La camarera, una joven de pelo naranja y pechos enormes, casi se pegó a él al dejarle la cerveza en la mesa alta.
Pedro sacó un billete de cinco dólares del bolsillo, le guiñó un ojo y le dijo que se quedara el cambio.
La miró regresar a la barra y volvió la vista a los jovencitos que llenaban la pista de baile y se movían al ritmo del hip-hop como si estuvieran en una clase de aerobic.
Divisó a Ethan Cross, uno de los inspectores de paisano, bailando en la pista. Su pelo largo volaba en torno a sus hombros con cada salto y giro y parecía el compañero perfecto de la morena delgada con la que bailaba.
A.J. estaba en la barra, conversando con una camarera pelirroja.
¿Por qué no podía estar él con Paula y su lustroso pelo oscuro? La había dejado durmiendo en su piso, con su hermano Marcos y su cuñada para hacerle compañía. ¿Por qué no podía cuidarla él?
¿Por qué narices tenía que estar allí?
—Tanner, no sabía si vendrías o no.
Por eso precisamente.
—Daniel.
El futuro señor de las drogas llevaba todavía el mismo suéter color marfil y los mismos vaqueros anchos de la mañana, pero ahora llevaba también a una chica pelirroja colgada del brazo.
Pedro se levantó y puso los brazos en jarras para enfatizar el volumen de la parte superior de su cuerpo.
—Tu proposición parecía interesante.
Daniel le dio un billete de veinte dólares a su amiguita.
—Pídete una copa, encanto. Tengo que hablar unos minutos de negocios.
Cuando se quedaron solos, Daniel se sentó e hizo señas a Pedro de que hiciera lo mismo.
—Estás en muy buena forma para ser consumidor —dijo—, así que creo que revendiste la compra de ayer para sacarte un dinero. Pues bien, yo puedo hacerte rico.
—Te escucho.
Daniel sacó un puñado de billetes de veinte del bolsillo y los dejó en la mesa como ayuda visual a su discurso. Pedro había visto montones más grandes de dinero otras veces, pero para alguien tan joven como Daniel, los alrededor de seiscientos dólares que había en la mesa eran una fortuna.
—Como puedes ver, soy hombre de medios. Me porto bien con la gente que trabaja para mí, siempre que ellos se porten bien conmigo. Ahí es donde entras tú.
—¿Para asegurar la lealtad de los empleados?
—No voy a fingir que me caigas bien, Tanner, pero peleas muy bien —empujó el montón de billetes en su dirección—. Busco a alguien que pueda seguirles el rastro a mis empleados.
—¿Cómo escoges a tus camellos, a los estudiantes que distribuyen el producto? —Pedro se echó atrás en el taburete, una señal para A.J. y Ethan de que la reunión iba bien y podían mantener las distancias—. ¿La policía no sospecha si de pronto hay una docena de nuevos ricos moviéndose por la universidad?
—Eso es lo mejor de todo. Nosotros… quiero decir yo, reclutamos a los camellos para proyectos de investigación.
El pequeño desliz del pronombre personal había servido para indicarle a Pedro que Daniel era sólo un lugarteniente, que había alguien de más rango que él en la distribución de anfetamina. Y si Pedro se unía al grupo, tendría más probabilidades de desenmascarar la identidad del líder.
Pero Daniel no había terminado de presumir de la genialidad de su sistema.
—Los estudiantes reciben un pequeño estipendio por participar en todo tipo de cosas, desde tests de personalidad a donaciones de esperma. Yo sólo les aumento un poco el cheque si además me hacen alguna venta.
¿Era así como se había enganchado Kevin Washburn con la anfetamina? ¿Era un recluta que habría probado una de las entregas y se había convertido en cliente?
Pedro ya había oído bastante. Tomó los billetes y se los metió al bolsillo.
Acepto el encargo a prueba.
—Si el dinero está bien, cuenta conmigo.
—O estás dentro o no lo estás.
Pedro bajó la vista en un gesto falso de sumisión.
—En ese caso, supongo que estoy.
—Bien —Daniel hizo una seña a su chica de que podía unirse a ellos—. Tu primer encargo es que me hagas un favor personal. Para probar tu lealtad, por así decir.
—¿Cuál es el favor?
—Que me readmitan en clase de Paula Chaves.
***
Pedro estaba en el umbral del dormitorio de Paula y la observaba dormir.
Marcos y Juliana se habían quedado con ella hasta su regreso.
Con el pelo suave extendido a modo de halo sobre la almohada, era la imagen misma de la belleza.
Paula y su hijita representaban todo lo bueno que él quería proteger en el mundo. Aunque en su intento por ayudarla, sólo hubiera conseguido ponerla aún más en peligro.
—Perdóname —susurró.
Porque no estaba seguro de que pudiera perdonarse a sí mismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario