viernes, 15 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 30





Pedro se despertó con la sensación de un pequeño empujón contra su estómago y el peso de una bella durmiente en el costado.


Miró el cuerpo femenino de Paula y suspiró de contento. 


Así debían ser las cosas entre ellos: sin barreras, sin reservas.


Ninguna psicología podía explicar la conexión que compartían. Simplemente existía.


El tipo de conexión capaz de aguantar amenazas externas, trabajos exigentes y diferencias de edad.


La niña dio otra patada y Pedro sonrió. Besó el pelo de Paula y le acarició el vientre. Luego salió de la cama en silencio para no despertarla.


Cuando entró en la sala de estar, sonó el teléfono. Después de la noche estresante de Paula, y de la mañana exigente, necesitaba dormir. Pedro volvió corriendo al dormitorio y descolgó al segundo timbrazo.


—Residencia Chaves.


Paula se despertó con el sonido de la voz de él y suspiró de contento antes de abrir los ojos. Seguía cuidando de ella.



—¿Quién habla? —preguntó él.


Paula abrió los ojos. Su contento se desvaneció como por ensalmo.


—¿Quiere dejar un mensaje, doctor Jeffers?


—¡No! —Paula se sentó en la cama. ¿El decano Jeffers?


Pedro le sonrió mientras escuchaba el mensaje. Ella intentó acercarse al borde de la cama, pero la niña no cooperaba. 


¿Por qué no había dejado que saltara el contestador? Eran las diez de la mañana. ¿Cómo iba a explicar la presencia de un hombre en su piso?


Al fin consiguió levantarse y le quitó el teléfono de la mano.


—Dame eso.


Se acercó el auricular al oído.


—Soy la doctora Chaves —tiró de la esquina de la sábana, pero estaba metida debajo del colchón y no cedía.


Buscó frenéticamente su bata.


—¿Paula? —la voz de Guillermo Jeffers sonaba entre confusa y preocupada—. Quiero verte en mi despacho lo antes posible.


—¿Para qué? —preguntó ella.


—No quiero hablarlo por teléfono. Por favor.


—Estaré allí en media hora.


—Bien.


En cuanto hubo colgado, Paula vio que Pedro tenía su camisa en la mano, se la quitó y se la puso. Vio sus bragas en el suelo y se las puso también. Luego encontró sus mallas, el sujetador, su rebeca…


Hasta que no lo tenía todo, no se dio cuenta de que Pedro la observaba desnudo desde la puerta del baño.


—Vuelven las normas, ¿eh? —preguntó.


Pedro, por favor. El decano todavía cree que eres un alumno. Y tenemos que actuar como si lo fueras, ¿no? Lo siento —señaló la cama—. Eso no debería haber ocurrido. Fue maravilloso, pero no debería haber ocurrido. Alguien podría enterarse —miró el teléfono—. Creo que alguien se ha enterado ya.


—¿Quieres decir que alguien podría enterarse de que una mujer sana y hermosa se acuesta con un hombre que se está enamorando de ella?


—No —Paula lo miró sorprendida—. No digas eso. Eres muy joven para saber de lo que hablas.


—Soy un hombre, no un niño.


—Lo siento. Tengo que ir a ver al decano. No puedo lidiar ahora con esto, lo siento.


Pedro se acercó a ella y la besó en la boca. Cuando la soltó, tomó su camisa del sofá y empezó a vestirse.


—Piensa en esto —sus ojos parecían cansados y mucho más rejos—. ¿Seguro que lamentas lo de esta mañana porque te han pillado en flagrante delito con un supuesto alumno? ¿O te preocupa que la verdad te deje sin excusas para apartarme de tu vida?



*****


Paula le cortó el paso a Horacio Norwood cuando él salía de su clase.


—¿Por qué has hablado con el decano? —quiso saber.


—Buenas tardes a ti también.


—Déjate de tonterías —salieron varios estudiantes rezagados y Paula se vio obligada a apartarse, pero no estaba dispuesta a dejarlo marchar sin una explicación—. El decano acaba de decirme que cuide mi comportamiento ético y moral. ¿Se puede saber por qué narices le has dicho que puedo estar poniendo en peligro mi vida personal y mi carrera profesional?


—Porque a mí no quieres escucharme —Horacio se colgó el abrigo al brazo y avanzó por el pasillo hacia su despacho.


Paula se colocó a su lado.


—Tus acusaciones son calumniosas.


—Sé de buena tinta que tu amigo el señor Tanner se mueve con gente muy peligrosa.


—¿De qué estás hablando?


