martes, 26 de septiembre de 2017
AMIGO O MARIDO: CAPITULO 21
Con Pedro de rodillas, sus cabezas estaban casi a la misma altura. Un suspiro largo y silencioso brotó de los labios entreabiertos de Paula antes de que Pedro perdiera el control y aprovechara el aturdimiento creado por sus palabras.
Paula se derritió en sus brazos y, con un pequeño gemido, le rodeó el cuello con las manos. Debilitada por una oleada de deseo candente, se aferró a él sin inhibiciones. El beso ávido que compartieron estaba impregnado de ciego deseo, y se prolongó durante lo que pareció una eternidad.
Cuando los labios de Pedro se apartaron de los de Paula, no se fueron muy lejos. Pedro permaneció con el rostro pegado a su mejilla, respirando con dificultad. Incluso el roce de su cálido aliento en la piel la excitaba hasta el punto de delirar.
—Te quiero... —Paula se corrigió justo a tiempo— acariciar.
Pedro rió con voz un tanto entrecortada. Tenía la piel húmeda, y Paula también sentía las minúsculas gotas de sudor que habían brotado en su propio rostro. Sin pensar en las consecuencias, deslizó la lengua por la humedad salada de la mandíbula de Pedro. Pedro tenía una mano en la espalda de Paula, y la mano la apretó antes de empezar a acariciarla. El movimiento resultaba casi tranquilizador, aunque también impedía que ella se apartara. Claro que en lo último que estaba pensando Paula era en escapar.
—No te imaginas lo mucho que deseaba besarte —gimió Pedro. Tomó la barbilla de Paula con la otra mano y le dio otro beso ardiente en sus labios suaves y seductores—. Anoche... —los músculos de su garganta se movieron visiblemente mientras tragaba saliva—. Dios mío, Paula, fue... —profirió un ronco gemido. En aquella ocasión, el beso estaba cargado de ternura.
« ¿Qué estoy haciendo?», se preguntó Paula. «Pedro no acaba de ofrecerme su alma, sino un matrimonio de conveniencia», se dijo sin miramientos. Era una locura bajar las defensas y responder de aquella manera. Intentó reavivar las brasas de su resentimiento, pero fracasó miserablemente.
—Le has dicho a tu abuelo que nos vamos a casar, ¿verdad?
—Sabía que no podría darte gato por liebre.
Paula hundió los dedos en el grueso pelo moreno que se rizaba junto a su nuca.
—Pero se te ocurrió intentarlo, de todas formas. Creíste que así me resultaría más difícil decir que no.
Una sonrisa irrefrenable iluminó el rostro delgado de Pedro.
—¡Sabía que querías decir que sí!
Paula abrió los ojos de par en par. No era solo la audacia y la arrogancia de Pedro las que arrancaron una exclamación de indignación de sus labios, sino su sagacidad. Cerró los dedos con fuerza en su pelo hasta que él elevó las manos en señal de rendición.
—¡Serás... manipulador!
—Me conoces tan bien, cariño... —no había risa en sus ojos cuando la miró—. Y me gustaría que me conocieras aún mejor. Quiero que seas capaz de olvidar dónde acaba Paula y dónde empieza Pedro.
El tono erótico de su voz la estremeció.
—Ojalá no tuvieras que pasar aquí la noche... —prosiguió Pedro—. No importa, sé que debes quedarte —la tranquilizó cuando ella abrió la boca para hablar. En aquel momento, un llanto lejano la alertó.
—¡Es Benjamin! —exclamó y se puso en pie—. Tengo que irme.
Durante un instante, Pedro se quedó donde estaba, de rodillas. Resultaba extraño verlo así. Pedro no suplicaba: engatusaba, manipulaba y confundía, pero nunca suplicaba.
—¿Cómo lo sabes? —Pedro frunció el ceño—. ¿Cómo sabes que es Benjamin?
Paula lo miró como si acabara de decir una estupidez.
Distinguiría el llanto de Benjamin entre un millón.
—Lo sé, eso es todo —anunció Paula con impaciencia.
Pedro llegó a la cuna casi al mismo tiempo que la enfermera.
Paula ya estaba tranquilizando al pequeño.
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