Los días se convirtieron en semanas y Pedro no podía seguir justificando el hecho de quedarse en casa para ayudar a Paula. Así que, decidió regresar a trabajar al hotel.
Nada más entrar se fijó en que habían retirado el mostrador de la recepción, ése que a Paula tanto le gustaba.
—¿Dónde está el mostrador? —le preguntó a George nada más verlo.
—Está fuera. Lo han sacado esta mañana. Tú dijiste que querías que sacaran todos los accesorios y ése ha sido el último —ladeó la cabeza—. La verdad es que me pregunté si también había que sacar el mostrador, pero los chicos lo hicieron antes de que me diera cuenta. Está entero. Es muy bonito. Y pesado. Está hecho de madera de caoba. Es una lástima tirarlo. Las estanterías también están. Imaginamos que tendrías pensado qué hacer con ello.
—Sí. Vamos a restaurarlo. Quería que lo quitarais, pero con cuidado.
—Lo han hecho con cuidado, Pedro. Ve a verlo, está junto a la puerta.
Pedro se acercó a verlo y acarició la encimera. La madera estaba rallada por las numerosas llaves que se habían dejado encima con el paso de los años. Aquella madera estaba impregnada de historia. Recordó a Paula detrás del mostrador. Por eso quería guardarlo. Porque a Paula le encantaba, y eso le parecía razón suficiente.
Se agachó para mirar por debajo de la encimera, en el hueco que quedaba entre la primera balda y la parte de atrás, para ver si podía averiguar cómo podrían reparar la encimera.
No podía ver mucho. El sol de septiembre brillaba con fuerza y hacía que el hueco estuviera en plena oscuridad. Había algo blanco, un rectángulo largo pegado en la parte inferior de la encimera. Lo tocó con la mano. ¿Era un sobre?
Lo despegó y se puso en pie, mirándolo antes de leer: Copia del testamento de Bernardo Henry Dawes.
Estaba fechado el día diez de marzo. Seis meses atrás, y unas semanas antes de la muerte de Bernardo.
También indicaba que el original estaba en manos de Cooper Farringdon, Solicitors, en Yoxburgh. Y no en las de Barry Edwards. Por eso él no sabía nada al respecto.
Pedro estaba mirando el sobre cuando Nico se acercó a él.
—¿Qué es eso? —le preguntó.
Pedro se lo entregó.
—Ya —dijo al leer el sobre—. ¿Dónde lo has encontrado?
—Pegado bajo el mostrador.
—¿Y por qué diablos lo pondría allí? ¿Y por qué se lo dio a un abogado que no es el suyo habitual?
—¿Por qué no se fiaba de Ian? ¿Por qué sabía que lo encontrarían cuando se reformara el hotel? ¿O por qué no estaba completamente seguro de lo que quería?
Pedro no lo sabía, pero sí sabía que debía decírselo a Paula.
—Creo que tenemos que contactar con nuestro abogado —dijo Nico—. Déjamelo. Yo lo llevaré. Conseguiremos que nos reciba ahora. Ve a buscar a Paula. Dile que deje a Lily con Georgia, si no quiere traerla.
Pedro se dirigió a casa con el corazón acelerado. ¿Qué pondría en el testamento?
¿Y qué repercusión tendría sobre Paula y Lily?
¿Y sobre él?
******
—Llegas muy temprano —Paula, al ver que parecía preocupado, se sentó en el banco del jardín y lo miró—. Pedro, ¿qué ocurre?
—Hemos encontrado el testamento.
—¿Lo tienes? —preguntó Paula después de respirar hondo.
—Lo tiene Nico. Lo ha llevado al abogado. Pensamos que debíamos abrirlo de forma oficial.
—Ah. Sí, claro. ¿Y nos dirá lo que pone?
—No lo sé. Es una copia. Tendrá que ponerse en contacto con el abogado que tiene el original.
—¿Barry Edwards?
—No. No es Edwards. Se llama Cooper, Farringdon.
—Mike Cooper… ¡Por supuesto! Fue por allí varias veces antes de que Bernardo muriera. Después, no volví a verlo. Se retiró hace algún tiempo. Solía venir a verlo de vez en cuando. Era su amigo, creo. ¿Y dónde lo has encontrado?
—Pegado bajo el mostrador.
Ella cerró los ojos y se preguntó cómo podía haber sido tan idiota.
—¿A la derecha?
—Sí. ¿Por qué?
—Antes de morir me dijo algo acerca de que se había ocupado de mí, y dijo: en el registro de salida. Lo repitió dos o tres veces, pero se encontraba tan mal que no quise presionarlo, así que le dije que no se preocupara. No comprendí lo que significaba, pero cuando la gente se marchaba del hotel, ahí guardábamos los papeles, en el lado derecho del mostrador, en la primera balda. ¡No sé cómo no pensé en ello!
Se puso en pie y le flaquearon las piernas.
—¿Podemos ir a hablar con Mike Cooper?
—Creo que nuestro abogado lo llamará.
—Bien.
Así descubriría cuáles eran sus opciones. Pero tenía miedo de que no incluyeran a Pedro.
Desde que había nacido Lily, él no la había abrazado, no la había acariciado, no la había besado. Y si se mantenía tan distante, quizá significaba que sólo había estado divirtiéndose mientras ella estaba disponible. Era cierto que ella le había dicho que no le pedía que se quedara para siempre, y parecía que él se lo había tomado al pie de la letra.
De pronto, el testamento se convertía en la salida de una situación imposible y dolorosa.
No esperaba mucho dinero. El suficiente como para dar la entrada de una casa y para poder ofrecerle una buena vida a Lily. Era todo lo que quería y lo que necesitaba. Lo justo para tener cierta seguridad. Entonces, podría dejar de preocuparse por el futuro y continuar con su vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario