domingo, 24 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 16






—No puede levantarse todavía, señor Alfonso —protestó débilmente una enfermera cuando Pedro se incorporó en la estrecha cama.


—No, no puede —confirmó la otra figura uniformada, más madura y autoritaria, que había acompañado a Paula a la sala de reconocimiento—. No me apetece pasarme la noche rellenando formularios de accidente por triplicado después de que caiga de bruces al suelo —después de una breve pausa, Pedro, que había sentido un vertiginoso mareo al incorporarse, accedió con una sonrisa de pesar—. Muy bien, le traeré un té con galletas y ya verá cómo enseguida se siente bien —dijo la enfermera en tono enérgico, y se alejó con la más joven.


Los dos se miraron. Paula sabía que debía hacer algo, decir algo. No se podía hacer una revelación como la que ella le había hecho a Pedro por teléfono sin dar ninguna explicación.


—Qué coincidencia encontrarte aquí —dijo Pedro con ironía mientras Paula avanzaba torpemente hacia él—. ¿Albergas algún otro secreto en ese pecho encantador? —alzó la mirada del trémulo contorno y vio cómo ella se ruborizaba.


—Siento haberte soltado la bomba de esa manera, pero era urgente.


—¿Cómo está el niño?


Pedro hablaba como si le preocupara... « ¿En qué estoy pensando? Si no le preocupara, no estaría aquí», se regañó.


—Está en el quirófano —explicó con voz ronca—. Es posible que tengan que extirparle el bazo... —se mordió el labio inferior y prosiguió—. Pero se pondrá bien, gracias a ti.


—¿Y los demás?


—Chloe se dio un buen golpe en la cabeza, pero no es más que una contusión. Podrá volver a casa mañana por la mañana. El conductor del camión está todavía bajo los efectos del shock, lo cual no es sorprendente. Debe de ser una pesadilla ver que te fallan los frenos.


—Siéntate —Pedro se puso de costado, levantó la cabeza y dio una palmada al borde de la estrecha cama en la que yacía—. Pareces exhausta.


Quizá fuera el trauma de la última hora, pero la ternura de la voz de Pedro le hizo un nudo en la garganta.


—¿Te han sacado mucho? —contempló con recelo la tirita del brazo mientras se sentaba en la cama.


De hecho, se alegraba de poder sentarse. La cabeza no había dejado de darle vueltas desde que Ian, desolado, la había telefoneado para contarle lo ocurrido. Mientras había tenido algo que hacer, como era llamar a Pedro para que donara sangre, había podido mantenerse a flote. En aquellos momentos, solo cabía esperar, y estaba tan tensa que una palabra afilada bastaría para romperla en dos.


—Me han dejado seco. ¿Estoy pálido e interesante?


En realidad, estaba tan atractivo que el corazón había estado a punto de salírsele del pecho al verlo tendido en la cama.


—Más bien amarillento y enfermizo —Paula se llevó una mano a la mejilla—. Igual que yo. Menos mal que me acordé de que tenías ese grupo sanguíneo tan raro.


—Insólito suena mejor.


—Congelaron un poco de tu sangre por si acaso la necesitaban cuando te operaron de la rodilla hace unos años, ¿verdad?


—Siempre guardan algo en la nevera para mí —confirmó Pedro.


—Cuando me dijeron cuál era el grupo de Benja, enseguida comprendí que debía de ser el mismo...


—Teniendo en cuenta el parentesco —intervino Pedro en voz baja.


—Sabía que te enfadarías conmigo —contempló su rostro con preocupación y descubrió que él estaba observando el de ella con la misma diligencia.


—¿Por no hablar, dicho sea de paso, de que soy el tío de Benjamin? —lo cierto era que Pedro había estado pensando en exigirle una explicación, pero al ver el pequeño rostro pálido y angustiado de Paula su rencor se había esfumado, dejando a su paso un deseo abrumador de abrazarla y borrar las arrugas de preocupación de su frente—. No sé qué me pasa, encanto, pero no estoy enfadado contigo —reconoció con brusquedad—. Sé que estoy furioso con Ale, y tiene suerte de estar muerto —reflexionó, con mirada cargada de desprecio al pensar en su difunto hermano—. Siempre fue un mujeriego, pero no pensé que caería tan bajo... Mea culpa —añadió con ironía mientras Paula apoyaba su frente en la de él.


Con un suspiro, Paula se quitó los zapatos y se tumbó junto a él sobre la cama. Era un alivio que no hubiese puesto en duda su revelación. Pedro podía haberse enfurecido, con razón, si hubiese creído que estaba difamando a un hombre muerto que no podía defenderse. Pero Pedro sabía mejor que nadie que Ale no había sido un tipo agradable. De hecho, lo despreciaba tanto como ella.


El perfume de Paula era mucho más placentero que el olor de antiséptico del hospital. Pedro inspiró hondo. No sabía si a ella le consolaría que le acariciara el pelo, pero a él le agradaba hacerlo.


—Debe de haber una norma que prohíba que estemos así.


