martes, 24 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 21




Mientras estaba en la ducha. Pedro se preguntó a sí mismo por qué demonios le había confiado todo aquello a Paula. 


Ella había visto las cicatrices e inevitablemente había preguntado sobre ellas. Aquello ya había ocurrido con anterioridad. Otras mujeres habían visto las marcas que tenía en la espalda y le habían preguntado qué había ocurrido.


Pero jamás le había contado la verdad a ninguna.


Siempre había inventado algo acerca de un accidente. Nada preciso, nada revelador. Y aquellas mujeres se habían quedado satisfechas, al igual que a él le había satisfecho no revelar demasiadas cosas sobre su vida.


Pero aquella ocasión había sido distinta; había tenido que contar toda la maldita historia. Historia que jamás le había confiado a nadie. Sabía que Paula no le hubiera permitido engatusarla con otra cosa. Pero la había impresionado muchísimo, lo había visto reflejado en sus ojos, en la manera en la que se habían oscurecido, horrorizados. A él le habían impresionado a su vez las ganas que había tenido de contárselo, lo mucho que había deseado que ella supiera sobre él.


Nunca antes se había sentido más expuesto.


Estar desnudo en la habitación de una mujer no era una experiencia nueva. Había tenido muchas amantes durante años, pero aquélla había sido la primera vez en la que realmente se había sentido desnudo. Y la sensación no le gustaba.


En realidad, llevaba sintiéndose de la misma manera desde el momento en el que había conocido a Paula durante la cena que se había ofrecido antes de la boda. Ella no había sido lo que él había esperado y con sólo mirarla se había quedado impresionado.


Había deseado que ella hubiera sido la hija de los Chaves con la que iba a haberse casado. Lo había deseado incluso cuando se la presentaron y le tomó la mano. Si ella hubiera sido la persona con la que se iba a haber casado, todo el asunto del matrimonio hubiera tomado otra perspectiva completamente distinta. Pero él había estado comprometido y la boda planeada, por lo que se había forzado a sí mismo en no mostrar nada.


Y en aquel momento era la mano de Paula la que se le ofrecía en matrimonio como parte del acuerdo. El malnacido padre de ésta había accedido gustosamente a que su hija mayor fuera el reemplazo de Natalie. Lo que fuera para salvar su cobarde piel. Y si Paula realmente era tan inocente como sospechaba, enterarse de aquello hubiera sido casi tan devastador para ella como había sido para él la manera en la que sus propios padres lo habían abandonado.


Echó la cabeza para atrás bajo la ducha para que el agua le diera de lleno en la cara. Sólo había una cosa de la que estaba seguro; no iba a permitir que aquella hija de los Chaves huyera de él.


Se iba a asegurar de ello. La deseaba. Y tras la noche anterior sabía que ella también lo iba a desear a él.


Al terminar de ducharse y abrir la puerta del cuarto de baño, oyó cómo el teléfono sonó en la planta de abajo de la casa. 


Oyó cómo Paula bajaba las escaleras corriendo al ir a contestar. Abrochándose la camisa la siguió.


—¿Quieres café? —le preguntó al pasar por el vestíbulo justo en el momento en el que ella iba a contestar al teléfono.


—Mmm… —contestó, distraída. Se había puesto una bata azul—. ¡Papá!


Desde luego. Él mismo le había pedido que hablara con su padre, pero había pensado que lo había hecho la noche anterior. Parecía que se había equivocado.


Paula había sabido que sería su padre el que telefoneaba en cuanto había oído el teléfono sonar.


Pedro le había pedido que hablara con su progenitor. Y ella había decidido hacerlo antes de volver a ver al hombre que le tenía alterados los sentidos. Pero la noche anterior el destino había intervenido… no había logrado contactar con su padre y Pedro había regresado inesperadamente a su casa…


Se preguntó si habría cambiado algo si hubiera hablado con su padre primero. Se planteó si quizá iba a arrepentirse de haber sido tan impulsiva la noche anterior y si había cometido un terrible error.


—Papá, tengo que hablar contigo… —comenzó a decir.


Pero su padre no estaba escuchando.


—¿Lo has visto? ¿Has visto a Pedro Alfonso? Dijo que se dirigía a tu casa.


—Él… —contestó, viéndose interrumpida por su padre.


El señor Chaves estaba decidido a hacerle escuchar.


Paula escuchó. Y sintió que con cada palabra que salía de la boca de su padre se quedaba más y más pálida. Se le quedaron sin fuerza las piernas y tuvo que apoyarse en la pared.


Aquello era incluso peor que sus más horribles sospechas.





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