martes, 26 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 22




PAULA ESTABA destrozada porque habían discutido antes de que Pedro regresara a la ciudad. Sabía que no era razonable estar enfadada con él porque se hubiese ido en mitad de una riña, pero lo estaba de todas formas.


Para alimentar su rencor, decidió no pensar en que Pedro no había sido el responsable de su propia marcha. Era un privilegio obtener una entrevista con la figura política más eminente del momento, y hasta el momento, el hombre se había negado a hablar con nadie excepto Pedro. Paula ni siquiera podía protestar porque Pedro hubiera dado prioridad a su trabajo. Había sacado tiempo de una agenda muy apretada mientras Benjamin permanecía ingresado y durante su reciente regreso a casa.


Le procuró cierto consuelo pensar que Pedro siempre se mostraba deseoso por complacerla en el aspecto más íntimo de su relación. Sus problemas de comunicación no se extendían al dormitorio, donde sus encuentros eran puro gozo.


La furia inicial que había sentido empezaba a debilitarse con la creciente convicción de que había reaccionado de forma exagerada al descubrir que Pedro había anunciado su inminente enlace en The Times.


La respuesta despreocupada de Pedro cuando ella le había puesto el anuncio delante de las narices había transformado su estupefacción en ira.


—Tenía intención de decírtelo, pero se me pasó —Pedro estaba metiendo sus efectos personales en la bolsa de viaje—. Quizá ahora el viejo nos tome más en serio —añadió. Cerró la cremallera y se echó la bolsa al hombro.


Paula no se había tragado aquella explicación. A Pedro no se le pasaba nada.


—Edgar no será el único que lo verá.


Pedro entornó los ojos con recelo.


—¿Y eso te molesta?


—Lo que me molesta es que la gente esperará que me ruborice como una novia enamorada.


Cuando lo estaba y no podía decírselo, añadió para sus adentros. A veces, sentía deseos de correr ese riesgo, incluso ansiaba hacerlo de una forma casi dolorosa, y si Pedro hubiese dejado entrever en lo más mínimo que esperaba algo más de ella aparte de sexo, quizá se lo hubiera confesado.


—Yo puedo hacer que te ruborices —utilizó el suave ronroneo íntimo que en ella tenía el efecto de un afrodisíaco. 


Sus palabras evocaron las cosas que Pedro le había dicho al hacer el amor aquella mañana, palabras que habían envuelto en llamas todo su cuerpo.


Los músculos de su estómago se contrajeron con violencia. 


Mirarlo a los ojos era como ahogarse... ahogarse de deseo.


—¡Ojalá no tuvieras que irte! —gimió Paula con voz ronca.


—Entonces, vente conmigo —repuso Pedro de inmediato. 


Una hermosa sonrisa iluminó el rostro de Paula, pero se desvaneció con la misma rapidez que había surgido.


—No puedo. No he hecho las maletas, ni las de Benjamin. No es una solución práctica.


Pedro se encogió de hombros, como si no le importara de todas formas.


—¿Pero te parece bien que haya puesto el anuncio?


Ni siquiera le importaba lo bastante para persuadirla.


—Qué más da.


—Esa formalidad no habría sido necesaria si llevaras mi anillo —repuso Pedro en tono burlón, y su mirada se posó en la mano desnuda de Paula. Ella la cerró.


—¡No me vengas con esas otra vez! Ya te dije...


—Que un anillo es un símbolo anticuado de posesión —recitó Pedro en un tono monótono—. Sí, lo has dicho, Paula, en numerosas ocasiones, y si esa fuera tu opinión sincera la respetaría, pero los dos sabemos que no lo es.


—No puedes irte después de decir una cosa así —gritó Paula, que cerró con ademán enérgico la puerta que Pedro acababa de abrir y se recostó en ella.


—Reconócelo, Paula, me tiraste el anillo a la cara porque estás decidida a comportarte como si este matrimonio fuera una farsa. Un anillo, un anuncio oficial, todo eso hace que parezca demasiado auténtico para tu gusto. Cuando el vicario te pregunte si me aceptas, seguramente dirás «tal vez».


La acusación de Pedro se acercaba tanto a la verdad que Paula se puso aún más furiosa.


—Quizá se te haya pasado por alto, pero este matrimonio es una farsa —el tono dulce de Paula encerraba auténtico dolor—. Y, para que lo sepas... —se interrumpió con brusquedad—. ¿Has dicho vicario? Creía que habíamos acordado que el registro civil sería lo más apropiado.


—Yo no he acordado nada —la suave sonrisa de Pedro era una provocación. Abrió la puerta con Paula todavía apoyada en ella y atravesó el umbral con serenidad.


Inmersa en la furia y la frustración, Paula lo siguió por el pasillo a grandes zancadas para no quedarse atrás. No había visto a un hombre más prepotente, envarado y obstinado en la vida.


—No hay duda de que eres hijo de tu padre —le espetó con los ojos clavados en su fornida espalda.


Aquello captó la atención de Pedro. Se detuvo y se dio la vuelta con tanta rapidez que Paula tuvo que hundir los talones en la gastada alfombra que cubría las planchas de roble para no precipitarse contra él.


—¿Se trata de un golpe de efecto o intentas decirme algo?


Pedro tenía unos ojos realmente expresivos... de haber podido, Paula habría rellenado varias hojas con descripciones y alabanzas de aquellos sensacionales iris de terciopelo. Pero en aquellos momentos, no expresaban nada halagador sobre Paula. Una persona menos fuerte, o menos furiosa que Paula, se habría dejado intimidar por el gesto burlón que elevaba la comisura de sus labios y una ceja altiva.


—Estás tan obsesionado por guardar las apariencias como Edgar —replicó. El labio inferior le temblaba por el desagrado y la decepción—. Siempre pensé que eras más franco que él.


Si Paula hubiese creído por un momento que el extravagante plan de Pedro no se basaba únicamente en dar autenticidad a su matrimonio de cara al mundo en general y a su padre en particular, se habría alegrado y se habría sentido feliz de lucir el anillo de compromiso. Caray, se habría conformado con una goma elástica si la razón que Pedro le hubiera dado fuera que la amaba.


Pero no hubo ninguna mención de amor cuando le mostró el anillo. De hecho, su actitud había sido tan despreocupada que resultó casi ofensiva. Paula habría sido feliz aunque se casaran en un desván, y tampoco le habría importado celebrar sus esponsales en una catedral si el hombre al que amaba quería proclamar su amor a los cuatro vientos. Pero saber que Pedro no la quería incrementaba su oposición a sus planes.


—Lamento que mi integridad no satisfaga tus expectativas.


El silencio glacial se prolongó durante varios segundos antes de que Pedro girara sobre sus talones y se fuera. Paula quiso correr tras él, pero no lo hizo.



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