domingo, 17 de septiembre de 2017

UNA PROPOSICIÓN: CAPITULO 21





Se marchó poco después y el resto del día pasó con rapidez. 


En el café había bastante trabajo y, cuando no estaba atendiendo, estaba hablando con Cheryl, de la agencia.


Cuando terminó su turno a las cuatro, estaba agotada. Pero el cielo estaba despejado para variar, así que caminó hasta una floristería cercana y compró una maceta de margaritas amarillas. Se metió con ellas en el coche y fue a ver a Fiona.


Pedro le había dejado un mensaje en el móvil para decirle que tenía que acabar unas cosas y que los papeles del banco seguían con Fiona.


—Hasta luego, Pipi —terminaba.


No había nada de romántico en el mensaje, pero Paula lo escuchó cinco veces en el descanso para comer. Y de camino al hospital, no pudo evitar pensar si se lo encontraría allí.


Pero no fue así.


Su exmujer y sus hijos, en cambio, sí estaban y, aunque tanto Valentina como Ivan, que iban disfrazados con los trajes que habían planeado la noche anterior, se mostraron encantados de verla, su madre, desde luego, no.


Le lanzó una mirada glacial, pero se apartó para que Paula pudiera colocar la planta en el alféizar de la ventana, donde había ya un jarrón de cristal con un ramo de orquídeas. Paula se acercó a Fiona y la besó en la mejilla. La mujer estaba sentada en la cama.


—Vas a acabar con un jardín aquí.


Fiona sonrió y le dio una palmadita en la mejilla.


—Las margaritas son preciosas. Muy alegres. Gracias.


—Nosotros hemos traído las orquídeas —intervino Valentina.


Había completado su disfraz de cisne con un tutú blanco de su casa y parecía una bailarina haciendo poses por la habitación, a pesar de las protestas de su madre para que se estuviera quieta.


—Son preciosas —dijo Paula.


Stephanie se alisó el vestido granate con la mano.


—Los niños querían ver a su abuela antes de quitarse los disfraces.


—Y te agradezco que los hayas traído —repuso Fiona, guiñando un ojo a Ivan.


Stephanie pareció algo más complacida.


—Sí, bueno, ahora tenemos que ir a casa. Ernesto vendrá a cenar esta noche y estoy planeando algo especial.


Ivan hizo una mueca.


—Yo prefiero ir a pedir caramelos.


—Eres demasiado mayor para esas cosas —le dijo su madre—. Y es una actividad peligrosa.


Paula se mordió la lengua para no contestar a eso. Ivan sólo tenía diez años y Valentina doce. Y si visitaban unas cuantas casas del barrio supervisados por algún adulto, no les pasaría anda.


Ivan hundió los hombros un poco y Paula se alegró de haberles ayudado a buscar disfraces que les gustaran más que la sábana de plástico de fantasma y el chaleco de cowboy que les había comprado su madre.


Así al menos habían podido disfrutar de los trajes en el colegio


Les devolvió el abrazo que le dieron los niños e intentó ignorar la mirada fría con que los observaba su madre. Paula se sintió muy aliviada cuando ésta se marchó sin añadir ninguna palabra a la animosidad que mostraban sus ojos.


Cuando se quedaron solas, sacó una bolsa de su gigantesco bolso y se la dio a Fiona antes de sentarse al lado de la cama.


—¿Qué es esto?


—Artículos de aseo.


Fiona sacó el peine, el cepillo de dientes y la pasta.


—¡Dios te bendiga! —tomó el peine y se lo pasó por el pelo corto.


Paula sonrió.


—También hay loción y unas revistas. ¿Cómo te encuentras hoy?


Fiona señaló con una mueca los cables que salían por debajo de su camisón de hospital y llevaban a máquinas situadas al lado de la cama.


—Con ganas de salir de aquí —señaló con el peine un sobre marrón que había en la mesa con ruedas colocada a los pies de la cama—. Pásame eso, ¿quieres? Es la información del banco que me ha traído Pedro esta mañana.


Paula le pasó el sobre y volvió a sentarse.


—Cheryl me ha llamado media docena de veces. Todo va bien en la agencia. La graduación del sábado sigue en pie. Al siguiente sábado, los criadores entregarán un nuevo grupo de cachorros a los entrenadores —aquello se hacía siempre con un picnic festivo. Era un modo de honrar y dar las gracias a los criadores por ser una parte importante del proceso—. Le he dicho que confirme las fechas y las horas con el servicio de catering para el picnic y que deje de preocuparse tanto.


Fiona sonrió débilmente. Dejó el peine, abrió el sobre y sacó una hoja de papel que tendió a Paula.


—Firma en la X roja al pie de la página.


Paula tomó automáticamente el papel.


