viernes, 15 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 31





—¿Por qué no podemos ir a la Clínica Washburn y descubrir si uno de los números de la lista es el 93579? —Paula movía las manos con vehemencia—. En el despacho de Horacio sí te colaste para ver la lista.


Estaba sentada en el otro extremo del sofá, apoyada en un montón de cojines y con las piernas en el regazo de él. Pedro movió la cabeza y siguió frotándole los pies.


—Vamos, cálmate. Recuerda tu presión arterial.


—Mi presión arterial se va a subir por las nubes si no encuentro algunas respuestas.


Pedro subió la caricia hasta la rodilla de ella. Tenía que decirle algo para tranquilizarla.


—Daniel Brown me dio la idea de buscar proyectos de investigación con conejillos de indias. Como él era mi única pista, he buscado los proyectos en los que participa él. En el centro de investigación me remitieron al despacho de Norwood. Brown Y el siguiente paso lógico es ir a la Clínica Washburn, verdad?


Pedro dejó las manos quietas.


—No podemos. Un amigo está revisando en este momento la lista de nombres para ver si hay alguien con antecedentes. Si vamos ahora a la clínica, alguien podría ponerse en guardia y empezar a cubrir sus huellas. Y estoy demasiado cerca para correr ese riesgo.


—Pero yo podría descubrir quién es Papá.


—Lo sé —él tendió una mano y le apartó el pelo de la sien—. Pero lo descubriremos, te lo prometo.


Paula cubrió la mano de él con la suya y la apretó contra la mejilla, lo que le hizo concebir esperanzas de que quizá empezaba a confiar en él.


—Tu madre te educó bien —giró la cabeza y le besó la palma—. Esperaré —hizo una pausa—. Pero no mucho.


Pedro se echó a reír.


—Ya sé que la paciencia no es tu mejor virtud —se inclinó y la besó en la boca—. Eres una mujer de acción.


—Y tú un pesado.


—Sí, eso es cierto —la besó de nuevo.


Sonó el teléfono móvil en el bolsillo del abrigo y Pedro lanzó una maldición y fue hasta el perchero.



—Aquí Pedro.


—¿Ocupado? —preguntó la voz de A.J.


Pedro lanzó un gruñido.


—¿Tienes algo para mí?


—Casi todos los nombres de la lista tienen algún antecedente. No muchos, la mayoría por posesión de drogas o posesión con intención de vender.


—¿Y Norwood está limpio?


—Sí. Si sabe lo que hacen esos chicos, aquí no hay nada que lo pruebe.


—¿Y cuál es el próximo paso? ¿Una orden de registro de la clínica? Podrían fabricar fácilmente anfetamina en uno de sus laboratorios.


—Pediré la orden —repuso A.J.—. Hay demasiados sospechosos relacionados con la clínica, estoy seguro de que el juez la concederá.


—¿Se lo dices tú a Cutler o lo hago yo?


A.J. se echó a reír.


—Tú eres su niño bonito. Dejaré que te lleves la gloria.


Pedro miró a Paula; no le gustaba la idea de tener que dejarla tan pronto.


—Bien. Hablaré con Cutler y prepararé el registro. Tú consigue la orden judicial.


—Hecho. Ten cuidado.


—Siempre.


Cerró el teléfono y buscó la placa en el bolsillo del abrigo. La guardó en el bolsillo delantero de los vaqueros y sacó su pistola.


Como siempre, la revisó a conciencia y la devolvió a la funda. Se la puso al costado y ató la cinta de cuero negro a través del hombro.


—¿Adónde vas que necesitas llevarte la pistola?


Se acercó a Paula.


—Cuando no trabajo de incógnito, la llevo todos los días —le tomó las manos y la incorporó hacia él. Ella le echó los brazos al cuello y lo estrechó con fuerza—. No pasa nada, éste es mi trabajo. Estoy entrenado para eso. Desde niño, siempre he querido ser policía, como mi primo y mis hermanos. Todo irá bien.


—Para mí es difícil —los labios de ella rozaron su cuello—. Sé que eres un hombre adulto y no un crío, pero me cuesta pensar en ti como en mi igual. Porque eso significa que podemos tener una relación de verdad.


Pedro la besó en la cabeza.


—A mí no me importaría.


Ella bajó las manos por el pecho de él y jugueteó con los botones de su camisa.


—También significa invertir mi corazón en algo que puede que no dure.


Pedro le tomó las manos para parar el movimiento nervioso de los dedos.


—¿Por mi trabajo?


—No. Bueno, me preocupa el peligro, pero…



Pedro suspiró.


—¿Porque soy nueve años más joven que tú?


Paula lo miró a los ojos.


—Dentro de veinte años, cuando yo me acerque a los sesenta, tú estarás todavía en lo mejor de la vida. Eres muy guapo. Eres divertido y valiente. Te van a querer muchas mujeres.


—¿Pero tú no?


—Pedro…


—Yo no soy tu ex marido. No puedes juzgarme a mí por sus acciones.


—Son las únicas que conozco —ella se apartó y se abrazó el vientre, protegiendo a la niña y a sí misma del dolor que esperaba conocer un día.


—Tú trabajas en la universidad —dijo él con sarcasmo—. A lo mejor es hora de que aprendas algo nuevo.


Pero en ese momento no tenía tiempo. La Clínica Washburn esperaba. Tiró de la mano de Paula y, a pesar de sus protestas, la llevó hasta la ventana.


—Tengo que irme, pero esta conversación no está terminada.


—Tengo que ser sincera contigo sobre lo que siento.


—Yo también —abrió la cortina y se colocó detrás de ella. La abrazó por la cintura—. ¿Ves esa camioneta verde? Es uno de los hombres del teniente Cutler, mi superior en la Unidad de Drogas. Él te protegerá en mi ausencia. Tú no te muevas de aquí, descansa y piensa en lo mucho que te quiero.


Pedro.


—Te lo demostraré aunque sea lo último que haga, Paula —pasó el otro brazo por encima de los pechos de ella y la volvió un poco para besarla en la sien—. Quiero casarme contigo. Quiero que tu hijita sea mi hijita —la estrechó con fuerza y luego le dio la vuelta y la besó en la boca—. No te muevas de aquí.


La dejó en la ventana y se acercó a la puerta. Se puso la cazadora y cerró la cremallera para ocultar la pistola.


—Volveré —dijo—. Siempre volveré a tu lado.


Cerró la puerta tras de sí y rezó para que ella quisiera que volviera.



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