viernes, 29 de septiembre de 2017

RUMORES: CAPITULO 5




-NO LA toquen -escuchó decir a una voz autoritaria. Para Paula, aquello sonaba como un consejo excelente. El dolor parecía estar por todas partes, pero en el momento en que intentó moverse comprendió que el daño se lo había hecho en la pierna izquierda.


-Pensábamos que tendríamos que darle el beso de la vida.


-O ponerla en una posición tendida -añadió otra voz.


-¡Por Dios bendito, hombre! Está respirando. Solo se ha desmayado y, por el ángulo de esa pierna, no me extraña -la brusca respuesta fue más cercana esa vez-. ¿Dónde está esa ambulancia?


-Yo no me desmayo -se sintió impelida a protestar.


-Está consciente. Ha dicho algo.


-¿Qué pasa, Paula?


El roce en su frente fue firme pero delicado y pudo oler el peculiar aroma de la colonia de Pedro junto con su cálido olor masculino.


-No me he desmayado.


Se obligó a abrir los ojos y encontró la cara de Pedro muy cerca.


-Pues es una pena. Supongo que te dolerá una barbaridad.


-¿La pierna?


-Parece rota. ¿Dónde más te duele?


-Por todas partes -las lágrimas de debilidad asomaron a sus ojos y Paula se sintió avergonzada-. Tenía que hacer un pase de bañadores en las Maldivas el próximo mes.


Un brote de risa histérica escapó de sus labios al escucharse.


-La ambulancia no tardará nada. Aguanta -Paula lo sintió alejarse más que verlo y la agitación la hizo moverse inquieta-. No intentes moverte, Paula.


-Prométeme que no te irás -susurró ella con fiereza.


Sus ojos estaban febriles y muy abiertos cuando lo asió por la muñeca con sorprendente fuerza.


Un destello de algo parecido al asombro surcó la cara de Pedro, que se paralizó y bajó la vista hacia sus dedos antes de volverla hacia su cara.


-Te lo prometo.


Paula lanzó un suspiro de alivio.


Cuando llegaron los paramédicos, Paula se vio obligada a soltarse del brazo de Pedro y la pérdida de contacto la hizo casi perder el débil control que le quedaba.



-Necesita algo para el dolor -le escuchó ordenar con aspereza.


-No se preocupe. No la moveremos hasta que se lo hayamos administrado.


«Desde luego que no», pensó Paula intentando enfocar las imágenes. Aquel asunto de hacerse la valiente no era tan sencillo. Entonces se encontró con unos ojos grises familiares. Algo en la calma de su mirada debió transmitirse a ella, porque de repente le costó menos seguir las instrucciones de los paramédicos y respirar por la mascarilla que le pusieron. Aquello borró el dolor casi al instante.


Alguien le puso una inyección en la pierna antes de que la alzaran sobre una camilla.


-¿Viene con nosotros, señor?


Paula se quitó la mascarilla.


-No tienes por qué hacerlo.


Pedro se inclinó hacia ella para oírla mejor.


-Iré.


Paula cerró los ojos y esbozó una leve sonrisa de satisfacción. El porqué se sentía más a salvo sabiendo que lo tenía a mano era una misterio que desvelaría más adelante.


-¿Cómo te sientes? -Pedro alzó la voz por encima del ruido de la sirena


¡Dios bendito! ¿Por qué no le hablaba del tiempo?, se reprendió Pedro a sí mismo. Él funcionaba bien en medio de las crisis, pero en cuanto la autoridad no estaba en sus manos se sentía frustrado e impotente.


-Borracha -fue la sorprendente respuesta de ella.


Pedro miró al paramédico con gesto interrogante.


-Es la medicación y la inhalación del gas. A algunas personas las afecta de esa manera.


-¿Sabes algo?


-¿Qué, Paula?


-Tienes las manos más bonitas que he visto en mi vida.


-Muy amable por tu parte.


-Pues quería decírtelo. Y quería decirte algo más, Pedro.


Pedro se giró hacia el paramédico con una mueca de disculpa en la cara.


-Creo que eso lo podremos hablar más tarde, Paula.


-De todas formas me he olvidado de lo que iba a decir...






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