jueves, 21 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 14






Los primeros días en Webster & Asociados no fueron como Pedro había esperado.


Seguía esperando sentir la excitación, la descarga de adrenalina que lo había alimentado día a día mientras ejerció como fiscal.


Pero en los montones de expedientes que ocupaban su escritorio, no había nada que promoviera la excitación o la adrenalina. Todo era pura burocracia.


Su despacho era cuanto debía ser el del socio de un bufete importante. Sillones de cuero junto al escritorio, cuadros originales en las paredes. No tenía nada que ver con él, pero era una forma de impresionar, de lanzar un mensaje: «Confía en nosotros. Somos lo bastante buenos como para poder permitirnos estos lujos».


No se parecía en nada al viejo y destartalado despacho en el que había ejercido como fiscal. Y una parte de él lo echaba de menos.


El jueves por la tarde, Pedro se reunió con Ramiro Webster para revisar una demanda contra Chaves, S.A.


Ella Fralin había presentado una demanda alegando que la casa prefabricada que había comprado a Chaves, S.A. estaba construida con materiales de calidad inferior a los que reflejaba el contrato original.


Pero Ramiro veía la situación de otra manera.


—Cada uno de los materiales utilizados en esa casa cumple las normas —dijo, recostándose en la silla—. Es perfectamente legal.


—Pero ella alega que la propuesta original ofrecía un panorama muy distinto —replicó Pedro, arrugando la frente.


—El malentendido reside en que el panorama al que ella se refiere habría costado mucho más que lo que pagó por la casa —Ramiro lo explicó como si Pedro fuera un estudiante de Derecho de primer curso.


Pedro hojeó el expediente que tenía ante sí y leyó una de las cartas.


—La señora Fralin dice que el precio que pagó incluía materiales de "mayor calidad".


—Tiene casi ochenta años —dijo Ramiro, que parecía cansado de la conversación—. Tenemos la documentación necesaria para respaldar nuestro argumento. Será fácil convencer al jurado de que puede haber entendido mal la información.


Se oyó un golpecito en la puerta entornada. Silvia Webster entró en la sala, envuelta en una nube de perfume caro.


—Reparto de corbatas nuevas —dijo, agitando una bolsa ante Ramiro.


—Mancha de café —explicó Ramiro a Pedro, mostrándole la corbata que llevaba puesta.


—Mira a quién he traído conmigo —dijo Silvia, mirando a su espalda, por encima del hombro.


Paula Chaves apareció en el umbral.


El estómago de Pedro se contrajo.


Ella agarraba la correa de su bolso como si fuera un ancla, lo único que le impedía echar a correr.


—Hola —saludó, evitando tanto la mirada de Ramiro como la de él.


—Paula —Ramiro se aclaró la garganta—. ¿Cómo estás?


—Bien, gracias —respondió ella con voz controlada.


—Ya conoces a Pedro, ¿verdad?


—Sí, de un momento —respondió ella. Por fin lo miró con ojos educados e inexpresivos.


—Me alegra verla de nuevo —dijo Pedro.


—Lo mismo digo.


La tensión se palpaba en el aire, pesado, como la premonición de una nevada. Pedro no podía explicarse por qué ella lo afectaba de esa manera. Había algo en ella que echaba por tierra su habitual seguridad y confianza en presencia de las mujeres.


—Bueno —dijo, recogiendo las carpetas que tenía ante sí y poniéndose en pie—. Disculpadme, tengo algunos asuntos que atender.


Paula se hizo a un lado en la puerta, dejando un gran espacio entre ellos. Aun así, Pedro percibió el campo de fuerza magnética que los unía y se preguntó si a ella le ocurría lo mismo.




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