Horacio abrió la puerta del despacho de su secretaria e invitó a Paula a entrar delante de él. Colgó el abrigo en el perchero al lado de la puerta y tendió la mano hacia el de ella. La mujer se lo dio.


—Anoche lo vieron aceptar una gran suma de dinero en una discoteca.


—A lo mejor trabaja allí.


—Sólo si vende drogas. O las toma. Es ese tipo de sitio.


Paula abrió mucho los ojos. Una cosa era oírle decir a Pedro que era policía y otra oír los detalles del trabajo que hacía en secreto. No pudo resistir el impulso de defenderlo.


Pedro Tanner no es un drogadicto. Es demasiado listo, sus ojos están demasiado despejados. Es demasiado sano para mezclarse en ese tipo de cosas.


—Puede —Horacio apretó los labios como si reprimiera un comentario desagradable. Llevó a Paula hasta la silla de su secretaría—. Me he enterado del episodio de Kevin Washburn ayer. Es uno de los chicos de los que soy consejero. Alguien tuvo que venderle la anfetamina. Y adivina quién es su amigo más reciente —no esperó la respuesta de ella—. Pedro Tanner.


Pedro no vende drogas.


—¿Cómo lo sabes?


—Es un buen hombre —bajó la voz—. Un buen chico. La otra noche me ayudó con una rueda pinchada.


—¿En mitad de la noche? ¿Y qué hacía en la universidad?


—Había ido a una fiesta.


Horacio asintió con la cabeza, como si aquello le diera la razón.


Paula se cruzó de brazos. ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿Las deducciones de Horacio implicaban que Pedro hacía bien su trabajo? ¿O implicaban que estaba en peligro? No sabía qué pensar.


Horacio suavizó su expresión con una sonrisa de indulgencia.


—Paula, si estas en algún lío a causa de ese chico…


La mujer lo miró a los ojos.


—¿Cómo sabes que Pedro aceptó dinero en una discoteca? —preguntó con cierto humor—. ¿Saliste de juerga anoche?


Creyó ver una tensión momentánea en el rostro del hombre, pero no duró mucho. Él le tomó una mano y se la besó.


—Yo no salgo de juerga —dijo. Tiró de ella para ayudarla a levantarse. Le puso las manos en la cintura—. Y sólo miro a una mujer.


Cuando ella se dio cuenta de que iba a besarla en la boca, le puso las manos en los hombros y lo empujó hacia atrás.


—No hagas eso. No estropees nuestra amistad.


Él movió la cabeza y soltó una risita.


—Deberías haberte casado conmigo hace años. Yo te habría tratado mejor que Simon.


Paula, conmovida por su comprensión, lo abrazó un instante.


—Cualquiera me habría tratado mejor que Simon.


Se rieron juntos y se separaron.


—No has contestado a mi pregunta —ella volvió a sentarse—. ¿Cómo te has enterado de las actividades dudosas de Pedro?


—Sabes que cuido de ti, Paula.


—Lo sé.


Horacio tomó una carpeta que había sobre la mesa y sacó una ficha.


—Uno de mis estudiantes lo vio y me lo ha contado. Éste.


Paula miró la ficha.


—Daniel Brown. Ya sé que tienes motivos para no creer en él, pero…


La mujer cortó su explicación.


—He cambiado de idea respecto al señor Brown. No lo acusaré de plagio.


—¿No?


Paula se pasó una mano por el vientre. Se sentía incapaz de mirar a Horacio a los ojos.


—Pienso incluir una reprimenda en su historial, pero puede volver a clase —le pasó la ficha—. Me debes una.


—¿Me permitirás invitarte a cenar? —levantó la mano como para hacer un juramento—. Sólo como amigos.


—¿Doctor Norwood? Doctor… —una mujer bajita y acalorada entró en la estancia—. He intentado verlo al salir de clase.


—Nos habremos cruzado por el pasillo. ¿Qué ocurre, Sandy?


Paula se levantó para dejar la silla a la secretaria de Horacio. 


La mujer le sonrió.



—No, gracias. Doctor Norwood, dijo usted que le avisara cuando llegara el coche blindado.


El rostro de Horacio se iluminó como el de un niño en Navidad.


—¿Ya está aquí?


—¿Qué es? —preguntó Paula.


—Un revólver Bat Masterson. He pagado bastante dinero para que nos dejen restaurarlo aquí los próximos meses —descolgó su abrigo y se lo puso.


Sandy terminó la explicación.


—Lo entregan directamente en el museo. He pensado que querría verlo.


