jueves, 21 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 13





El día después de Año Nuevo. Paula condujo hasta la biblioteca. Santy no tenía colegio y estuvo encantado de acompañarla. Era una de sus actividades favoritas. Habló poco por el camino, se concentró en mirar por la ventana. 


La expresión de su carita hacía que el corazón de Paula se llenara de amor y compasión. Quería tranquilizarlo, decirle que todo iría bien, que esa vez se aseguraría de ello.


La biblioteca era un edificio de ladrillo de tres plantas, con altas ventanas y puerta arqueada. En la entrada había una enorme escultura moderna. Paula llevó a Santy a la sección infantil del primer piso.


—¿Estarás bien? —preguntó, alisándole el pelo.


—Sí —dijo él—. Es como estar en Disneylandia.


A Santy le encantaba leer, pero apenas leía en casa, para evitar que padre lo ridiculizara por ser un ratón de biblioteca, en vez de salir a jugar al balón como los otros niños. Sólo pensarlo provocó en Paula una nueva oleada de resentimiento. Le dijo a su hijo que volvería pronto y fue hacia el ascensor.


Había varios ordenadores en la segunda planta. Estaban todos desocupados, y Paula se sentó frente a uno de ellos, agradeciendo la soledad.


Puso una mano en teclado, casi mareada por el nerviosismo. 


Entró en la cuenta que había creado con un nombre falso, pulsó en la tecla «Escribir correo» y tecleó la dirección que había memorizado. Tardó varios minutos en serenarse lo bastante para empezar a escribir. Se sentía como si estuviera saltando desde un acantilado, sin ninguna garantía de tocar fondo.


Hola. Me han dicho que tal vez pueda ayudarme.


Se quedó en blanco. ¿Cómo explicar en pocas palabras en lo que se había convertido su vida? Quería explicar su caso sin entrar detalles. En cierto modo, escribirlo para que otro ser humano lo viera hacía que se consumiera de vergüenza.


Puso los dedos temblorosos sobre el teclado.


Mi marido me maltrata. He hecho otros intentos para salir de esta situación. Todos fracasaron. Quiero abandonar el país con mi hijo el 7 de febrero. Por favor. ¿Puede ayudarme?


Se oyeron pasos. Ella echó un vistazo por encima del hombro, aterrada. Pulsó el botón «Enviar» y salió de la pantalla.


Un conserje vació una papelera en un contenedor, y siguió su camino.


Con una mano en el corazón, Paula miró la pantalla. Apareció un mensaje.


Su correo ha sido enviado.


Miró las palabras. Demasiado tarde para arrepentirse. En algún sitio, una persona recibiría el correo, lo leería y decidiría si merecía o no ser ayudada.


Recordó a la bondadosa enfermera que había conocido en su último viaje a Urgencias. La joven había entrado en el cubículo donde estaba Paula y tras correr la cortina la miró con ojos compasivos.


—Tome —había susurrado, poniéndole un papel en la mano—. Yo he pasado por lo mismo que usted. Si necesita escapar, use esta dirección.


—¿Qué es?


—La pondrá en contacto con un grupo de gente que ayuda a mujeres como usted y como yo a iniciar una nueva vida en otro lugar.


Paula escrutó a la mujer sin saber qué decir.


—¿Y usted…?


—Sí —respondió la enfermera—. Durante cinco años. Mis hijas y yo. Mi marido murió hace dos años. Ya no tenemos que escondernos.


—Lo siento —dijo Paula al percibir el alivio que expresaban las palabras de la mujer, y al mismo tiempo el dolor y desconsuelo de sus ojos.


La enfermera negó con la cabeza.


—Para mí no habría habido final feliz si él me hubiera encontrado. Usted conoce su situación. Si da el paso, asegúrese de que está preparada. Será definitivo.


Eso había ocurrido hacía tres meses. Desde entonces, Paula estaba preparándose. Ahorrando dinero. Solicitando pasaportes para ella y para Santy.


A lo largo de su matrimonio, Paula había intentado dejar a Jorge tres veces. Cada una de ellas, convencida de que no volvería.


La primera vez, había hecho las maletas y regresado a Lanier. Jorge había esperado hasta que sus padres salieron juntos de casa una mañana, para llamar a la puerta. Al principio, intentó convencerla con palabras dulces y disculpas.


—Paula, lo siento. No quería hacerlo. Sé que estás disgustada. Te compensaré.


—Vete, Jorge. No quiero verte —había contestado ella tras la puerta cerrada.


—Esto es una locura. Abre. Necesito hablar contigo.


—Vete, Jorge. Por favor —ella cruzó los brazos sobre el pecho, temblorosa. Él no dijo nada durante unos segundos, pero cuando volvió a hablar, notó un deje de ira en su voz.


—Abre la puerta, Paula, o la abriré yo mismo.


