sábado, 16 de septiembre de 2017
UNA PROPOSICIÓN: CAPITULO 20
Esa noche, Paula tardó horas en dormirse. Y después despertó enredada en las sábanas y sudando, soñando con Pedro. Sueños íntimos. El tipo de sueños en los que te despierta el placer y te das cuenta de que sólo ha sido un sueño.
Tenía que entrar al trabajo a las siete y media de la mañana.
Y aunque había puesto el despertador una hora y media más pronto que de costumbre, salió de la cama mucho antes de que sonara, porque seguir tumbada pensando en el hombre con el que estaba prometida sólo de nombre era demasiado doloroso.
Sacó a los perros a dar un paseo alrededor de la manzana oscura, tomó un yogur y un batido de frutas y se dispuso a transformarse en una Pipi Calzaslargas reconocible. Cuando terminó, decidió que no lo había hecho muy mal.
El vestido amarillo al que le había cosido un montón de cuadrados rojos era en realidad una camiseta larga, pero siempre que tuviera cuidado de no inclinarse, el dobladillo cubría la parte superior de las medias de lana rojas y verdes que había encontrado de unas Navidades pasadas. Y después de poner bastantes limpiadores de pipas de alambre alrededor de una cinta del pelo roja, consiguió enganchar sus dos trenzas en los alambres para que salieran en ángulo desde la cabeza. Una docena de pecas pintadas en las mejillas con el lápiz de ojos terminaron el disfraz.
Salió para el café, pero como iba temprano, a mitad del camino decidió parar a ver a su madre, así que fue hasta la casa a la que se había mudado Constanza no mucho después de la muerte de su marido.
Paula sólo tenía recuerdos vagos de la primera casa. Era mucho más grande y lujosa. Pero ella se había criado donde vivía ahora su madre, aquél era su hogar y entró sin llamar.
A pesar de lo temprano de la hora, encontró a Constanza donde esperaba verla, sentada en la mesa del desayuno con una tetera y el periódico.
Su madre alzó la vista cuando entró.
—¡Paula, querida! ¡Qué sorpresa! —se levantó para tomarle el abrigo—. Mira eso. Este año te has superado. ¿Va todo bien?
Paula respiró hondo.
—Un día me acercaré a ti sin que pienses automáticamente que ocurre algo.
Constanza frunció el ceño y dejó el abrigo en el respaldo de una silla.
—Yo no siempre pienso eso.
—¿No? —Paula se mordió el labio inferior—. Perdona. Es que tengo un día raro.
—Todavía no son las siete de la mañana —repuso su madre con gentileza—. Y no es que me moleste verte a ninguna hora, pero esto es una sorpresa —tiró con gentileza de una de las trenzas de Paula—. ¿Qué te ocurre?
Paula respiró hondo y se sentó.
—Fiona tuvo un infarto ayer.
—¡Santo cielo! —Constanza se tocó el colgante de oro que llevaba al cuello y se sentó a su vez. Extendió el brazo y cubrió la mano de su hija con la suya—. Siento mucho oír eso. ¿Está bien?
—Se pondrá bien. Pero eso es sólo parte de lo que tengo que contarte.
Fuera por el susto con Fiona o porque ya había tenido la misma conversación con Jimena, lo cierto es que Paula consiguió condensar la historia más que de costumbre.
Cuando terminó, Constanza se levantó una vez más de la
mesa y se acercó a mirar por la ventana de encima del fregadero.
A pesar de lo temprano de la hora, llevaba el pelo recogido en el moño habitual y vestía impecablemente un suéter color salmón a juego con unos pantalones ceñidos.
—Dime la verdad. ¿Estabas prometida con ese hombre cuando Abel me dijo que lo estabas?
—¡No! —Paula se levantó y fue a situarse al lado de su madre. Constanza, alta, esbelta, rubia y más hermosa que muchas mujeres de su edad. Y Paula, bajita, más redonda en algunos sitios de lo que le hubiera gustado y con el pelo moreno recogido en trenzas ridículas—. Si pensara mentirte en algo de esto, no estaría aquí ahora.
Su madre suspiró y le pasó un brazo por los hombros.
—¿Estás enamorada de ese hombre?
—¡No!
Constanza enarcó una ceja.
—¿Estás segura?
Paula tragó saliva.
—Sí. No. No lo sé. Sólo hace unas semanas que lo conozco.
—Y mira dónde estás —replicó su madre—. Te prometiste con Leonardo al mes —le recordó—. No quiero verte sufrir otra vez.
—No sufriré. Y alguien tiene que ayudarle, mamá. A ti no te gustaría la actitud de su exmujer.
—Stephanie Walker. Los conocí el año pasado a su esposo y a ella en una función de HuntCom.
—Ya le dije a Pedro que esta ciudad es pequeña —murmuró Paula.
Constanza le dio una palmada en el hombro.
—Se mostró encantadora, aunque un poco tensa en lo referente a la carrera de su esposo. Me cuesta creer que no sea razonable en la custodia de sus hijos.
—A mí me llamó «criada» cuando nos conocimos.
—Humm. Desafortunado, por supuesto. Y sé muy bien cómo se pueden deteriorar las conversaciones entre esposos. Seguro que estabas demasiado cerca del fuego cruzado.
Paula no estaba nada segura de eso, pero no pensaba discutir con su madre.
—Adrian, el padre de Pedro, también dijo que te conocía.
—Adrian Alfonso. Por supuesto —asintió su madre. Sonrió débilmente—. Muy atractivo. Su esposa es una mujer interesante, creo recordar. No me pareció muy maternal.
—Es un modo de decirlo. ¿Entonces no me vas a desheredar ni nada de eso?
Constanza suspiró.
—¿De dónde sacas esas ideas? —besó a Paula en la frente—. Yo te quiero y sólo quiero verte feliz.
Si no fuera porque sabía que su relación con Pedro se debía a la necesidad y no al sentimiento, Paula habría podido decir que era feliz. Pero sonrió y confió en que su madre se conformara con esa respuesta
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