lunes, 23 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 19





Todo lo que deseaba en aquel momento era regresar a su casa y encerrarse dentro con Pedro.


Mientras se dirigían hacia su hogar, él la abrazó muy estrechamente y, cuando finalmente entraron en la vivienda, comenzó a besarla. Entonces la tomó en brazos y se dirigió hacia las escaleras.


—La primera a la izquierda… —logró decir Paula, chupándole el cuello.


—Está bien…


La habitación de ella estaba a oscuras, pero las cortinas estaban todavía abiertas, por lo que la luz de la luna le ofreció a Pedro suficiente iluminación como para acercarse a la cama y dejar a Paula sobre el colchón. Pero cuando ella se acercó para agarrarlo y tumbarlo a su lado, él se apartó.


—¡Pedro! —gritó a modo de protesta. Estaba muy angustiada. La pérdida del calor y de la fuerza del cuerpo de él era demasiado que perder—. ¿Qué…?


—Estaba buscando una toalla… —contestó Pedro de forma brusca, dejando claro que también estaba luchando para mantener su autocontrol—. Tienes que secarte…


—¡No necesito secarme nada! ¡Todo lo que necesito es tenerte a ti! ¡Tú me puedes calentar mejor! 


Durante un momento pensó que iba a tener que levantarse y arrastrarlo a la cama, pero antes de que pudiera siquiera moverse, él se había quitado el abrigo y lo había tirado al suelo. Entonces se acercó a ella y la tomó de nuevo en brazos.


Si alguna vez había sentido frío, no podía recordarlo. Todo su cuerpo estaba alterado, la sangre le quemaba en las venas debido a la necesidad y excitación que se había apoderado de ella. Y esa sensación de calor no se disipó al quitarle él el jersey y el sujetador. La verdad era que con sólo sentir los dedos de Pedro sobre su piel se le aceleraba el pulso. Sintió una intensa humedad y necesidad en su entrepierna.


Besándolo, le desabrochó la camisa y suspiró de satisfacción al ver que él se la quitó. Por fin podía acariciarle su aterciopelada piel…


—Te deseo… —murmuró en su pecho, permitiéndose a sí misma sacar la lengua y saborearlo. Tomó uno de sus pezones y lo besó—. Oh. cielos, Pedro, cómo…


Tuvo que dejar de hablar al sentirse embriagada de placer debido a que él tomó sus pechos en las manos y comenzó a acariciarlos. Se llevó primero uno y después el otro a la boca. Chupó sus sensibles pezones y sopló después sobre ellos… alterándola por completo.


Paula sintió sus pantalones vaqueros muy apretados.


Entonces comenzó a restregar su entrepierna contra la evidencia de la excitación de él, que no pudo evitar gemir de placer.


—¡Bruja! —masculló—. Tentadora… torturadora… —añadió, comenzando a liberarla de la opresión que suponían sus pantalones y sus braguitas. Le acarició los suaves rizos que cubrían su intimidad y a continuación bajó la mano hacia el centro de su feminidad…


Pedro… —dijo ella, suspirando y rindiéndose ante él. Abrió las piernas y arqueó la espalda.


Pero aquello no era suficiente. Necesitaba más. Necesitaba todo de él, necesitaba que la poseyera por completo. Pero la hebilla del cinturón de aquel hombre parecía agonizantemente dura y se resistió a sus intentos de desabrocharlo. Desesperada, estaba a punto de llorar cuando él le puso una mano sobre la suya.


—Déjame a mí… —dijo entre dientes. Su voz reflejó una gran necesidad.


En aquel momento ella se dio cuenta de que aquélla era la primera vez que hacían el amor. Habían estado juntos en la cama con anterioridad, pero aquello había sido sólo lujuria. 


Se percató de que, cuando había visto el accidentado coche de Pedro en la carretera, se había alterado muchísimo y había sido incapaz de imaginarse que a él le hubiera ocurrido algo. Y todo aquello era debido a una sola razón; se había enamorado del Forajido. Lo amaba tanto que prefería imaginarse que le ocurría algo malo a ella antes que a él.


