sábado, 30 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 42




Paula fue directa a casa de Celina a recoger a Santy. Era casi medianoche cuando Celina le abrió la puerta. Era obvio que no había dormido.


—Lo sé —dijo Paula—. Es una locura.


—No hace falta que te diga el riesgo que corres —Celina suspiró y se pasó una mano por el pelo revuelto.


—No.


—Ten cuidado —Celina agarró su mano y la apretó con suavidad; la preocupación que reflejaban sus ojos valía más que mil palabras—. Tienes mucho que perder.


Paula asintió, sin atreverse a hablar. Mientras volvía de Florencia había intentado hacer otros planes para Santy y para ella. La carga le parecía insoportable; pensó que, si dormía, al día siguiente tendría fuerzas para enfrentarse a la tarea.


Fueron a la habitación de invitados de Celina. Santy estaba acurrucado en la cama, con el perro a su lado. George abrió los ojos, pero no levantó la cabeza.


—Puede pasar la noche aquí, Paula.


Al ver a su hijo junto al perro al que tanto quería y pronto tendría que dejar atrás, Paula no tuvo fuerzas para despertarlo. Odiaba tener que irse de allí, donde él había empezado a echar raíces. Se acercó, le dio un beso en la frente y salió de la habitación.


—Gracias, Celina.


—No hace falta que me las des —dijo ella—. Te veré por la mañana.



***


Ningún sueño perturbó el descanso de Paula.


Un sonido la despertó. Se sentó en la cama y miró el reloj de la mesilla. Ya eran las ocho.


Oyó un golpe en la puerta delantera.


Bajó de la cama y corrió a la ventana de la sala. Había un coche en la entrada, junto al de Celina. Pedro estaba en los escalones, con las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero.


Paula abrió la puerta, se pasó la mano por el pelo y se colocó unos mechones detrás de las orejas.


Él no dijo nada al principio. Paseó la mirada por su pijama de algodón y sus pies descalzos antes de volver a su rostro.


—Sé que es temprano —dijo—, pero temía que te marchases antes de que llegara.


—No deberías haber venido.


—Pasa el día conmigo, Paula. Es cuanto te pido. Sólo el día. Decidas lo que decidas después, lo aceptaré.


Ella debería decir que no: poner fin al asunto antes de que se convirtiera en algo aún más fuerte. Pero sintió una oleada de debilidad; recorrió sus venas como coñac caliente, alterando la realidad, aunque sólo fuera de forma temporal.


Quería pasar el día con él. Al fin y al cabo, un día no cambiaría nada.





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