sábado, 16 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 37





Pedro contó en silencio hasta veinte, para dar tiempo a A.J. a colocarse en posición en la entrada principal del aula. Él entraría por detrás. Calculaba que, una vez dentro, tendría medio segundo para divisar a Paula y a Norwood.


Y rezaba para no equivocarse de figura a la hora de disparar.


Dieciocho… diecinueve. Respiró hondo. Veinte.


A.J. fue el primero en gritar.


—¡Ríndete, Norwood!


—¡Paula!


Pedro empujó la puerta con el hombro, se dejó caer al suelo y rodó por él.


Del extremo más alejado de los asientos salió una ráfaga de balas. A.J. devolvió el fuego desde su posición. Hubo gritos. 


Maldiciones. Más disparos.


—¡Pedro! ¡No! ¡Vete de aquí!


—¡Paula!


Él se puso en pie y se lanzó hacia la voz de ella. Disparó a la derecha, consciente de que no podría acertar, pero con intención de mantener a Norwood quieto en su sitio, de impedir que alcanzara a Paula con alguna bala perdida.



—¡Maldita sea, Pedro! Quiere matarte —sollozó ella.


Pedro llegó hasta ella y lanzó un juramento. Estaba atada, obligada a permanecer erguida en el centro del aula, en la línea de fuego de casi todas las direcciones.


—¡No hables! —dijo. Sacó la navaja de la bota y cortó sus ligaduras mientras A.J. seguía disparando para tener ocupado a Norwood. La liberó de la silla y la abrazó—. Por cierto —susurró—. Te quiero.


—¡Apártate de ella!


Un fogonazo más y sintió una quemadura en el hombro.


—¡Maldita sea!


—¡Pedro!


—¡Ahora, Alfonso!


Rodó por el suelo, arrastrando a Paula consigo.


Se abrieron las puertas y la estancia se inundó de luz. El teniente Cutler y Ethan Cross entraron en la sala, seguidos de un montón de policías.


Pocos segundos después todo había terminado.


Pedro no se movió ni soltó a Paula. Seguía protegiéndola con su cuerpo después del último disparo, después de la orden de rendición, después de que anunciaran que el sospechoso estaba muerto.


Siguió sosteniendo a Paula y a su hijita hasta que A.J. Rodríguez le dio una palmada en el hombro.


—¿Sabes que estás sangrando?


Pedro? —Paula le tocó la cara, el cuello, el pecho, el brazo.


—¡Ay!


Pedro, te han dispa…


Él la silenció con un beso y cuando se apartó para buscar aire, ella sonreía.


—Te quiero, Pedro.


Él sonrió a su vez.


—Me alegro de que al fin te des cuenta. Y…



—¿Sí?


—He roto aguas.



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