Estaba enamorada del hombre que había tenido un impacto tan grande en ella, del hombre a quien le había entregado su corazón… aunque él no lo supiera. Y precisamente fue aquélla la razón, el hecho de que él no lo supiera, que quizá jamás fuera a saberlo, lo que le hizo vacilar.


Pedro jamás querría saber sus sentimientos. Ni él mismo creía en el amor.


Pero incluso mientras lo estaba pensando, supo que no le importaba.


El no podía entregarle amor, pero sí podía entregarle aquello… la pasión de su cuerpo. Y aquello era todo lo que le daría, por lo que quería tomarse su tiempo, saborearlo, disfrutar de cada momento y grabarlo en su memoria para que un día, cuando todo lo que tuviera fueran recuerdos…


—¿Paula?


Pedro se había percatado de que había estado ausente, de que había desaparecido en sus propios pensamientos. 


Levantó la cabeza y la miró a los ojos.


—¿Qué ocurre? ¿Lo estás pensando mejor?


—Oh, no…


¡No, no. no! Eso jamás. Pero al ver que él estaba frunciendo el ceño supo que debía decir algo para explicarse.


—Es sólo que… ¿tienes… algún tipo de protección? —preguntó, logrando distraerlo.


—Desde luego… —contestó Pedro, acercándose a tomar su chaqueta. Sacó una cartera del bolsillo y de ésta un preservativo—. Eres tan sensata, belleza… —añadió, besándole la frente.


Pero en realidad ella no quería ser sensata, sino que deseaba entregarse a él sin la necesidad de ninguna protección.


Cerró los ojos y volvió a pensar que para Pedro aquello no era hacer el amor, sino que era simplemente sexo. Nada más. Por lo que siempre debía tener cuidado, ya que no quería ninguna consecuencia de lo que para él era simplemente placer. El simple hecho de que llevara preservativos consigo era evidencia de ello.


Al oír cómo él abría el envoltorio del preservativo y ser consciente de que se había quitado los pantalones y los calzoncillos para ponérselo, agradeció el hecho de haber cerrado los ojos, ya que se podía esconder durante un momento en la oscuridad que ello le otorgaba. Sabía que la decepción que sentía no se mostraría en su cara cuando él la mirara. Tras sus párpados podía esconder las lágrimas que amenazaban a sus ojos y tratar de tranquilizarse, de aceptar que las cosas eran de aquella manera.


Pero no podía tranquilizarse. Deseaba que aquel hombre la poseyera tanto física como mentalmente. No había nada que pudiera hacer para paliar el dolor mental que estaba sintiendo, pero sí que podía apaciguar el hambre que su cuerpo tenía, podía entregarse a Pedro y disfrutar de su posesión física… aunque no de nada más. Si aquélla era la única forma de amor en la que él creía, tendría que ser suficiente. Podía hacerlo por él.


Abrió los ojos, agarró a Pedro de los brazos y lo atrajo hacia ella. Entonces lo besó con una gran pasión. Abrió la boca y permitió que sus lenguas juguetearan la una con la otra. 


Cuando él se colocó sobre ella y le separó las piernas con uno de sus muslos, se abrió ante aquel hombre con una nueva clase de alegría que provocó que todo su cuerpo se alterara.


Al sentir que por fin él la penetró con una controlada fuerza, sintió cómo la necesidad y el hambre se apoderaban de nuevo de sus sentidos. Acarició la suave piel de Pedro y apretó los dedos en su musculosa espalda.


—Necesitaba esto —dijo él entre dientes—. Te necesitaba a ti…


No había duda de que aquellas palabras eran sinceras… la expresión de los ojos de Pedro lo demostraba.


—Ahora ya me tienes —contestó Paula, besándole los labios—. Me tienes toda… cada poro de mi cuerpo es tuyo…


Tuvo que dejar de hablar al sentir un certero movimiento que realizó Pedro dentro de ella, movimiento que la llevó al límite del placer y la mantuvo allí. Todo su cuerpo estaba concentrado en las intensas sensaciones que estaba experimentando.


Entonces él volvió a moverse dentro de ella, pero lo hizo con tanta pasión que la hizo caer por el abismo del placer, provocó que se sintiera embargada por un océano de sensaciones. Un momento después él mismo no pudo contenerse más y se perdió en el cálido abrazo del cuerpo de ella.









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