jueves, 5 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 24





-Pedro.


Estaba de pie de espaldas a ella. Tenía una espalda magnífica. Era sorprendente cómo una visión por detrás podía dar una impresión tan clara de un estado de ánimo. Incluso sin la advertencia de Miranda, ya hubiera notado que estaba enfadado.


-¿Qué hora le llamas tú a esto? -dijo en cuanto se volvió.


Paula tardó en examinar su delicado reloj de pulsera


-La una y media.


-¿Y qué has estado haciendo? ¿O es una pregunta tonta?


-La pomposidad no te pega, Pedro, pero estoy segura de que lo sabes. Lo cierto es que, aunque no es asunto tuyo, me he estado dejando la piel trabajando.


-¡A la una y media!


Pedro observó cómo se quitaba la cazadora de cuero corta. El pequeño polo de cuello alto se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. En otro tiempo había estado convencido de que era inconsciente de lo provocativa que quedaba aquella ropa en un cuerpo como el de ella. Pero eso había sido antes de conocer los hechos palpables.


-Lo cierto es que nos detuvimos a media noche para tomar unos refrescos.


-Apuesto a que sí. ¿Y quién somos nosotros?


-Jonah, Jonah Cromwelll, el director y yo.


-¡Qué intimo!


-No sabía que tenía toque de queda.


-¿Compartiste la broma con él?


Paula suspiró.


-Pedro, estoy cansada, harta y al borde de la histeria, así que si este sin sentido va a llegar a alguna parte, vete directo al grano.


-¡Esto! -exclamó él agitando un periódico enrollado-. ¡Esto es el grano!


-¡Ah! ¿Eso es todo?


Paula se desplomó en un sillón rojo de estilo que no había sido diseñado para las espaldas. La historia entera de Leandro y Shirley había salido en el suplemento dominical con todo lujo de detalles.


-¡Pensaba que estarías satisfecho!


-¿Satisfecho? ¿Satisfecho de haberme puesto en ridículo?


Paula parpadeó. Aquella no era la respuesta que había estado esperando.


-Fuiste un poco tonto, ¿verdad? 


La perversa tentación de hacerle cosquillas al tigre fue irresistible.


-Sabías que me estaba volviendo medio loco imaginándote con ese hombre -curvó los labios en una salvaje mueca como si mordiera al mundo-. Sabías que yo creía que bailabas a su antojo. ¿Es que te gustó verme a punto de quitarle la vida a ese bastardo? ¿Te gusta que los hombres se pongan en ridículo delante de ti?



Paula asimiló en ese momento toda la extensión de su furia irracional.


-Intenté contártelo... -empezó a decir. Pero Pedro no parecía dispuesto a escuchar excusas. 


-Fuiste la irrisión de toda la gente por ese hombre. 


-Toda la gente no cree en los periódicos como si fueran la Biblia. Estaba ayudando a un amigo. 


-A algún amigo. Un favor casual. 


-Vamos, Pedro, no puedes tenerlo todo. Hace un segundo estabas enfadado porque Leandro no era mi amante y ahora porque estemos unidos por un lazo de amistad eterna. Si voy a ser ajusticiada, me gustaría saber por qué. 


-¿Quieres la verdad? ¡Bien! -apretó los labios en una mueca de disgusto e hizo un supremo esfuerzo por normalizar su respiración-. Creo que disfrutaste viéndome pasar el infierno de imaginarte en sus brazos... de pensar en sus manos sobre tu cuerpo.


Pedro cerró los ojos como si estuviera reviviendo una pesadilla horrible. No podía olvidar las horas que había agonizado por su interés obsesivo en una mujer demasiado joven e inadecuada para él. 


-No quisiste escucharme, Pedro


Él continuó como si no la hubiera oído: -Era más divertido verme humillado, ¿verdad? No me dijiste la verdad porque disfrutaste pensando en este momento.


-Eso no es verdad -gimió ella.


¿Es que pensaba que era capaz de juegos tan sórdidos?


-Y pensaste que me arrastraría a tus pies en cuanto la verdad saliera a la luz -su sonrojo de culpabilidad hizo que los ojos de Pedro se entrecerraran con un brillo peligroso-. ¿Sabes lo que creo? Creo que le debes a alguien muy buenos momentos para tirar tu reputación por los suelos por él. Y creo que hay más entre tú y Elliot de lo que dices. ¿Qué te prometió?


-¿Es que nunca has ayudado a un amigo, Pedro?


Su calmada pregunta pareció conmoverlo.


-¿Estás sugiriendo que no tenías otro motivo? Podrías ser sincera si lo intentaras, Paula. ¿Hay algo de lo que me hayas contado que sea verdad?


Paula se levantó. Ser el blanco de tanto desprecio era una experiencia horrible. Estaba temblando de la furia. Después podría llorar, pero en ese momento necesitaba descargar.


-Quería explicártelo, Pedro, pero no conseguí traspasar ese muro de cinismo que has levantado ante ti. Esto no trata de mí, ¿verdad? Trata de que eres humano y puedes equivocarte. No soportas no tener el control de todas las cosas.


-Si alguien tiene problemas con el control, no soy yo.


Paula perdió por completo el poco control que le quedaba en ese momento.


-¿Sabes lo que pienso, Pedro? Creo que estás decepcionado de que no sea la chica que habías creído. Creo que las chicas perversas te excitan y la idea de poder obligarme a dejar a Leandro te hacía sentirte importante.


-¿No creerás de verdad que necesito ese tipo de estimulación perversa, verdad?


Pedro sacudió la cabeza con incredulidad.


-¡Oh, querido! ¿He insultado tu virilidad? ¡Cómo lo siento! -su mirada se hizo fría como el hielo-. No puedes aparecer aquí y soltarme los insultos más sórdidos que se te ocurran y si yo saco la conclusión más lógica, te sientes ofendido. Yo diría que eso define muy bien lo que pasa con nuestra relación.


-Entonces puede que ahora sea el momento de acabar lo que evidentemente te disgusta tanto.


Con las fosas nasales aleteantes y los ojos como el hielo, Pedro consiguió dar la impresión de mirarla de arriba abajo aunque sus ojos estaban a la misma altura.


-Me parece bien.


Paula se dio la vuelta y sonrió con amargura.


-¡Estupendo!



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