Los segundos pasaron lentamente. Ella deseaba que acabase todo, que la dejara en paz, para poder seguir con su vida.


—Si no quieres que todo el vecindario sepa que estoy aquí, abre la puerta. Ahora.


La amenaza implícita era indudable, así que abrió. Santy estaba en el jardín trasero jugando. No quería que supiera que Jorge estaba allí. Quería que todo terminase pacíficamente. Quería quedarse sola, nada más. En paz.


—Vamos a casa,Paula —dijo Jorge entrando en la casa con el rostro tenso—. Esto es una locura.


—Locura es lo que ocurre en nuestra casa —replicó ella, preguntándose cómo podía decir eso y quedarse tan tranquilo.


—Te he dicho que lo siento —razonó él—. ¿Qué más puedo hacer?


—No te pido que hagas nada. Sólo irte.


Él se adentró en el salón y se asomó a la ventana. Santy estaba jugando en el columpio.


—¿No pensarás que voy a dejar que te quedes con él, verdad? —preguntó él con dureza.


—No es momento para hablar de eso —dijo ella, aunque sus palabras la habían atravesado como un cuchillo helado.


—¿Qué momento podría ser mejor?


—Jorge…


—Te recomiendo que vuelvas a casa, Paula. Si no lo haces, te garantizo que no conseguirás la custodia. No tienes trabajo. Ni educación. Ni dinero propio. Nada…


—Excepto que le diré a cualquier juez que quiera escucharme lo que has estado haciéndome —contestó ella furiosa.


—¿Lo que he estado haciendo? —rió él—. ¿Te refieres a lo que hemos estado haciendo? ¿Pelearnos de vez en cuando como cualquier pareja normal?


—¿Una pareja normal? —ella lo miró incrédula. Él hablaba en serio—. ¿Eso crees que somos?


—No tendríamos ningún problema, Paula, si recordases que no me gusta que mi esposa coquetee con todos los hombres que conoce.


La acusación era tan injusta que la recibió como un puñetazo en el estómago. No tanto por la acusación, sino por el hecho de que él creía que era verdad. Se preguntó si podría hacer que alguien más lo creyera así. Un juez, por ejemplo. Miró a Santy por la ventana y se estremeció. Nadie sabía mejor que ella lo persuasivo y convincente que podía ser Jorge. Cuando quería algo, no cejaba en su empeño hasta conseguirlo.


Así que había vuelto. Y las paredes de la prisión en la que vivía se estrecharon aún más; la necesidad que tenía Jorge de controlarla subió a cotas más altas. Le negó todo acceso a dinero en metálico y sólo le permitía utilizar tarjetas de crédito asociadas a compras en grandes almacenes y a gasolineras.


El ordenador dio un pitido, devolviéndola al presente. Una caja apareció en pantalla.


Tiene un mensaje nuevo.


Con el corazón acelerado, Paula pulsó en el botón «Leer correo».


Querida Paula:
Somos una red de voluntarios unidos en la labor de ayudar a mujeres y niños que viven situaciones de maltratos abusivos.
Sólo un miembro de nuestra organización puede haberte proporcionado esta dirección. Y lo hizo porque tiene evidencias de que necesitas nuestra ayuda.
Nuestra red de voluntarios, en éste y otros países, se compone de ciudadanos normales: profesores, enfermeras, abogados y médicos que creen que muchas relaciones abusivas no tienen remedio y probablemente conducirán a la muerte de la esposa y/o de sus hijos.
Las estadísticas corroboran esta creencia.
Nuestro objetivo es ofrecerte la oportunidad de iniciar una nueva vida. Cualquier contacto futuro con personas de tu entorno actual pondrá en riesgo tu seguridad. Por favor, piénsalo bien antes de tomar esta decisión.
Tu hijo y tú necesitaréis pasaportes.
Me pondré en contacto contigo en esta dirección cuando tenga noticias. Por favor, comprueba el correo a diario. No dudo que captas la gravedad del asunto. Al sacar a tu hijo del país sin el consentimiento de tu marido, podría acusarte de secuestro si llega a encontrarte algún día.
Si crees que debes hacerlo, no deseo desanimarte. Sin embargo, es mi obligación asegurarme de que eres plenamente consciente de las consecuencias de lo que vas a hacer.
Que Dios te bendiga.
Kathryn Milborn


Paula se quedó quieta, desconcertada por la cruda advertencia. Sin embargo, ya sabía que no habría marcha atrás si daba ese paso. Pero no tenía otra opción. Quedarse era propiciar el dramático desenlace. No podía seguir diciéndose que las cosas mejorarían. La cólera de Jorge seguía elevándose, y cada incidente alimentaba el fuego del siguiente.


Tenía que irse. Para siempre. Si no por sí misma, lo haría por Santy.


Llevó la mano al ratón e hizo clic en «Responder».





No hay comentarios.:

Publicar un comentario