viernes, 1 de septiembre de 2017

NECESITO UN MEDICO: CAPITULO 30




GRACIELA Idlewild sí tenía varias ideas sobre el tema de petardos en el trasero, pero Paula no se decidió a ponerlas en práctica y optó por quitarse de en medio y acudir a trabajar cuando sabía que él no estaría allí y, en conjunto, dejar las cosas como estaban durante enero... febrero... y marzo.


La vida no se detuvo durante aquellas semanas largas y miserables. Graciela permaneció una semana con ellos antes de volver a Arkansas y prometió volver en la primavera. Nevó tres veces más, una de ellas lo bastante para cerrar la escuela, y tuvieron una racha de varios días buenos en los que empezaron a brotar los tulipanes.


Karen cumplió cuatro años y aprendió a escribir su nombre. Ana echó tres dientes más y dejó claro que había terminado de tomar el pecho. Noah empezó a hacer amigos nuevos y acabó por olvidar que Paula era el enemigo.


Nicolas y Mildred acudieron juntos al baile anual de invierno de los jubilados, mostrándose así oficialmente como pareja.


Paula pidió prestada una Singer vieja a Didi Meyerhauser y cosió cortinas de cuadros blancos y azules para la cocina, añadió tartas de natillas a su repertorio, cumplió veinticinco años sin decírselo a nadie y pasó el primer aniversario de la muerte de Javier sin decírselo tampoco a nadie.


Ruby y Jordy compraron un sofá nuevo y le dieron el viejo a Paula.


Pedro le dio otro aumento de sueldo. La joven pensó que era por remordimientos, pero lo aceptó de todos modos.


Y a principios de abril, se dio cuenta de que el agujero de su corazón, si no curado, al menos había dejado de doler tanto. Por lo que cuando Hernan Atkins la invitó a salir por cuarta o quinta vez, aceptó.



***


En las semanas y meses que siguieron a la primera semana de enero, Pedro diagnosticó veintitrés casos de gripe, retiró media docena de objetos de orificios infantiles, arregló cuatro huesos rotos y permaneció despierto a menudo por la noche pensando si había perdido el juicio.


La echaba mucho de menos. Aunque todavía la veía cuando iba a trabajar o se la encontraba por el pueblo, no era lo mismo.


No era lo mismo en absoluto.


Y durante esos meses recordó una y otra vez las palabras de Nicolas y de Hector y acabó por reconocer la verdad que encerraban: que en los últimos años había empleado mucha más energía en salvar su pellejo que en curar a sus pacientes.


Y de ningún modo estaba mejor sin Paula, pensara lo que pensara Hector.


Cuando decidió que tenía que hacer algo sobre aquella revelación, decidió también que necesitaba un corte de pelo.


 Y mientras estaba en la barbería, a Coop Hastings se le escapó que Hernan Atkins había presumido de que Paula Chaves había aceptado al fin salir con él.



****


Paula creía haberle dejado claro a Hernan que salían sólo como amigos y él le había asegurado que estaba de acuerdo. Y durante la primera parte de la velada, en que la llevó a un asador popular cerca de Prior, se mostró como un caballero.


Hasta la mitad de la comida, en que se hizo evidente que no sabía beber y tres cervezas lo emborrachaban. Y aunque Paula sabía que podía llamar a distintas personas para que fueran a buscarla, no sabía cómo salir del problema sin poner en evidencia a su acompañante.


—¡Hernan! —le dio un golpecito en el brazo—. Le he pedido a la camarera que te traiga café.


La miró sorprendido.


—No quiero café —la camarera no hizo caso y se lo sirvió de todos modos —. Estás muy guapa con ese vestido, Paula.


Era un vestido de punto, de color malva, con flores blancas pequeñas.


—Pero seguro que estás más guapa sin él — terminó el hombre.


—Tómate el café.


—No quiero...


Paula se inclinó hacia él.


—O te tomas ese café o me largo. ¿Está claro?


Él parpadeó varias veces, pero al fin se llevó la taza a los labios. Paula suspiró. Los hombres eran criaturas patéticas.


—¿Paula? ¿Estás bien?


El corazón casi se le salió del pecho. Se volvió y vio a Pedro de pie con los brazos cruzados y mirando a Hernan con tal rabia que éste se puso en pie y cerró los puños.


—¿De dónde narices sales tú? —preguntó.


—Eso no importa. Estás borracho.


—No lo estoy.


—Vamos, Paula. Te llevaré a casa y llamaré a Mario para que venga a buscar a Hernan.


—No —dijo ella.


Pedro la miró como si se hubiera vuelto loca.


—No puedes dejar que te lleve él.


—Claro que no. Pero puedo solucionar sola esta situación. 


¡Oh!


Hernan había lanzado un puñetazo contra Pedro, falló y cayó sobre la mesa contigua. Pedro lo agarró, se disculpó con los clientes y lo sacó fuera antes de que hiciera más daños.


—¡No puedes meterte en mi cita! —protestó Hernan. Cuando Pedro lo soltó, se tambaleó y lo amenazó con el puño—. Es mía. Tú la dejaste marchar. Ella te quiere pero tú eres demasiado... —eructó— tonto para reconocer algo bueno cuando lo ves.


Cuando terminó de hablar, Hernan se derrumbó en las escaleras de fuera del restaurante y cerró los ojos.


—Luego no recordará nada de lo que ha pasado —dijo Pedro, cuando aparcó delante de la casa de Paula.


—¡Pues qué lástima! —exclamó ella, con los brazos cruzados.


Pedro se ajustó el sombrero con un suspiro.


—Querida, yo fui a la escuela con Hernan. Es poco recomendable y siempre lo ha sido. Cuando me enteré de que ibas a salir con él, yo...


—¿Cómo te enteraste?


—Hernan se lo dijo a medio pueblo. Además, vuestra camarera me avisó en cuanto entrasteis en el restaurante.


—Y sentiste que tenías que acudir al rescate.


Pedro apretó el volante.


—Tú no lo entiendes.


—Claro que lo entiendo. Pero algunos no tenemos intención de pasarnos la vida sentados en casa llorando por lo que hemos perdido. Puede que Hernan no sea la mejor elección, pero podía haber solucionado sola el problema. Y quiero que entiendas que no necesito tu protección, así que déjame en paz. ¿Vale?


Salió de la camioneta y dio un portazo.


—Y por cierto —dijo antes de alejarse—. Que a mí me parece que la terquedad tampoco es una muestra de madurez.


Pedro se quedó un momento sentado; después puso el coche en marcha y se alejó. Dejaría que se calmara y luego hablaría con ella.







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