—¿Para qué?


—Para que tengas firma en las cuentas del banco.


La joven se quedó inmóvil.


—Fiona…


La anciana alzó una mano.


—No te molestes en discutir conmigo.


—Pero tu hijo debería…


—Nada. Adrian preferiría cerrar la agencia a participar en algo relacionado con ella.


—O Pedro


—Ya tiene bastantes cosas en la cabeza. Eres tú la que quiero, así que firma.


—Pero Fiona, yo ni siquiera trabajo para ti.


—Y creo que ya es hora de cambiar eso, ¿no te parece?


—¿Y en calidad de qué me vas a contratar? ¿De firmadora oficial de cheques? No tienes ningún puesto libre. Y no me extraña. Todos los que entran a trabajar para ti en Golden no quieren trabajar para nadie más.


—Hay un puesto libre. Directora.


Paula la miró de hito en hito.


—Es algo que llevo un tiempo pensando —prosiguió Fiona—. Me han dicho que esto ha sido un aviso de que debo frenar. Y francamente, prefiero hacerlo mientras todavía puedo controlar lo que ocurre con el trabajo de mi vida que esperar a estar dos metros bajo tierra y que mi familia acabe con todo lo que he hecho.


Paula se inclinó hacia delante y le tocó la mano.


—Ellos no harían eso.


—Yo estoy bastante segura de que sí.


Paula no podía discutir aquello.


—Te quieren —dijo—. Si había algo claro en tu fiesta de cumpleaños, era eso.


Fiona hizo una mueca.


—Los Alfonso no son como los Chaves, querida. El amor en esta familia no significa necesariamente apoyo incondicional. Lo supe cuando me casé con Sergio y su madre vino a nuestra boda de negro.


—¡Caray!


—Y que lo digas. El negro puede estar de moda ahora, pero entonces no se llevaba. Fue un escándalo. No le gustaba que Sergio y yo nos casáramos sólo un mes después de habernos conocido y ella le había elegido ya otra novia. Después sólo le di un nieto. Otro defecto por mi parte, aunque ella también había tenido sólo uno. La única bendición fue que no vivió lo suficiente para ver morir a su hijo antes de tiempo o me hubiera culpado también por eso.


—Fiona.


—No temas. Pedro me ha dicho esta mañana que conoces el secreto de la familia.


—Lo siento mucho.


—Sergio y yo tuvimos una buena vida juntos. Simplemente fue demasiado corta, y aunque sabía que me quería, también comprendía la presión que sentía de responder a las expectativas de su familia. Cuando perdía la vista, intentó escondérselo a todos y nada podía calmar sus miedos —movió la cabeza—. Quiero pensar que Sergio no murió en vano. Su muerte me dio el impulso de montar Golden Ability. Y ahora, ¿quién mejor que tú para tomar las riendas? Me recuerdas mucho a mí misma cuando era joven.


—Eso me cuesta creerlo. Tú siempre eres tan… centrada.


—Encontré mi centro —replicó Fiona con gentileza—. Debido a las circunstancias. Pero tú siempre has sido muy centrada en todo lo de la agencia.


—Sí, claro. Criando cachorros.


—Y procurando que tengamos más criadores maravillosos. Y ayudando en todo siempre que te necesito. Querida, ¿no te das cuenta de que, independientemente de lo demás que hicieras en tu vida, siempre has mantenido tu compromiso con Golden Ability? Conoces a los empleados, sabes lo que hacemos y por qué. Cheryl lleva casi siete años trabajando conmigo y te llama a ti siempre que yo no estoy y tiene alguna pregunta. No me cabe duda de que puedes hacerlo. Y yo pienso estar a tu lado hasta que te sueltes y confíes en tus habilidades tanto como yo.


A Paula se le ocurrían un sinfín de argumentos en contra de los de Fiona, pero no tuvo tiempo de decir ninguno antes de que la otra continuara:
—Y ahora te vas a casar con mi nieto —la anciana se cruzó de brazos con el aire satisfecho de un gato que ha cazado al canario.


Paula olvidó todos sus argumentos.


—¿Por eso lo haces? ¿Porque de pronto estoy prometida con Pedro?


Fiona ladeó un poco la cabeza.


—En realidad, una cosa tiene poco que ver con la otra.


Paula achicó los ojos, intentando leer en ella.


—¿Estás segura?


—¿Te he mentido alguna vez?


—No —pero había algo en la expresión de Fiona que le preocupaba.


—Pues firma. Aunque sólo sea para que no tenga que preocuparme de nada por un tiempo —miró las máquinas que le hacían compañía—. Y para que sepa que, si ocurre algo, la agencia podrá funcionar un tiempo antes de que
Adrian se salga con la suya.