—Teniendo en cuenta las listas de espera de la Seguridad Social, compartir cama podría ser la solución del mañana.


Paula sonrió débilmente y frotó con la mejilla la mano que Pedro había levantado para acariciarle el pelo.


—Me quedaré aquí tumbada un momento. No puedo hacer nada hasta que no me digan si...


—Por supuesto que te lo dirán —la tranquilizó Pedro.


—No debería haberlo perdido de vista —dijo Paula con la voz amortiguada por el hombro de Pedro.


Pedro le puso la mano en la nuca e inspiró hondo. ¿Cómo se podía consolar a una persona que parecía inconsolable?


—Supongo que todos los padres piensan lo mismo cuando le pasa algo a su hijo... Y no empieces con eso de que solo eres un familiar —le advirtió con ternura—. A todo esto, ¿se puede saber qué vio Chloe en Ale? Qué pregunta más tonta. Lo mismo que las demás, supongo.


—Ella era muy joven, y no puedes negar que Ale era muy, muy atractivo.


—¡Dios mío! ¿Tú también?


Paula siempre había despreciado al hijo mayor de los Alfonso por intentar humillar a su hermano pequeño siempre que se presentaba la ocasión, incluso cuando Pedro era bastante reservado. Debía de enfurecer a Ale que Pedro supiera sobreponerse a sus maliciosas burlas, aunque también lo volvía mas perverso. Algunas personas veían el encanto de Ale cuando lo conocían; Paula solo había visto aquella vena de perversidad.


—Me parecía un hombre despreciable —respondió con indignación, al tiempo que levantaba la cabeza—. Pero tú también tienes parte de culpa en todo esto.


—¿Yo?


—Bueno, Chloe solo se fijó en Ale cuando vio que tú no colaborabas. Y no me digas que no sabías que se había encaprichado contigo.


—Lo sabía —reconoció Pedro, y se incomodó al recordar algunos de los intentos de Chloe por llamar su atención—. Y antes preferiría... Bueno, me limitaré a decir que no es mi tipo.


Paula no podía dejar pasar aquella afirmación sin comentarla.


—A mí me parece que era exactamente tu tipo: alta, rubia y de piernas largas —de repente, lamentaba terriblemente carecer de esos atributos.


—Cualquiera diría que has hecho un análisis profundo del tema —dijo Pedro, que tomó la barbilla de Paula entre los dedos para girar su cabeza hacia él.


Paula no quería profundizar en aquel asunto, así que apartó la cabeza.


—La verdad es que estoy casi convencida de que Chloe imaginaba que Ale dejaría a Anabel y se casaría con ella —le explicó en tono lúgubre.


—Al menos, su muerte le ahorró una desagradable sorpresa —dijo Pedro con voz rasposa. Frunció el ceño con perplejidad—. Conociendo la pasión que siente Chloe por el materialismo, me sorprende que no haya exprimido a mi abuelo hasta el último penique.


—Chloe no es tan avariciosa —protestó Paula.


—Si tú lo dices...


—En realidad —confesó Paula con incomodidad—, cree que lo está exprimiendo. Bueno, no exactamente —se incorporó sobre el codo y se recogió un mechón detrás de las orejas—. Recibe una suma anual del capital que ella cree que tu abuelo le ha asignado.


—Y el viejo no le asignó nada.


—Mi abuela nunca tocó el dinero que mis padres dejaron para mis estudios, y a pesar de los impuestos, ahorré bastante dinero cuando trabajaba...


—No me extraña que estés tan escasa de medios. ¿Por qué diablos hiciste eso, Paula?


—Eso mismo me pregunto yo. Déjenos, joven —ni Pedro ni Paula habían reparado en las dos personas que habían entrado en la sala de examen. La joven enfermera, más abrumada aún por la generación anterior de Alfonso que por la última, salió corriendo como un conejillo asustado. Edgar clavó su penetrante mirada en Paula—. Pensaba que usted era la madre...


—No, yo no... Chloe.


—Paula pensaba que Ale era un canalla —explicó Pedro sucintamente, acudiendo en ayuda de Paula—. Será mejor que te des prisa, abuelo —esa pobre chica debe de haber ido por refuerzos —predijo a continuación, y señaló con la cabeza el lugar por donde había desaparecido la enfermera en prácticas. Paula se maravilló que estuviera tan sereno—. O puede que haya ido a traer el té que me prometieron. ¿Quieres que pida otra taza, abuelo?


—Ahórrate tu ingenio mordaz y no te levantes por mí —repuso Edgar en tono irónico mientras Paula, consciente de lo que debía parecer, tumbada sobre la cama con Pedro, intentó levantarse. Un brazo fuerte y resuelto se lo impidió.


—No nos levantaremos —prometió Pedro, que miraba a su abuelo con ojos fríos y sarcásticos.


—¿Y bien, chica?


—No es una chica, es una mujer... mi mujer —Pedro lo dijo como si eso lo cambiara todo... y por supuesto que lo hacía, al menos para Paula... si lo hubiera dicho en serio





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