miércoles, 6 de septiembre de 2017

UN MARIDO INDIFERENTE: CAPITULO 16




La voz de Ghita era jadeante de la excitación. Paula sabía la respuesta a aquella pregunta.


—¿Quién? —preguntó la delgada rubia.


PedroPedro Alfonso. ¿Te acuerdas que te lo presenté? Bueno, creo que fue hace casi un año. El americano alto, atractivo y…


—¿Cómo me iba a olvidar? —dijo la rubia entre risas—. No dejaste de hablar de él. Era el hombre más maravilloso, sexy, considerado, dinámico, inteligente que haya pisado la faz de la tierra. Un absoluto parangón de la virtud y la virilidad. Sin pecados ni defectos.


—Ríete lo que quieras, pero es verdad. Él…


Paula estaba empezando a sentir mucho calor. Bueno estaba echada al sol. Alcanzó el zumo de fruta de la pasión y dio un trago. No quería oír más, pero era imposible. Estaba comentando que Pedro ya no estaba casado, que su mujer se había divorciado de él hacía unos años.


—Me hace preguntarme qué pasaría —comentó la rubia con voz seca—. ¿Por qué una mujer dejaría por propia voluntad irse a un hombre perfecto?


—No debía ser muy inteligente.


Hubo un tono áspero en la sexy voz de Ghita.


Paula se sentía a punto de saltar y enfrentarse a ellas, de decirles que no tenían ni idea de lo que sucedía tras las puertas cerradas en la vida de otra gente. Que era extremadamente estúpido juzgar cuando no se sabía nada de los hechos.


—No se ha vuelto a casar —escuchó decir a Ghita—. Me lo dijo él. Dios sabe lo que le haría esa mujer.


Paula se puso rígida. Tenía la respiración entrecortada y la rabia le sabía amarga en la boca. ¡Cómo se atrevía! ¿Qué pensaría que le había hecho ella a Pedro?


—Una buena mujer debería ser capaz de hacerle cambiar de idea —comentó la rubia—. ¿Cómo de buena eres tú, Ghita?


Las dos se rieron. Paula apretó los puños. Se quitó las gafas de sol, se levantó de la hamaca y se tiró al agua. No quería escuchar una palabra más.


Nadó largo tras largo como si estuviera entrenando para las olimpiadas.


Por fin, agotada, se alzó por el borde, se sentó y echó un vistazo a su alrededor. Las dos mujeres seguían allí. Bueno, tendría que recoger sus cosas e instalarse al otro extremo de la piscina. No le apetecía escuchar más su conversación.


Hizo lo planeado, pidió otra bebida y volvió a intentar leer el libro que había comprado.


Al final de la interminable tarde, volvió a la habitación conteniendo el aliento por miedo a encontrarse allí a Pedro.


La habitación estaba vacía y soltó un suspiro de alivio. El baño mostraba señales de haber sido usado; vapor, y aroma a champú y a loción. Bien, había estado y se había ido; le había dejado el sitio entero para ella.


A las seis en punto llegó a la terraza del restaurante y encontró a Pedro sentado a una mesa con la adorable Ghita. Apretó la mandíbula. Maldición. Lo único que le faltaba, que le presentaran a Ghita.


Estiró la espalda, esbozó una sonrisa radiante y se contoneó hacia la pequeña mesa, el suave algodón de su vestido balanceándose con suavidad alrededor de sus tobillos.


—Hola —saludó con ánimo.


Los dos alzaron la vista. Pedro se puso de pie y separó una silla para ella presentándolas pero omitiendo los apellidos y relaciones. El frío y reservado de Pedro. Debería haber imaginado que eso sería lo que haría.


—¿Qué tal has pasado la tarde? —preguntó con cortesía.


Paula le contestó que había sido placentera y relajante, lo que por supuesto, era la mentira del siglo.


Cuando apareció el camarero, ella pidió un «Baile a la luz de la luna» una bebida con abundancia de alcohol. Sintió la sorpresa de Pedro. Ella no solía beber nada más fuerte que el vino y aún así, no muy a menudo. Pero en ese mismo momento, el vino le parecía demasiado suave para el humor que tenía.


Su bebida llegó unos momentos más tarde, completa con una sombrilla de papel y una mariposa. Pedro se levantó y se disculpó para ir a hacer unas llamadas. Ghita le sonrió con dulzura y le dijo que se las arreglarían sin él.


