sábado, 4 de noviembre de 2017

NO TE ENAMORES: CAPITULO 33





—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡No puedo perder el bebé!


Paula recuperó la consciencia al oír los gritos de Silvina; pero estaba tan mareada que tardó unos segundos en comprender.


—¡El bebé!


Los viejos recuerdos la asaltaron y le dieron fuerzas que no tenía.


—Tranquilízate, Sil. La ayuda está en camino… Oigo una
ambulancia a lo lejos.


Silvina se llevó una mano al estómago, llorando.


—¡Algo va mal, Pau! ¡Lo sé! ¡Lo puedo sentir!


Paula se soltó el cinturón de seguridad, sin prestar atención a la sangre que le caía por la cara.


—No vas a perder a tu niña —aseguró—. ¿Me has oído? ¡No voy a permitir que la historia se repita!


Silvina cerró los ojos un momento e intentó tranquilizarse.


—Es verdad, tienes razón. Todo va a salir bien…


—Exactamente. Y ahora, respira hondo y despacio.


—¡Oh, Pau! Estoy tan asustada…


—Lo sé. Yo también lo estoy.


Paula se había quedado corta. Sentía pánico. Podía ver la cara de su madre mientras se moría poco a poco delante de ella.


—¡Maldita sea! ¿Dónde está esa ambulancia? ¡Tenemos que llevarte al hospital!


La gente empezó a acercarse al vehículo. Alguien abrió las dos portezuelas delanteras, y a continuación un enfermero se arrodilló ante Pau, le examinó la herida de la frente y le hizo todo tipo de preguntas.


—No se preocupen por mí, sino por mi amiga. Espera un hijo.


—Descuide, está en buenas manos. ¿Le duele algo, además de la cabeza?


—¿La cabeza? ¿De qué me habla? Yo no…


Justo entonces, Paula sintió un dolor espantoso en la zona de la frente. Y al sentir la sangre que manaba de la herida, se desmayó.


Cuando volvió a abrir los ojos estaba en una camilla, a punto de subir a una ambulancia.


—¡Esperen! Silvina…


—Ya va de camino al hospital —le informó un enfermero.


—¿Se encuentra bien?


—No lo sabemos todavía. Según me han dicho, está embarazada de una niña.


—¡Oh, Dios mío, es culpa mía…!


—¿Cómo va a ser culpa suya que un idiota se salte un semáforo en rojo? —preguntó el hombre—. Tienen suerte de estar vivas.


—Pero es demasiado pronto para el bebé. Y si a Silvina le pasa algo…


—En el hospital tenemos una de las mejores unidades de obstetricia del país. Créame, su amiga y su hija estarán bien. De momento, usted es la única persona de quien debe preocuparse; porque si no se tranquiliza, tendré que dormirla.


—No, por favor… Usted no lo entiende. El marido de Silvina se marchó a Nueva York hace una hora. Es el primer hijo de mi amiga y sólo me tiene a mí. Tengo que recuperarme. No puedo dejarla sola.


—Ya hablaremos cuando lleguemos al hospital y le hagamos las pruebas pertinentes —le prometió—. Sin embargo, no le hará ningún bien a su amiga ni se lo hará a sí misma si se presenta ante ella sangrando y se desmaya.


Paula sabía que tenía razón. Pero estaba asustadísima.


—Está bien. Lo siento.


—No tiene que disculparse. Es normal que se preocupe por ella — afirmó—. ¿Quiere que llamemos a alguien?


—Sí, a Pedro —respondió de inmediato.


—¿Tiene su número de teléfono?


—No, olvídelo. Está trabajando. No quiero molestarlo ahora.


—Deje que eso lo decida él —le aconsejó—. Si me da el número, lo llamaré en su nombre.


Paula se lo habría dado con mucho gusto, pero no se encontraba tan mal. Además, atrapar a la ladrona que había estado a punto de manchar el nombre de su padre, le parecía más urgente.


—No, ya hablaré luego con él.


—Como quiera —dijo el enfermero, encogiéndose de hombros—. Pero si cambia de opinión, hágamelo saber.





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