Pedro, aislado en la fiesta de los Webster, se recordó que debía socializar. Como nuevo socio de Webster & Asociados, había sido invitado para relacionarse con posibles nuevos clientes.
Pero se sentía fuera de su elemento. Y mucho. Estaba rodeado por la élite de la sociedad de Atlanta. Directores ejecutivos quejándose de la Bolsa. Abogados jactándose de cuánto hacían trabajar a sus nuevos ayudantes. Una actriz luciendo su última operación estética.
Tras la fiesta sorpresa había ido a casa a cambiarse. Echó un vistazo a su recién estrenado esmoquin, preguntándose si le quedaba tan mal como le hacía sentir. Nunca había sido hombre de esmoquin, pero tampoco se había imaginado trabajando para uno de los bufetes más importantes de la ciudad. Las cosas cambiaban. Las personas cambiaban.
Dejó que su mirada vagara por el salón, fijándose en dos mujeres que, como él, estaban alejadas de la gente, charlando. A la izquierda, Silvia Webster, a quien había conocido unos días antes en la oficina de Ramiro. Agradable, pero demasiado ansiosa por complacer a su marido en todo.
La mujer que había con ella le resultaba familiar, pero no sabía por qué. Bellísima. Pero su rostro denotaba algo más, que le intrigó. Daba la impresión de, al igual que él, tolerar la fiesta más que disfrutarla.
Miró su mano izquierda. Llevaba alianza.
—Aquí estás, Pedro —Ramiro Webster se acercó entre la gente, seguido por un hombre—. Quiero que conozcas a unos de nuestros clientes más importantes. Jorge Chaves, este es Pedro Alfonso, nuestro socio más reciente en W&A.
Chaves extendió el brazo y le dio un apretón de manos firme, autoritario. Medía casi un metro ochenta y daba la impresión de ser un hombre acostumbrado a que le prestaran atención. A Pedro le recordó a un semental que había visto con un grupo de yeguas cuando era niño. Con una sola mirada, ese semental dejaba clara su posición a cualquiera que lo amenazara. Retándolos a atreverse.
—Encantado de conocerte, Pedro —dijo, con voz suave y receptiva.
—Es un placer, señor Chaves. Estoy deseando trabajar con usted.
—Jorge, por favor. Supongo que será un gran cambio después de dedicarse a crímenes y delitos.
—Cuento con ello —replicó Pedro.
—Tendremos más que suficiente trabajo para mantenerte ocupado —Chaves sostuvo su mirada un instante, después sonrió y mencionó algunas de las cosas que tenían en marcha: un juicio con una compañía de Savannah y otro par de casos igual de inofensivos. Pero eso era precisamente lo que buscaba Pedro.
Casos inofensivos.
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Paula estaba en un extremo de la enorme sala de los Webster, donde sonaba una canción de Colé Porter que irritaba sus ya sensibilizados nervios.
Silvia se había excusado y había ido a comprobar cómo iban las existencias de champaña. Paula había agradecido liberarse de su inquisitiva mirada.
Miró a su alrededor buscando a Jorge. Unos minutos antes lo había visto junto al bar, charlando con Ramiro y un hombre más joven a quien no conocía.
Vio a Jorge a los pies de la curva escalera de mármol. Él se ajustó la pajarita y subió los escalones de dos en dos.
A Paula se le contrajeron los pulmones por falta de aire. Fue hacia la parte trasera de la casa y salió a disfrutar del aire nocturno
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