Por supuesto que se las arreglarían. Podrían charlar y conocerse. Un poco de charla femenina. Paula sacó la piña del borde de la copa y la masticó. Oh, Dios, ¿qué le pasaba? 


No era propio de ella ser tan negativa y poco amable. Era evidente que aquella mujer, mejor dicho, aquella chica, estaba enamorada de Pedro y no había motivos por los que no debiera estarlo. No había ninguna razón por la que debiera molestarla a ella, su ex mujer. Dio un generoso trago a su bebida.


Paula se dio cuenta de que Ghita la estaba estudiando sin ocultar su curiosidad. Paula esbozó una sonrisa.


—Esto es un sitio precioso —dijo por decir algo.


Ghita se humedeció los labios.


—Seguro.


—¿Estás de vacaciones aquí?


—No. No vivo lejos de aquí. Mi padre es el propietario del complejo.


Paula asimiló la información aunque no estaba segura de su utilidad. Asintió.


—¿Cómo conociste a Pedro? —preguntó Ghita sin poder contener ya la curiosidad.


—En un cóctel en Kuala Lumpur —contestó Paula con maldad—. Hace tres días.


La chica se quedó en silencio por un momento. Paula sonrió.


—Me invitó a venir con él a las montañas mientras él escribía su informe. Y me alegro. Esto es precioso.


Ghita tenía los ojos como platos de asombro.


—¿Lo conociste en una fiesta hace tres días y te invitó a venir con él?


Paula asintió con solemnidad.


—Sucedió todo con mucha rapidez, lo sé. Pero parecía como si nos conociéramos el uno al otro de toda la vida. ¿Conoces esa sensación cuando acabas de conocer a alguien?


Ghita asintió despacio, pero su expresión carecía de convicción. En sus ojos oscuros brilló algo extraño: ¿rabia? ¿Sospecha? Paula no estaba segura.


—¿Pasa algo malo?


—No, quiero decir que no es algo que esperaba de él. Él… no es así.


—Ya entiendo —dijo Paula sabiendo que era la verdad.


Ghita parecía incómoda, como si supiera que tenía que hacer algo, pero no el qué.


—Puede que te parezca que lo conoces de toda la vida —dio por fin—, pero yo lo conozco de bastante más que de tres días y… y creo hacerte un favor si te advierto que no esperes demasiado de él.


Paula se sintió tensa. ¿Quién se creía aquella mujer que era? ¿Reclamando el territorio?


—Gracias por tu advertencia —dijo con frialdad.


Ghita apretó las manos alrededor de la copa.


—Estuvo casado una vez, ¿sabes? —Contó como una niña rebelde que desvelara un secreto—. ¿Te lo ha contado?


Había reto en sus ojos y en su voz.


—No. Eso no me lo ha contado.


El triunfo brilló en los ojos oscuros de Ghita. Su cara decía: yo sé de él mucho más que tú.


—Realmente no se puede conocer a una persona en estos tiempos —siguió Ghita con aire de seguridad—, y podría ahorrarte un montón de sufrimiento si no te ilusionas demasiado.


Paula mantuvo un silencio significativo. Había un par de formas de jugar con aquello, pero optó por la salida fácil.


—Gracias por tu preocupación, pero no te preocupes. Yo no lo quiero.


Ghita empezó a abrir la boca, pero se contuvo.


—¿Que no lo quieres?


Era evidente que encontraba la idea imposible de creer.
Paula sacudió la cabeza.


—No, eh… esto es sólo una situación temporal terminó su copa—. Ah, ahí llega.


Contempló cómo se aproximaba Pedro, fijándose en cómo mantenía la cabeza alta con confianza, cómo movía sus anchas espaldas y sintió un vuelco en el corazón. Avanzó entre las mesas con gracia atlética y a Paula se le contrajo el estómago. Su cuerpo exudaba una poderosa gracia y una sexualidad masculina que despertó todos sus sentidos femeninos. Al llegar a la mesa, se sentó de nuevo y se reclinó con abandono.


—Perdona que os haya abandonado.


—No te preocupes —dijo Paula—. Nos hemos estado conociendo —sonrió sintiéndose un poco diabólica—. Le he contado a Ghita que nos conocimos hace unos pocos días en Kuala Lumpur y que me invitaste a quedarme en casa de los O’Connors.


Él la miró con gesto interrogante.


—Ya entiendo.


No hizo ningún comentario más, pero preguntó si les apetecería otra bebida.


—A mí me encantaría otro «Baile a la luz de la luna» y si me disculpas, yo también tengo que hacer otra llamada.






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