jueves, 26 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 34






Una vez Pierre se hubo marchado, se comieron el postre y se dirigieron al salón. Paula se sentó en un sillón, se quitó las sandalias y se apretó los dedos de los pies.


—¿Te duelen los pies? —le preguntó Pedro mientras la observaba.


—En realidad, no.


Pero él se los agarró y los colocó sobre el apoyabrazos del sillón.


—Túmbate y relájate.


—Estoy muy llena —dijo ella, cerrando los ojos.


Suspiró e, incapaz de soportar por más tiempo el silencio que se había apoderado de la situación, levantó los párpados para ver qué estaba haciendo él.


Pedro estaba de pie a su lado y la miraba con una extraña expresión reflejada en la cara.


—¿Qué piensas? —preguntó ella.


Él vaciló.


—Dímelo —exigió saber Paula.


—Estaba pensando en todas las mañanas que me he despertado y me he quedado mirando cómo dormías, en la manera en la que apartas las colchas con las piernas, en cómo duermes con la mano bajo tu mejilla…


—¿Me has estado estudiando mientras dormía? —preguntó ella, impresionada.


—Frecuentemente.


—¿Por qué? —quiso saber Paula, que siempre había pensado que él no le prestaba ninguna atención.


—Siempre pareces tan tranquila cuando duermes, estás tan guapa… Me hacía sentir placer, algo que llevar conmigo durante todo el día.


—No lo sabía…


—He echado de menos esos minutos cada mañana —confesó Pedro.


—No lo sabía —repitió ella—. Aunque recuerdo que a veces me despertaba con el sonido de la puerta cerrándose detrás de ti cuando te marchabas del ático.


—Era duro marcharse sin darte un beso de despedida.


—Debiste haberme besado.


—Siempre parecías tan tranquila que no quería despertarte.


—Bueno, puedes compensarlo si me besas ahora.


Él se acercó y posó los labios sobre los de ella. La besó con delicadeza y sintió cómo se le aceleraba el pulso, como siempre le ocurría cuando se acercaba a aquella mujer. Le acarició un hombro, la atrajo hacia sí y la besó más profundamente.


Paula sintió cómo las emociones le invadían el corazón, unas emociones dulces y fuertes al mismo tiempo. Él introdujo la lengua en su boca y con la mano le acarició la garganta, los pechos… y se detuvo en su tripa.


Dejó la mano allí, inmóvil.


Entonces rompió el beso y levantó la cabeza.


—Llevas puesta demasiada ropa.


—Quizá.


—En esta ocasión te la voy a quitar yo. No vas a esconder nada ante mí. Y esta vez no sólo voy a mirar, sino que también voy a tocar.


Antes de que ella pudiera protestar, la tomó en brazos y la subió a la planta superior del ático. Cuando la dejó sobre la enorme cama de su habitación, Paula ya no tenía ganas de quejarse. Pedro se arrodilló sobre las colchas y ella pudo ver que su cara reflejaba una expresión sensual, un poder apasionado que provocó que el corazón le latiera apresuradamente.


Le quitó la falda con un solo movimiento, así como la camiseta plateada que llevaba. La despojó del sujetador y de las braguitas con la misma implacable eficiencia.


Paula se sintió tímida durante un momento al verse allí tumbada, desnuda, mientras él estaba todavía vestido.


—He sido un tonto —dijo Pedro con mucha delicadeza—. He tenido conmigo durante todo este tiempo la mayor joya de todas. Y casi la pierdo.


—Oh, Pedro.


—Te amo, Pau. Siento no haberme dado cuenta antes de lo que significabas para mí, de lo que valías. Te compensaré por ello, te lo prometo. Si me lo permites.


—Todo lo que siempre he querido de ti era tu amor —contestó ella, tendiéndole los brazos.


Entonces Pedro se quitó la ropa y Paula no pudo evitar admirar la belleza de su cuerpo desnudo. Se tumbó a su lado y su potente erección era la prueba fehaciente de lo mucho que la deseaba.


Pero cuando le acarició la cara, los pechos, el vientre, lo hizo con mucha delicadeza. Siguió con los labios el rastro de sus manos.


—Eres mía… Me gustan tus curvas, tus pechos hinchados, tu voluptuosidad. Es muy sexy. No me puedo creer que no me diera cuenta antes de que estabas embarazada —comentó él.


Entonces bajó las manos y Paula gimió al sentir cómo le acariciaba el húmedo centro de su feminidad. Se estremeció cuando la acarició más intensamente.


—¡Oh, Dios mío!


Los dedos de Pedro se movieron con más fluidez al verse lubricados por el calor del cuerpo de Paula, que se sintió invadida por una oleada de placer y gimió el nombre de él en alto.


Inmediatamente Pedro se colocó sobre ella y Paula sintió cómo se derretía al ver lo cuidadoso que estaba siendo.


Cuando la penetró con su sexo, fue una sensación completamente diferente a todas las veces anteriores. La pasión todavía estaba allí y las oleadas de placer comenzaron de nuevo. Ella se sintió protegida y valorada, se sintió muy especial.


Después, él no pudo apartar las manos de su cuerpo. Le acarició el pelo, los pechos y, como guiado por una fuerza que no podía controlar, volvió a tocarle el vientre.


—Todavía no me lo puedo creer —dijo con una gran ternura reflejada en los ojos.


—¡Estás contento por los bebés! —exclamó ella al mirarlo.


—Y orgulloso —contestó Pedro, sonriendo—. No puedo esperar para decirle al mundo entero que estás embarazada.


—Espera un momento… —le pidió ella, que nunca habría imaginado aquello.


—Te casarás conmigo, ¿verdad, Pau? —dijo Pedro, con cierto tono de desesperación en la voz.


Paula apenas podía digerir todo aquello. La emoción la estaba desbordando.


—No respondas ahora. Piénsalo y contéstame la noche de la Exposición para que así tengas tiempo de asimilarlo.







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