—A ti no te va a pasar nada —Paula firmó el papel—. Y esto no significa nada, excepto que ya no tendré que falsificar más tu nombre en los cheques. ¿De acuerdo?


La sonrisa de Fiona se volvió angelical.


—Por el momento. Y ahora cuéntame cómo se te declaró Pedro. ¿Y habéis fijado ya la fecha?


Paula estuvo a punto de atragantarse con la saliva. ¿Cómo podía mentirle a Fiona en la cara?


—Todavía no tenemos fecha —dijo.


—Ya sé que a la gente le gusta casarse en verano, pero las bodas en invierno también son maravillosas —declaró Fiona—. Y me refiero a este invierno, claro, no a dentro de doce meses.


—¿Qué no va a ser dentro de doce meses?


Paula se volvió y vio a Pedro de pie en la puerta. Aliviada, se levantó de un salto y el documento que acababa de firmar cayó al suelo.


—Nada —se puso de rodillas para buscarlo debajo de la cama.


—Bonito disfraz, Pipi —gruñó él. Su mirada bajó por el torso de ella.


Paula recordó su aspecto y se sonrojó. Tiró apresuradamente del dobladillo de la camiseta hacia abajo.


—Son las trenzas las que hacen el disfraz —dijo.


La mirada de él se clavó en sus muslos.


—Cierto —se acercó, le levantó la barbilla con los dedos y la besó en los labios—. Las pecas también.


—No he tenido tiempo de cambiarme antes de venir.


—Me ha traído las margaritas —dijo Fiona. Pedro miró la planta.


—Muy bonitas —tomó el sobre marrón—. ¿Esto ya puede ir al banco?


Fiona asintió y Paula lo miró.


—Supongo que te ha dicho lo que quería.


—Sí —él tomó el sobre—. Y me parece muy bien.


—También le he dicho que quiero que me sustituya como directora de la agencia —añadió Fiona—, pero se muestra terca. Ablándala, por favor. Seguro que tus métodos son mucho más persuasivos que los míos.


Paula se sonrojó aún más. Fiona se echó a reír.


—Y ya podéis iros. Las parejas recién prometidas no deben perder el tiempo en hospitales cuando tienen que fijar una fecha y planear una boda.


Paula se inclinó a abrazar a Fiona y siguió a Pedro al pasillo.


—Podías haberme avisado —murmuró cuando llegaron a los ascensores.


—¿De esto? —él alzó el sobre—. Es algo entre ella y tú, yo sólo soy el mensajero.


—Que haya firmado esos papeles no implica que vaya a aceptar lo demás —ella tiró de un hilo suelto en uno de los cosidos de su disfraz—. Sería un desastre.


—¿Por qué?


—Porque sí.


Pedro enarcó las cejas.


—Repito. ¿Por qué?


Paula respiró con fuerza. No hacía mucho que se conocían, pero Pedro tendría que haber visto ya sus defectos.


—Olvídalo. ¿Vas a llevar eso al banco ahora?


Pedro miró su reloj de pulsera.


—Si puedo llegar antes de que cierren, sí —se abrió el ascensor y entraron—. ¿Tú vas a casa ahora?


—No sé si vendrá nadie a pedir caramelos a la casa del jardín, pero quiero estar allí por si acaso. ¿Y tú? —reprimió el impulso de pedirle que la acompañara.


—Vivo en un apartamento. Nunca ha venido ningún niño.


—Ni siquiera Ivan y Valentina, supongo. Tu exmujer los ha traído antes. Los dos estaban adorables.


Se abrieron las puertas.


—Me alegro de que al menos uno de los dos los haya visto.


Ella lo miró.


—Quizá todavía estén vestidos. Deberías pasar a verlos.


—No puedo. Tengo una reunión en la oficina a las seis y mi abogado lleva toda la tarde persiguiéndome por teléfono. Tengo que saber lo que quiere. ¿Dónde has aparcado?


Ella señaló hacia la derecha, pero no pensaba en el coche. Pedro no podría ir con ella aunque se lo pidiera, y la decepción era intensa.


—Pues buena suerte con todo eso.


Se disponía a bajar de la acera, pero él la agarró por el brazo para que no se metiera delante de un coche.


Paula sintió la firmeza de él a su lado y, después de un momento tembloroso, se enderezó para apartarse.


—Gracias.


Él le apretó el hombro.


—Tienes que mirar por dónde vas —le tiró levemente de una de las trenzas y se alejó hacia su coche, aparcado a la izquierda de la entrada.


Paula miró sus largas piernas.


Tenía razón.


Necesitaba ver por dónde iba. Sobre todo en lo relativo a él, si no quería acabar con el corazón más destrozado que nunca.




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