No se reunieron con Mike Cooper hasta aquella tarde, para que Ian Dawes tuviera tiempo de llegar desde Londres. El hecho de que estuviera dispuesto a ir tan rápido era interesante, igual que la cara que puso cuando vio a Paula con el bebé.
—Ha nacido ya —dijo sorprendido.
—Estamos en septiembre, Ian —dijo ella—. Me quedé embarazada en noviembre, cuando Jaime estaba en casa. No soy un elefante. Lily, dile hola al tío Ian.
El hombre frunció el ceño y Pedro deseó matarlo. Era evidente que todavía no creía que Lily era la hija de su hermano, pero ya estaban haciendo la prueba del ADN, al menos la parte de la pequeña. Ian se había negado a colaborar hasta que no hubiera un mandato judicial al respecto.
Y allí estaban, en el antiguo despacho de Mike Cooper.
—¿Así que ésta es tu pequeña? —dijo Mike—. Es igualita que su padre — añadió con una sonrisa antes de desplegar el testamento sobre la mesa—. Quiero pediros disculpas por haber tardado tanto en revelaros el contenido del testamento. Puesto que ya me he retirado, no me enteré de la muerte de mi cliente hasta que esta mañana me llamaron de la oficina. Es evidente que él no os contó dónde dejaba el
testamento. En cualquier caso, ya lo tenéis, así que, si estáis preparados… —dijo él, y comenzó a leer.
Era pura jerigonza. Bueno, para la mayoría. Para Paula, que había estudiado Derecho, sólo era jerga legal.
Y tal y como Bernardo había prometido, se había ocupado de Lily.
Mike Cooper leyó:
A mi hijo Ian le dejo la cantidad de diez mil libras. Respecto a los bienes residuales, los fideicomisarios retendrán la mitad para los hijos de mi difunto hijo Jaime, independientemente
de que hayan nacido o se encuentren en el vientre de su madre. Respecto a…
Paula no escuchó el resto porque Ian estaba haciendo tanto ruido que no permitía que se escuchara la voz de Mike.
Mike se quitó las gafas, miró a Ian y dijo:
—Señor Dawes, le agradecería que pudiéramos llevar esto de manera formal y sin interrupciones —continuó leyendo.
Paula se quedó mirando a su hija y tragó saliva. ¿De veras le había dejado a Lily la mitad de la herencia? ¿Y a Ian sólo diez mil libras? No podía ser, a menos que las deudas de Bernardo fueran enormes. Algo que era posible.
Bernardo se había preocupado de asegurar el futuro de Lily, a pesar de estar muy enfermo.
—¿Será suficiente para dar la entrada para comprarle una casita? —dijo ella, y Mike Cooper se rió.
—Creo que sí, cariño. Por lo que me ha dicho Barry Edwards, cuando se salden las deudas y se paguen los impuestos, quedarán más de un millón de libras, y la mitad le pertenece a Lily, y tú podrás administrárselo hasta que cumpla los dieciocho años. La otra mitad, por supuesto, es tuya para hacer lo que desees. Así que podrás comprar una casa. Una casa buena.
—¿Mía? —dijo ella—. ¿Por qué mía?
—Porque ésos son los términos del testamento —lo leyó de nuevo, y esta vez Paula sí que lo oyó.
Una mitad de los bienes residuales se la dejo a Paula Chaves, por los cuidados y la atención que me ha dado y, en el caso de que el hijo de mi hijo Jaime no sobreviva, entonces, todos los bienes residuales serían para Paula Chaves.
—Le ha dejado diez mil libras a su hijo y, del resto, la mitad es un fondo para Lily, y la otra mitad para ti, cariño. Y si le sucediera algo a Lily, entonces, tú heredarías su mitad.
—¿Yo? —se volvió para mirar a Pedro.
Él tenía la misma cara de asombro que ella.
