domingo, 15 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 24





Pedro se lo había pasado estupendamente con el niño.


Aquello tenía una parte positiva y otra negativa. La positiva era que Teo lo había hecho reír, lo que no era tarea sencilla. 


La risa había abandonado su vida en el mismo momento en el que Paula lo había abandonado a él.


La parte negativa era que estar con Teo le despertaba las ganas de tener su propio hijo, un deseo que nunca podría cumplir.


Pedro soltó una palabrota y entró en su habitación donde se quitó la ropa. Era mucho más tarde de lo que se había imaginado. Sus padres y el resto llegarían en poco tiempo y él siempre se había caracterizado por su puntualidad. 


Aquella noche no iba a ser una excepción. Todo estaría listo a su hora, aunque tuviera que darse prisa. De repente, Pedro sintió la necesidad de tomarse una cerveza. 


Quizás después se sentiría mejor.


Pero estaba desnudo. Desnudo.


El recuerdo de la escena del baño vino a su mente. En realidad no lo había abandonado en ningún momento desde que había sucedido. Lo torturaba constantemente, día y noche.


Pedro se humedeció los labios secos y volvió a pensar en una cerveza. Consultó el reloj y se dio cuenta de que apenas si tenía tiempo para darse una ducha y vestirse, antes de que llegaran los invitados.


Sin embargo pensó que estaba en su casa y que si los invitados tenían que esperar, no pasaba nada.


Necesitaba una cerveza.


Se puso los vaqueros y se encaminó hacia la cocina.


—¿Qué demonios haces aquí? —soltó al llegar a la cocina en un tono de voz más duro del que hubiera deseado.


—Yo también te deseo buenas tardes —le respondió Paula con la mirada puesta en lo que estaba haciendo.


Pedro supuso que no lo miraba directamente porque al verlo de reojo se habría dado cuenta de que tenía el torso desnudo.


—Lo siento —dijo él tras abrir la nevera y sacar una cerveza.


—No lo sientes —contestó Paula sin dejar de mirar el plato de fruta que estaba preparando.


Pedro tomó aire al observar el largo cuello de Paula. Cerró los puños tratando de sujetar al instinto que lo empujaba a besar aquella piel. Estaba seguro de que si lo recorría con la lengua, tendría el tacto de terciopelo.


Después se dio cuenta de la contestación que le acababa de dar.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro.


—Que aunque digas que lo sientes, no es verdad, sobre todo si estás hablando conmigo.


Pedro estaba a punto de abrir la boca para decir que estaba mintiendo, pero se dio cuenta de que Paula tenía toda la razón del mundo. No se arrepentía de haberla hablado de forma tan ruda. En cada encuentro con Paula sacaba lo peor de sí mismo.


Pedro quería lo que no podía tener. La quería a ella. Y cada vez que la veía se enfadaba porque no podía alcanzar su deseo. Volcaba todo la rabia contra ella. Aquello era una absoluta locura.


—Tienes razón. No lo siento —admitió.


—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Paula cansada.


—Una cerveza, que ya tengo en las manos —dijo él. Se calló un instante—. Parece que lo tienes todo listo.


—Estoy a punto de acabar.


—Dios mío, Paula, no vamos a dar de comer a un regimiento esta noche.


—No he hecho comida para un regimiento —contestó en un tono hostil.


Pedro miró la mesa repleta de comida.


—Pues a mí me lo parece. ¿Te va a ayudar Kathy a servir? 
—prosiguió Pedro.


—No, sigue estando enferma.


—Maldita sea, Paula, no eres superwoman.


—¿Quién te ha dicho que no? —preguntó ella dándose la vuelta.


Por un momento parecía que lo había dicho en serio. A Pedro le pilló desprevenido y soltó una carcajada.


Cuando sus miradas se encontraron, saltaron tantas chispas que podían haber iluminado toda la habitación. Pedro dio un largo paso y se acercó a ella, pero Paula se escabulló y se dirigió a la puerta.


Pedro refunfuñó.


Cuando Paula alcanzó la puerta se dio la vuelta, pero no pudo decir palabra. Pedro supo entonces que estaba tan alterada como él, además respiraba con dificultad.


—Gracias por haber llevado a Teo a montar a caballo. Se lo ha pasado muy bien —dijo ella finalmente en un tono sorprendentemente tranquilo.


—Un placer —dijo él irónicamente tras hacer una reverencia.




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