sábado, 16 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 33





—Decir esto me destroza la úlcera, pero… —el teniente Cutler hizo una pausa para mostrar hasta qué punto le dolía aquello— buen trabajo, Alfonso.



Miró casi sonriente el caos ordenado de los técnicos de laboratorio, agentes de uniforme y policías de paisano que hacían fotos, catalogaban y guardaban todo lo que pudiera usarse como evidencia en la Clínica Washburn—. Imagínate, un laboratorio de anfetamina oculto dentro de una clínica de lujo para hacer niños.


El elogio del teniente había tardado mucho en llegar, pero Pedro no creía merecerlo todavía.


—Ethan Cross está preparando órdenes de arresto para todos los estudiantes de la lista de donantes. Puede que no todos sean camellos, pero se interrogará a todos.


Un hombre alto y fuerte, que llevaba el uniforme azul del Departamento de Bomberos de Kansas City y mostraba un aire familiar con Pedro, se acercó a darle una palmada en el hombro.


—La Unidad de Materiales Peligrosos lo ha cargado todo. Ya pueden entrar en el laboratorio.


—Gracias.


El teniente Cutler empezó a dar órdenes a sus hombres para que pasaran al laboratorio.


—Tienen suerte de que el sitio no les haya explotado en la cara.


Lautaro Alfonso solía trabajar como investigador de incendios provocados, pero cuando Marcos le había dicho que la tapadera de Pedro se había visto comprometida por el tal Papá, su tercer hermano se había presentado como enlace con el Departamento de Bomberos. Pedro suponía que el resto del clan Alfonso se había movilizado de forma semejante.


Sonrió.


—No tienes que hacerme de niñera.


—Lo sé.


Lautaro, ocho años mayor que Pedro, siempre había dado una imagen de madurez y responsabilidad. En los últimos meses parecía también triste, pero no era hombre que hablara de sus cosas. Al menos hasta que estaba dispuesto a hacerlo.


—Básicamente sólo quería verte. No sabíamos nada de ti. Mamá no se creyó ni por un momento que estuvieras en un seminario en Jeff City.


—Pues dile que estoy bien.


Lautaro movió la cabeza.


—¿Algo más concreto?


—Dile —quizá sería mejor no hablar de ello para no gafarlo—. Dile que he conocido a alguien. Que quiero que conozca a una amiga mía embarazada. ¿Crees que le importará?


—¿Tú has tenido algo que ver con el embarazo?


—¡Ojalá! Pero no.


Lautaro sonrió.



—Sabes que a mamá le encantan los niños.


—Todavía no es algo seguro —aclaró Pedro.


Su hermano le dio una palmada en el hombro.


—No diré ni una palabra. Tú haz lo que tengas que hacer. Sabes que te apoyaremos en todo.


—Gracias.



Los hermanos se estrecharon la mano.


—Estaré por aquí, pero voy a comprobar que todo está bien en el camión antes de que salgan.


Pedro sacó su móvil y marcó el número de Paula. Todavía tenían que detener al mandamás del grupo de traficantes. 


Tal vez fuera el doctor Andres Washburn en persona. Quizá por eso se sentía tan culpable por la adicción de su hijo.


El teléfono sonó y sonó.


Por supuesto, la policía pretendía interrogar a todos los chicos e incluso ofrecerles tratos de favor a cambio de que denunciaran a su jefe.


Pedro también tomaría parte en los interrogatorios, ya que aquél había sido su caso desde el principio y era el que más tenía que ganar si atrapaban al jefe.


Pero antes quería hablar con Paula. Frunció el ceño.


El teléfono de ella siguió sonando hasta que saltó el contestador. ¿Dónde narices se había metido?




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