—¿Paula? —Horacio intentaba mostrarse educado, pero ya estaba casi en la puerta.


—Vete —rió ella.


Sandy tomó su abrigo y corrió detrás de él. Paula se acercó más despacio a la percha.


—¿Se ha ido? —dijo la voz de Pedro.


Ella miró la puerta.


—¿Qué haces aquí?


—Apuntarme a un proyecto de investigación.


Paula lo siguió hasta el despacho de Horacio.


—El doctor Norwood no está.


—De eso se trata —empujó la puerta y entró.


—¿Esto es legal?


—¡Chist! —él se acercó al archivador de Horacio.


—¿No es peligroso que estés aquí? —susurró ella.


Pedro abría cajones y ojeaba carpetas.


—¿Te preocupas por mi?


Un escalofrío recorrió la espalda de Paula.


—¿No necesitas una orden judicial para hacer eso?


—Soy un estudiante, ¿recuerdas?


Se miraron a los ojos. Aquello no era una broma, sino que quería recordarle la distinción que había hecho ella esa mañana.


Pedro, ah…


Pero aquél no era el mejor momento para explicaciones. Él señaló con el hombro.


—Vigila si viene alguien.


Paula se volvió hacia la puerta de fuera.


—¿Qué buscas?


—Esto.


Ella se giró un momento y vio que tenía una carpeta en la mano. Volvió a su vigilancia de la puerta.


—Horacio dice que estás metido en líos —comentó.


—Lo estaré si vuelve a tocarte así.



Paula lo miró por encima del hombro. Él tenía los ojos fijos en los papeles de la carpeta.


—¿Me vigilas continuamente?


—Más o menos. Cuando yo no puedo, hay un par de amigos que lo hacen por mí.


—¿Hay más policías vigilándome?


Pedro levantó la vista.


—Te dije que cuidaría de ti.


Hizo una copia de los papeles que tenía en la mano, dejó la carpeta en su sitio y tiró de la mano de ella hacia el pasillo.


Varios minutos después estaban fuera, bajo el sol de febrero. 


A pesar de la advertencia del decano, a ella le resultó fácil caminar al lado de él, aunque mantenía las manos en los bolsillos y agachaba la cabeza a causa del frío.


—Tú has dirigido varios proyectos de investigación con estudiantes, ¿verdad? —preguntó él.


—Docenas. La universidad paga a los alumnos para que hagan de cobayas en tesis y estudios de doctorado. Y si el alumno responde al perfil que se pide, tiene una oportunidad de incrementar su curriculum y ganar algo de dinero. ¿Por qué?


—¿Alguna vez has dirigido un proyecto sobre medicina forense en el siglo XIX?


—¿Y por qué iba a hacerlo? Ése no es mi campo.


—¿Y por qué un profesor de estudios criminales dirige un proyecto de investigación genética?


—¿Qué?


Pedro sacó las fotocopias de la cazadora y se las pasó. Paula leyó rápidamente el contenido de la primera página. Atónita ante lo que veía, pasó rápidamente a las otras.


—¿Donaciones de esperma? ¿Ése es el programa de investigación de Horacio?


Pedro le puso una mano en la espalda para guiarla hacia su coche.


—Ayer vi a Joey King darle las gracias a Horacio por algo que le había ayudado a pagar el alquiler del mes.


Se detuvieron al lado del Dodge Raen rojo. Pedro sacó las llaves.


—¿Joey también?


—¿Joey también qué?


Él abrió la puerta y la ayudó a subir.


—Según Daniel Brown, esos supuestos proyectos son una tapadera para los camellos de poca monta de la universidad. Ponen su nombre en una lista, donan esperma y utilizan el pago para explicar su aumento repentino de liquidez.


—¿Y crees que Horacio está mezclado con drogas?


—No sé si es el cerebro o es sólo un tonto al que utiliza otro.



Cerró la puerta y dio la vuelta al coche. Paula no podía imaginar a Horacio como un tonto al que utilizaran, pero tampoco como el jefe de un grupo de traficantes. Tenía que haber otra explicación.


Volvió a mirar las páginas para leer los detalles del proyecto.


—Todos estos donantes participan en un estudio de la Clínica Washburn —sintió un frío repentino. Soltó los papeles y se agarró el vientre—. ¿Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!


—Tranquila. ¿Tienes contracciones otra, vez?- Pedro le apretó el muslo—. ¿Qué ocurre?


Ella se aferró a su mano.


—No, no es eso. Uno de esos estudiantes, de mis estudiantes, podría ser el padre.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario