viernes, 29 de septiembre de 2017

RUMORES: CAPITULO 4




- A quién dices que ha invitado Ana?


Bety Chaves no pareció notar la expresión horrorizada de su hija.


-A Pedro Alfonso, cariño, para redondear el número. Te recuerdo que él y Alejo se llevan muy bien. Juegan al tenis juntos.


-No lo sabía -replicó Paula con frialdad.


-Le mencioné a Ana que él y tú parecíais haber congeniado bastante bien en la boda. ¿Preparo entonces una tarta de limón acida o te arriesgarás con el chocolate y el merengue? -esperó expectante y lanzó un suspiro de impaciencia cuando su hija la miró sin expresión-. Ya te dije que llevaríamos el pudín. Ana ya tiene bastante trabajo con los mellizos, pero al menos ha limitado el bautizo a la familia. Y a Pedro, por supuesto.


¡Y Pedro!


Paula asintió. Conocía a Ana lo bastante bien como para saber que no podía pedirle que se retractara y no invitara a Pedro sin que le hiciera contar todo el episodio humillante. 


Y Paula no estaba preparada para aquello; todavía se sentía demasiado vulnerable por el penoso incidente.


-Perdona, mamá. Tengo que salir -dijo levantándose del viejo sillón.


-¿Adonde vas?


Con la mano en el pomo de la puerta, Paula contestó de forma vaga:
-No tardaré mucho. Tomaré prestado tu coche.


Tardó menos de lo que había calculado en llegar a Alfonso Motors en las afueras del pequeño pueblo. Aparcó el viejo coche de su madre entre otros más lujosos y caminó confiada hacia la entrada. Nadie que mirara aquel paso elegante de sus largas piernas podría haber imaginado el pánico que sentía. Solo sus hermanas sabían que ella solo silbaba cuando estaba petrificada y ellas no estaban allí.


La chica de la recepción alzó la vista y miró por segunda vez sin disimulo.


-¡Señorita Chaves! -jadeó abriendo los ojos-. ¿Puedo ayudarla?


-Me gustaría ver a Pedro.


Tener una cara famosa tenía que tener algunas compensaciones, sobre todo cuando una se presentaba en un sitio al que no la habían llamado.


-El señor Alfonso... -la duda surcó la cara de la muchacha-. ¿Tiene una cita?


-Es una sorpresa.


-Bueno, no creo que... Es muy estricto acerca de...


-Lo cierto es que pensaba cenar con él esta noche,
pero tendré que anularlo. Así que he pensado invitarlo a un almuerzo temprano para compensar


- Por su cumpleaños? Ya entiendo. Oh, bueno, en ese caso.


El asistente personal de Pedro resultó ser un hombre bastante joven y atractivo y completamente inmune a sus encantos. A Paula le hubiera gustado creer que era su famosa sonrisa y su actitud triunfadora lo que le permitió la entrada al santuario tan celosamente guardado, pero era evídente que si había llegado tan lejos era solo porque Pedro había dado su permiso.


El pánico la asaltó en cuanto la puerta se cerró tras ella, pero el orgullo la hizo no mostrar ninguna inseguridad.


Pero no tenía por qué haberse preocupado, porque para el interés que mostró Pedro por ella podría haber estado desnuda allí en medio. ¡No se hubiera sentido más vulnerable de lo que se sentía entonces!



Él siguió quitándose el mono, bajo el que llevaba una inmaculada camisa blanca y una corbata de seda. Alzó la americana gris del respaldo de la silla y se la puso. La sombra de su vello era visible bajo la camisa, así como la insinuación de su musculatura. A Paula se le secó la garganta al notarlo.


-Llevas un estilo de dirección de «manos a la obra» por lo que parece -dijo Paula deslizando la mirada hacia el mono que se había quitado.


-Soy un hombre de acción.


La insinuación la hizo sonrojarse.


-Espero que sepas por qué he venido aquí.


-No soy tan perceptivo como pareces creer.


-La fiesta de la cena.


Paula no quería jugar con él y tampoco era capaz. Solo estar en la misma habitación que Pedro la hacía penosamente consciente de lo mucho que lo irritaba.


-;Ah, la cena!


Pedro descendió para sentarse en el sillón de cuero tras el impresionante escritorio que dominaba la habitación. No, se corrigió Paula con rapidez, era él el que dominaba la habitación.


-No vayas.


-¿Perdona? ¡Vaya, parece que estaba olvidando mis modales! Toma asiento.


-No puedes olvidar lo que nunca has tenido -atacó Paula-. Y no me pienso quedar lo suficiente como para sentarme. No creo que me agrade estar en tu compañía.


-Y si es así, ¿por qué estás aquí? -preguntó él imperturbable mientras la miraba con los ojos entrecerrados.


-Solo quería pedirte que fueras razonable. Estoy segura de que no querrás pasar la velada en mi compañía tanto como yo en la tuya.


-Y si no quieres verme, ¿por qué vienes aquí? 


-Ya te lo he dicho.


-¿Has oído hablar del teléfono? -interrumpió él con sequedad.


Paula abrió los labios varias veces antes de recuperar la voz.


-No lo había pensado.


-Por supuesto que no.


La odiosa mirada de saberlo todo de sus ojos le dio ganas de gritar.


-Si crees que lo he usado como pretexto para verte, no podrías estar más equivocado.


-Esa es una idea interesante -musitó él apoyando la barbilla en la mano.


Paula no podía mirar sus manos sin imaginarse... Inspiró con fuerza para no perder el control.


-¿Piensas venir? -dijo con voz calmada y razonable.


-No podría negarme puesto que me han pedido que sea el padrino del pequeño Jose.


-No te lo han pedido -cerró los ojos y apartó el mechón que le tapaba los ojos-. Me han pedido a mí que sea la madrina.


-¿No es encantador?


Sus dientes asomaron tras aquella sonrisa de lobo.


-¡Estás disfrutando de esto! -lo acusó ella


Por primera vez, Pedro se puso rígido.


-Muy al contrario, pero no pienso ofender a mis amigos, solo porque tengan la mala suerte de estar emparentados con una pequeña aventurera como tú -deslizó la mirada por su cuerpo-. Puedes tachar lo de pequeña.


-Veo que estoy perdiendo el tiempo -Paula se dio la vuelta y salió de la oficina-. ¿Cómo se sale de aquí? -preguntó al asombrado ayudante de Pedro.


-Primera a la izquierda y desde allí el ascensor. Si tiene prisa...


-La tengo.


-Podría cruzar la fábrica, primero a la derecha y bajando las escaleras.


Paula no notó los ojos que la siguieron a través de la planta de la factoría. Los coches de Alfonso eran de baja tecnología, al menos en su construcción, así que no habia tecnología robótica, solo obreros. E iba tan ajena a todo que ni siquiera se dio cuenta del grito de advertencia cuando el suelo desapareció bajo sus pies.


En momentos como aquel, una chica con un poco de sentido común se desmayaría, pensó. Paula esperó a que la negrura la envolviera y la hiciera olvidar el agudo dolor, pero no fue así. Alguien encendió una luz y Paula solo gimió con suavidad ante las miradas expectantes de los trabajadores.



-Llama al jefe.


«Busque una ambulancia», hubiera querido gritar ella por primera vez en su vida.





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