, podrías no poner cara de estar disfrutando de lo lindo de tu misión.


—Sería diferente si estuvieras casada y disfrutaras de cierto desahogo económico. Al viejo le costaría trabajo demostrar que no eres la persona adecuada para cuidar de Benjamin.


—Soy una persona respetable y responsable.


—Un pilar de esta comunidad —corroboró Pedro con agrado.


—Y no tengo deudas —masculló Paula.


—Puede que no, pero tampoco tienes dinero ahorrado para cuando lleguen las vacas flacas.


Paula se mordió los labios mientras meditaba en silencio en la verdad de aquellas palabras.


—Hay cosas más importantes que el dinero.


—No cuando no se tiene.


Paula apretó los dientes. ¿Por qué diablos Pedro siempre tenía una respuesta?


—Benjamin ya no es un bebé, podré volver pronto al trabajo.


—Y el niño tendrá que arreglárselas solo en casa. Ya entiendo.


—¡Estaba pensando en buscar a una niñera, no en dejarlo solo!


—Hay una solución muy sencilla.


—Claro, podría tocarme la lotería. Adelante —lo apremió cuando la pausa de efecto de Pedro se prolongó demasiado—. Soy toda oídos, ¿a qué esperas?


—Cásate conmigo.


Paula abrió los ojos de par en par y profirió un gemido de incredulidad al tiempo que movía la cabeza.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario