martes, 10 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 9







—Mamá, ¿cuándo voy a poder montar a caballo?


—Cariño, creo que eso no va a poder ser —contestó Paula.


Teo frunció el ceño.


—Pero me lo habías prometido.


—Lo siento, cariño, pero creo que no te lo había prometido.


—Estoy seguro de que el señor me dejará.


—¿Estás hablando de Pedro?


—No, el otro hombre.


Paula se quedó pensativa, y enseguida se dio cuenta de que Teo se estaba refiriendo a Art, el capataz. Siempre lo había considerado como un hombre muy agradable y Pedro tenía suerte de tenerlo a su lado. Cuando Pedro se enfadaba, Art nunca se lo tomaba como algo personal. Sabía escuchar y era un tipo muy responsable.


—Lo he visto montando a caballo desde la ventana de la habitación de la abuela —relató el niño emocionado.


—Pero tú no sabes montar a caballo.


—Podría aprender.


—Ya veremos, ¿vale?


—Y yo...


—He dicho que ya veremos —lo interrumpió Paula mirándolo fijamente. Sabía que su hijo tenía muchas ganas—. Hablaré con el señor Art mañana, pero esto no es ninguna promesa, ¿está claro?


El rostro de Teo se iluminó y echó a correr para darle un abrazo a su madre.


—Vamos, niño grande. Ha llegado la hora del baño y después a la cama.



****


Paula se sorprendió asomada a la ventana después de haber acostado al niño. Desde allí podía ver la luna y a Venus a su lado. Era una noche despejada y fría, aunque la habitación estaba caldeada gracias a una estufa de leña.


A pesar de la opinión que Pedro tenía de ella, la había alojado en una habitación muy agradable. En realidad todo el rancho era muy bonito y acogedor. Parecía diseñado para el disfrute de los invitados, lo cual era extraño en Pedro, ya que no era un tipo muy sociable. Al menos el Pedro que Paula había conocido y amado.


Aparentemente, aquel Pedro ya no existía. Parecía aún más creído, egocéntrico y caprichoso que nunca. Si lo pensaba detenidamente, quizás en aquel momento se hubiera encontrado con el verdadero Pedro Alfonso. Cuando lo había conocido, Paula había sido tan joven e impresionable, que su inexperiencia no le había permitido ver aquellos defectos.


Además se había enamorado perdidamente. El amor la había cegado. Pero no iba a cometer dos veces en el mismo error. Paula iba a cuidar de su madre e iba a marcharse con la mayor prontitud.


Al pensar en su madre, le entraron ganas de verla. Se aseguró de que Teo dormía a pierna suelta y si dirigió al cuarto de Monica. Afortunadamente, todavía estaba despierta.


Preparó dos tazas de infusión y después se acomodó en el sillón que estaba junto a la cama.


—Quiero apuntar a Teo en alguna guardería del pueblo —dijo Paula sin más preámbulo.


—¿De dónde te has sacado esa idea? —preguntó Monica sorprendida y disgustada—. No vais a estar mucho tiempo aquí y quiero pasar el mayor tiempo posible con él.


Monica trató de incorporarse, pero una mueca de dolor se dibujó en su rostro. Paula se levantó para ayudarla, pero su madre no quiso agarrarse a su mano.


—Estoy bien. Cuanto antes consiga moverme por mí misma, antes lograré recuperarme y volver a trabajar.


—Eso no va a suceder pronto, mamá, y tú lo sabes.


—Paparruchas.


—Por favor, no vamos a discutir eso de nuevo —suplicó Paula.


—¿Quién está discutiendo? —preguntó Monica—, Bueno, volviendo al tema, ¿por qué quieres llevar a Teo a una guardería?


—Me voy a quedar.


—¿Qué quieres decir? —preguntó asombrada.


—Quiero decir que no me voy a marchar próximamente.


—No entiendo nada. ¿Y qué pasa con tu trabajo?


—De momento tengo un nuevo trabajo —dijo Paula.


Monica la miró con los ojos como platos.


—Por el amor de Dios, hija, lo que estás diciendo no tiene ni pies ni cabeza. ¿Qué quieres decir?


—Voy a desempeñar tu trabajo como ama de llaves.


—No.


—Madre —dijo Paula seriamente.



—No me llames madre en ese tono, jovencita —advirtió Monica. Paula tuvo que morderse la lengua—. ¿Para qué te crees que me he dejado yo la piel trabajando todos estos años? —preguntó. Paula trató de hablar—. No. Escúchame primero. He trabajado tanto para que tú pudieras aspirar a otro tipo de empleo, y no me malinterpretes, porque trabajar para Pedro es estupendo. Éste es el mejor trabajo que he tenido y él es la mejor persona para la que he trabajado.  Pero eso no quiere decir que quiera que desempeñes mi trabajo —prosiguió Monica.


—Mamá, yo puedo hacer ese trabajo porque he crecido ayudándote a realizarlo. Se me da bastante bien.


