lunes, 13 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 28





Paula se paseó por su tienda preciosa y se llevó una mano al vientre.


—Está casi lista, pequeñina —le dijo al bebé—. En menos de veinticuatro horas abrimos —dijo dejando escapar un suspiro.


—Así habla una mujer contenta —dijo Margarita desde la puerta con varías colchas en los brazos—. ¡Oh! Es perfecta. Lo habéis arreglado todo. Me encantan las estanterías que Pedro e Izaak construyeron para exponer las colchas.


—La decoración ha sido mucho más fácil ahora con tus preciosas colchas colgadas de las paredes.


Las mejillas de Margarita se sonrosaron mientras dejaba los bultos encima del mostrador. Paula se rió. Al menos había otra persona que se ponía más colorada que ella.


—¿Dónde están los pequeños? —le preguntó Paula.


—Con Pedro. Esta mañana ha estado ayudando a Izaak con la última parte de la cosecha. Vino hasta aquí con nosotros y se llevó a los niños para darles una sorpresa.


De nuevo Pedro estaba poniendo su sello por todas partes. 


No sólo en la tienda y en la casa sino también en su vida. No era que la molestara, pero cada vez que entraba en una habitación, sabía si estaba allí antes de verlo. El aire entre ellos chisporroteaba con un deseo que ella intentaba ignorar. 


La mayoría de las veces, no lo conseguía.


—Es perfecto para ti, Paula —dijo Margarita—. Y tú eres perfecta para él. ¿Por qué os empeñáis en ignorar ese regalo?


¿Qué iba a hacer con todo el clan Abranson? Desde Izaak a Harina y David, todos habían empezado a considerar a Pedro como en hombre ideal para hacer el papel de padre de su hija y marido suyo. Paula no tenía ningún problema al imaginarse a Pedro haciendo el papel de padre para Malena; pero sabía que si asumía la otra posición, ella acabaría con el corazón roto.


—Margarita, sabes que Pedro no puede ser más que un amigo. Tiene que marcharse cuando nazca el bebé. No puede dejar su carrera por nosotros; es demasiado importante. Lo que no entiendo es cómo está aguantando tanto tiempo.


Margarita se sentó en un taburete, con los pies primorosamente escondidos bajo su vestido.


—Yo puedo ver el amor en vuestros ojos; ni siquiera ante los otros lo podéis ocultar. No se irá de aquí fácilmente. Y si lo hace, no podrá permanecer lejos.


—Si pudieras ver el mundo al que pertenece, no pensarías eso.


—Yo creo que su mundo ahora es éste y pronto él se dará cuenta. No me parece un estúpido y sería una estupidez dejar todo esto atrás.


—Es adicto al trabajo.


—Cuando Pedro llegó aquí, Izaak me dijo que no era un hombre feliz —añadió Margarita, señalando por la ventana al sujeto de su discusión. Pedro había colgado un neumático del árbol al lado de la tienda. Era la sorpresa que les había prometido a los niños. La risa de los niños llegaba a través de la ventana con la brisa suave del otoño—. Ése es un hombre feliz.


Paula había pensado lo mismo hacía unas semanas. Tres semanas. El tiempo no paraba. Sólo quedan dos clases de preparación al parto. Y un mes para dar a luz.


De repente, Paula sintió pánico.


—Margarita, creo que no puedo hacerlo.


—Será una inauguración magnífica —dijo Margarita mientras le cubría la mano—. Dijiste que habías puesto anuncios en todos los periódicos y en la radio. Los clientes estarán esperando en la puerta.


El entusiasmo de Margarita era evidente y Paula se preguntó si ella podría conseguir ese estado de ánimo con respecto al tema del nacimiento.


—Me refiero al bebé. Me da mucho miedo el parto.


—Yo lo he hecho cinco veces —dijo Margarita, volviendo a darle unos golpecitos a Paula en la mano—. Y he vivido para contarla No es la actividad que yo elegiría para pasar una tarde, pero lo superé. Tú también. Te diré lo que me dijo mi madre: no pienses en cosas que no se pueden cambiar. Malena debe venir a este mundo. Debes mirar hacia delante, pero... —se llevó un dedo a los labios y continuó con un susurro— pero no demasiado lejos. Ése es el secreto; mañana es suficiente. Tarde o temprano, el parto formará parte del pasado.


Paula pensó que debía intentarlo. ¿Qué tenía que perder? ¿Horas y horas de preocupación?


Tomó aliento. De acuerdo, iban a abrir el negocio pronto y todo estaría preparado. Y aunque Pedro se negaba a aceptar que hubiera tomado parte, ella sabía que había ayudado mucho. También la ayudaría a tener a su hija cuando el momento llegara. Volvió a sentirse deprimida porque sabía que después se marcharía.


Pero Margarita tenía razón. Aquello era mirar demasiado lejos. Tenía que ir día a día.




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