Pedro nunca había estado más nervioso en toda su vida. Ni siquiera cuando cantaba en grandes estadios. Iba a hacer la cosa más arriesgada que había hecho nunca. Había llegado el momento de abrirse de nuevo a la vida y decirle a Paula lo que sentía por ella.
Estaba en juego su futuro con ella. Y con Joaquin. No debía preocuparle la reacción del público y los posibles abucheos. La prensa sensacionalista y algunos medios de comunicación se habían encargado de enrarecer el ambiente y no sabía el apoyo que podría recibir de sus fans. Pero tenía que olvidarse de todo eso. Estaba allí, no solo para abrirle el corazón a Paula, sino para hacer una declaración pública de que estaban juntos.
Al menos eso era lo que esperaba que ella pensase también.
Respiró hondo para armarse de valor, se echó la guitarra al hombro y se dirigió al centro del escenario, esperando que subiese el telón.
Cuando el telón subió y las luces le enfocaron, se hizo un profundo silencio al reconocerle algunas personas.
—¡Es Pedro Alfonso! —gritó un hombre de entre el público.
La gente comenzó a aplaudir y en unos segundos todo el público, puesto en pie, se puso a aclamar a su ídolo de forma enfervorizada. Pedro, emocionado, supo en seguida que, esa noche, la música le iba a salir del corazón.
Pese al clamor de los asistentes, él solo tenía ojos para la mujer que estaba justo enfrente de él. Paula se había puesto también de pie y aplaudía con mucho entusiasmo.
Pedro levantó las manos pidiendo silencio, pero solo logró que la gente aplaudiera aún con más fuerza. Tomó entonces el micrófono y se acercó al borde mismo del escenario.
Volvió a levantar la mano pidiendo calma.
—Gracias, muchas gracias. No saben lo que esto significa para mí.
El público se sentó y guardó silencio al escuchar su voz.
Estaba expectante.
—Tengo que decirles, antes que nada, que quizá les defraude si les digo que no he venido aquí a dar un concierto.
Se escucharon algunos murmullos.
—Canta Movin’On —dijo alguien.
Pedro miró a Paula y ella le devolvió la mirada.
—He venido aquí a cantar solo para una persona que está sentada en el centro de la primera fila. No voy a usar micrófono, porque esta canción es solo para ella. Espero que al oírla sienta lo mismo que yo sentí cuando la escribí.
Dejó el micrófono y bajó del escenario con la guitarra en la mano. Se acercó a Paula que había vuelto a sentarse como todos los demás. Pedro tenía la boca seca y un nudo en la garganta, pero respiró hondo y arrancó un par de acordes a la guitarra, consciente de lo que esa noche significaba para él. Los versos, que parecían haberse quedado encerrados esas últimas semanas dentro de su corazón, comenzaron a fluir de sus labios.
Estoy cantando para ti, solo para ti.
He estado pensando en ti, solo en ti.
Lamento todo lo que no te dije y lo que hice mal. Siento haber estado ciego, pensando que era un tipo duro.
Temías darme tu corazón por si no te comprendía. Necesitabas saber que te amaba.
Hoy me acerco a ti, esperando que sientas el amor en mi canción.
Porque quiero estar siempre contigo.
Y cantar para ti el resto de mi vida, si aceptas ser mi esposa.
Estoy cantando solo para ti porque quiero que seas mi esposa.
Paula trató de contener las lágrimas, pero no puedo evitar que un par de ellas rodaran por sus mejillas.
Pedro quiso asegurarse de que había comprendido la letra de su canción.
—El título de la canción es Cantando solo para ti. Es justo lo que he hecho esta noche. La he cantado de esta forma para estar seguro de que entendieras todo lo que quería decirte.
Pedro dejó la guitarra a Daniel y miró a Erika que estaba en el asiento del pasillo central. Joaquin estaba sentado a su lado y llevaba el sombrero de cowboy que él le había regalado.
Pedro se puso delante de Paula. Hincó una rodilla en el suelo, como los antiguos caballeros medievales, y tomó sus manos entre las suyas.
—Paula Chaves, ¿quieres casarte conmigo? En estas últimas semanas, he comprendido lo importante que eres para mí. ¿Quieres casarte conmigo y compartir tu vida con la mía sin importarte donde estemos?
Paula rompió ahora a llorar abiertamente. Pero de alegría y felicidad. Y él pudo ver tras aquellas lágrimas, que ella lo amaba tanto como él a ella.
—Sí, me casaré contigo —respondió ella—. Joaquin y yo iremos donde tú vayas. Viviremos siempre juntos allí donde tengas que estar.
Pedro sacó entonces del bolsillo de la camisa un anillo con un gran brillante en forma de corazón y se lo puso en el dedo. La luz de los focos se descompuso en un bello arcoíris al incidir sobre sus aristas, mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos.
Todo el público se había puesto de pie nuevamente, tratando de ver o escuchar lo que pasaba entre la pareja.
Pero Pedro era ajeno a todo, porque estaba muy ocupado besando a Paula.
—Te amo, Paula —dijo él cuando dejaron de besarse, entre los aplausos de la gente.
—Yo también te amo, Pedro Alfonso. Te amo como hombre y como cantante.
Él volvió a besarla, sin saber lo que podría depararles el destino, pero deseando estar junto a ella fuera lo que fuese.
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