—Tu propuesta está fuera de lugar. Prefiero que Pedro me eche y contrate a otra persona a que tú dejes tu trabajo en Houston.


—Nunca he dicho que fuera a dejar mi trabajo en Houston. Solamente voy a tomarme los días libres y las vacaciones que tengo acumuladas. Una vez que tengas el corsé y que empieces con la rehabilitación, te recuperarás enseguida. Entonces yo me marcharé.


Monica gruñó.


—Tengo miedo de no volver a ser la misma de antes. ¿Qué pasará si esos músculos no cicatrizan y me tienen que operar? Entonces no podré caminar sin la ayuda de un bastón o de un andador. Y entonces seguro que Pedro me despedirá.


—Estás poniéndote en lo peor.


—No, estoy siendo realista, cosa que los jóvenes no sois.


—Y luego me dices que yo soy testaruda —se quejó Paula.


—Si ya no puedo trabajar, dime por qué no me voy a quedar en un segundo plano.


—Mamá, ya hemos hablado sobre esto varias veces.


—Ya lo sé y siento volver una y otra vez a lo mismo —contestó de mal genio.


—Si yo te sustituyo, tu puesto no correrá ningún peligro.


—Da igual, no te voy a dejar que lo asumas.


—Demasiado tarde. El acuerdo ya está hecho.


—No me puedo creer que Pedro lo haya aceptado. Tengo que hablar con él —dijo Monica.


—Tengo que admitir que no ha dado saltos ante mi propuesta, pero creo que aceptará.


—Después de que hable yo con él, no aceptará.


—Madre, esto es entre Pedro y yo.


—Por favor, Paula, no lo hagas —le suplicó Monica al borde de las lágrimas. Paula se sentó en la cama y besó a su madre.


—Por favor, déjame que lo haga. No te enfades. Tú siempre has estado a mi lado. Nunca me has juzgado por haberme quedado embarazada antes de casarme ni por divorciarme al poco tiempo. Ahora ha llegado el momento en el que yo también puedo ayudarte.


Monica tomó la cara de su hija entre las manos. Tenía los ojos llenos de lágrimas.


—Tú eres mi niña, mi bebé. Y el amor de las madres es incondicional —dijo Monica emocionada.


—Y el de las hijas también —contestó Paula conteniendo un sollozo.


Monica soltó a su hija y se recostó sobre la almohada. Las dos se quedaron absortas en sus pensamientos.


—Siempre pensé que te ibas a casar con Pedro, ya sabes —dijo Monica rompiendo el silencio.


Paula sintió un pinchazo en el corazón.


—Yo también lo pensaba. Pero las cosas no funcionaron —confesó Paula.


—Nunca me has contado lo que ocurrió —dijo su madre mirándola a los ojos.


—Lo sé.


—No pasa nada —dijo Monica tomando una de las manos de Paula—. Si alguna vez quieres contármelo, aquí me tienes. Nunca he sido una fisgona y no voy a empezar ahora. Tienes un niño estupendo y toda una carrera por delante, así que será mejor que no despertemos a los fantasmas del pasado.


—Has sido la mejor madre del mundo y siempre lo serás. Quizás algún día pueda contarte lo que ocurrió —dijo Paula rompiendo a llorar.


—Pero ahora, ¿están las cosas bien entre tú y Pedro? —preguntó preocupada—. Me refiero a si todavía estás interesada en él, ya sabes.


—Desde luego que no. No somos íntimos amigos, pero podemos vernos —respondió Paula vehementemente.


Ya estaba de nuevo mintiendo a su madre, pero no podía hacer otra cosa. Una vez había estado a punto de contarle toda la verdad con respecto a Pedro y a ella, pero las palabras no habían salido de su boca. Después, ya en Houston, tras enterarse de que se había quedado embarazada, había hablado con un párroco en la iglesia.


Alguna gente la había juzgado por ocultar la identidad del padre del bebé y porque había mentido respecto al matrimonio. Sin embargo, su madre nunca la había juzgado, ni lo haría si se enteraba de la verdad. Aun así, Paula era incapaz de desahogarse ni con ella ni con otras personas.


Nadie conocía su secreto.


—¿Por qué te has quedado tan pensativa? —preguntó Monica.


—Perdona. ¿Has pensado en ir a una residencia mientras te recuperas?


—¿Te has vuelto loca, hija?


—No, pero tenía que preguntártelo.


—Si tuviera que irme de aquí, me iría contigo a Houston.


—Ésa es una buena opción.


—Pero no por el momento. Quiero quedarme aquí, recuperarme y volver a hacer el trabajo que tanto me gusta.


—No te preocupes, que uniremos nuestras fuerzas para que eso ocurra —afirmó Paula poniéndose en pie.


—Ya sabía yo que eras testaruda...


—Me voy a la cama. Las dos necesitamos descansar —dijo Paula con una sonrisa.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario