viernes, 1 de septiembre de 2017

NECESITO UN MEDICO: CAPITULO 31




Al día siguiente, a Paula le dio un vuelco el corazón al ver acercarse la camioneta de Pedro. Cuando le abrió la puerta, él le entregó un ramo de tulipanes y ella lo miró esperanzada.


—¿Te has decidido?


Él enarcó las cejas.


—Me había decidido antes de ese asunto con Hernan, pero tú no te callaste ni un rato para que yo dijera lo que quería.


—¿Y qué es lo que quieres decir?


Pedro la miró con exasperación.


—Que pensar en ti con otro hombre me vuelve loco, pero no tanto como intentar vivir sin ti. Así que aquí estoy, con el corazón en la mano. ¿Es suficiente?


Ella le tendió la mano.


—Sí.


Pedro le tomó la mano y la siguió.


Nadie dijo nada en los siguientes minutos, en los que estaban demasiado ocupados besándose e intentando subir las escaleras sin matarse para hablar. Pero cuando llegaron al dormitorio, Pedro preguntó dónde estaba todo el mundo.


—Han salido — Paula se sacó la camiseta por la cabeza—. Noah y Karen están en una fiesta de cumpleaños. Ines se ha llevado a Ana un par de horas.


—¿Y Nicolas? —Pedro se quitó también la camisa.


—En casa de Mildred. Quítate los pantalones.


Él obedeció con torpeza. Paula estaba ante él con sujetador y bragas blancos de algodón y el labio inferior entre los dientes. A pesar de los siete u ocho kilos que había aumentado en los últimos meses, parecía tan delicada como una mariposa.


Pero no lo era.


—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó él.


Ella sonrió.


—Suficiente, imagino —dejó caer el sujetador al suelo—. Tócame —susurró.


Y él lo hizo.


Exploró su cuerpo, vacilante, despacio, desesperado por complacer hasta que ella lo montó a horcajadas y le puso las manos en los hombros. Un rayo de sol besó sus pechos pequeños y perfectos y Pedro hizo lo mismo.


—Te quiero, Paula —susurró. Y vio lágrimas en los ojos de ella.


La joven se inclinó a besarlo y él volvió a colocarla debajo. 


La poseyó pensando que era media tarde de un sábado, que estaban solos y que, además de estar haciéndole el amor a la mujer de su vida, estaba haciendo las paces consigo mismo.


Reclamando un regalo que casi había sido demasiado estúpido para aceptar. Los dedos de ella le acariciaron la mejilla y la boca. Sonrió.


—Ahora —dijo.


—No he traído... no esperaba...


—¿Importa eso?


Pedro la miró a los ojos.


—¿Te casarás conmigo?


Ella lo miró con malicia.


—¿Puedo pensarlo?


Pedro se echó hacia atrás. Paula soltó una carcajada.


—Vale, vale, sí. Me casaré contigo, Pedro —susurró con los ojos fijos en los de él—, porque está claro que vine aquí para eso.


Ninguno de los dos dijo nada en mucho rato. Paula fue la primera en hablar.


—¿No llevas teléfono móvil? —preguntó.


—No.


Ella lo miró a los ojos.


—¿Te has unido al centro médico?


—Sí. La semana pasada. Tengo una noche de cada dos libre y un día entero a la semana.


—¿Y estás seguro de que es eso lo que quieres?


—Sí —la besó en la boca—. Estoy seguro.


—Entonces me alegro por ti —apoyó la cabeza en el pecho de él—. Pero a mí me daría lo mismo.


—Lo sé —dijo él—, pero al fin entendí que lo que me daba miedo no era quererte, sino perderte y que te fueras.


—Eh, yo no soy Susana.


—Lo sé.


—Y no quiero que te sientas responsable de mi felicidad. ¿Está claro?


—¿Ah, no? —la abrazó con fuerza y se echó a reír—. Si quiero hacerte feliz, lo haré. Y tú no podrás impedírmelo.


—Bueno, vale —musitó ella—. Si significa tanto para ti...


—Claro que sí.


Se abrió la puerta de la casa.


—¡Paula! —gritó Ines—. Hemos vuelto — se echó a reír—. Y si el coche de Pedro está ahí fuera y no estáis abajo, no hay que ser muy listo para adivinar lo que pasa, así que Ana y yo nos vamos otra vez... No tengáis prisa.


Paula y Pedro se miraron y se echaron a reír.


Y decidieron aceptar la oferta de la mujer porque no sabían cuándo volverían a tener una tan buena.





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