—Sólo si Lily es hija de Jaime —dijo Ian—. Y eso hay que demostrarlo. Si no es la hija de Jaime, me tocaría a mí. ¡Maldita sea, todo debía ser para mí! En qué diablos estaba pensando ese viejo bastardo…
—¡Señor Dawes! —exclamó Mike Cooper, poniéndose en pie—, ¡No permitiré ese lenguaje en mi despacho! Durante la preparación del testamento hablé largo y tendido con su padre y, él mostró admiración por la señorita Chaves y preocupación por su futuro. Ella no le pedía nada, trabajaba sin cobrar, y siempre cuidó de él. Lo único que dijo de usted fue que siempre fue un niño egoísta, y que se convirtió en un hombre egoísta. Sus palabras son claras. En el caso de que no sobreviviera el hijo de Jaime, todo lo heredaría la señorita Chaves. Lo único que le corresponde son diez mil libras.
—¡Me opondré!
—Por supuesto, tiene libertad para hacerlo, pero he de decirle que su padre estaba en su sano juicio cuando redactó el testamento y que lo escribió tras mucha reflexión. Sus posibilidades de ganar son tan escasas que diría que nulas, pero si así es como desea gastarse su legado, es su decisión, pero no he venido hasta aquí para escuchar sus tonterías —se volvió hacia Paula y dijo—: Señorita Chaves, tengo una copia del testamento para usted. Si necesita alguna aclaración, no dude en llamarme. ¿Señor Dawes? Su copia.
Ian estaba furioso.
—¡Mis abogados se pondrán en contacto con usted! —gritó, y salió dando un portazo.
—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlos? ¿O puedo irme a casa?
*****
—No puedo quedármelo.
Estaban sentados en los escalones del jardín contemplando la luna y bebiendo una copa de champán.
—¿Por qué?
—Porque debo dárselo a Ian.
—¿A Ian? Paula, ¿estás loca? Es un canalla. Incluso su padre lo sabía. Por eso le dejó tan poco.
—No —dijo ella—. Le dejó diez mil libras porque eso es lo que le había dado a Jaime durante los meses anteriores a su muerte, y Bernardo siempre fue muy justo. Pero me siento culpable, como si todo el mundo pensara que yo me gané su afecto y lo convencí para que cambiara su testamento…
—Tonterías. Te portaste muy bien con él mientras sus hijos no se molestaron ni una pizca. Nico dijo que, sin ti, el hotel no habría funcionado. ¿Sabes que él dijo que te consideraba su hija?
—¿De veras?
—Sí. Al parecer, así es como te describió ante Mike Cooper. Te quería, Paula.
—Cielos —ella sentía un nudo en la garganta—. Se portó muy bien conmigo. Lo echo de menos.
—Bueno, podrás pensar en él cada vez que entres en tu casa, ¿no crees?
«¡No quiero tener mi propia casa! Quiero vivir en la tuya.
Quiero que me pidas que me quede aquí contigo, que me digas que me quieres».
—Ya. Si me quedo con ella.
—Tendrás que quedarte con la mitad de Lily, y lo sensato es que compres una casa, aunque sea a modo de inversión. Y tu parte, ¿qué harías con ella? Aparte de dársela a Ian. Quizá tenga que matarte para evitar que lo hagas —dijo él.
¿Qué más podría hacer? ¿Dárselo a una organización benéfica?
—Podrías terminar tu carrera —sugirió él—. Y crear una fundación para ayudar a otros a luchar por sus derechos. Querías dedicarte a Derechos Humanos… Ahí tienes tu oportunidad. Podrías llamarla Fundación Bernardo Dawes.
—Podría —dijo ella—. Desde luego, él daría su aprobación. Gracias —se frotó las sienes y se puso en pie—. Pedro, ¿te importa si me acuesto temprano? Estoy un poco abrumada —«y necesito llorar en privado porque sólo hablas de que me voy a ir, y no puedo soportarlo…».
—Claro —se puso en pie y regresó con ella—. ¿Puedo ofrecerte algo?
—No, estoy bien. Gracias por acompañarme hoy.
—De nada.
Ella dudó un instante, dándole la oportunidad de que la abrazara o la besara, pero él permaneció quieto, Paula se volvió y entró en su apartamento, cerró la puerta y comenzó a llorar.
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