sábado, 12 de agosto de 2017
UNA CANCION: CAPITULO 30
Paula vio cómo Pedro atizaba el fuego de la chimenea del cuarto de estar.
Otro fuego muy distinto había ardido entre ellos durante toda la noche. Después de cenar, habían estado bailando al compás de una música lenta en el restaurante de DJ.
Pedro la había besado con la misma pasión que si pensase que aquel fuera el último día de sus vidas, y ella se había agarrado a él como queriendo no desperdiciar ningún minuto de la noche, por si tal vez no hubiera otra.
Sin embargo, ella tenía algunas cosas que decirle. Desde que habían entrado en el asador de DJ, se había sentido culpable por guardar el secreto de Woody. Y, después de conocer a Allaire, se había sentido aún peor.
Pero, antes que nada, tenía que hablarle a Pedro sobre su música y su inspiración.
Él se había quitado la chaqueta y el sombrero Stetson. Con la camisa blanca, sus hombros parecían aún más anchos. Tenía un aspecto realmente sexy con las botas, los vaqueros negros y la corbata de lazo negra con el broche de herradura.
Tras avivar el fuego una vez más, Pedro dejó el atizador junto a la chimenea y se sentó con ella. Pero en el otro extremo del sofá. Si iban a hablar, mejor estar un poco separados para que no le entrase la tentación de…
—Bueno, vamos a ver qué era eso tan importante que tenías que decirme.
—Jeff Nolan vino a verme la semana pasada —anunció ella sin más preámbulos.
—¿Lo dices en serio? —exclamó él con el ceño fruncido.
—Sí. Y parecía muy preocupado por ti.
—Conozco muy bien sus preocupaciones. Estuvo también aquí. Pero, ¿cómo pudo localizarte?
—Creo que vio mi número de teléfono en tu frigorífico y debió conseguir mi dirección.
—Siento que ese hombre haya ido a molestarte a tu casa.
—No fue una molestia, Pedro. Al principio.
—¿Qué pasó? ¿Te insultó? No me extraña, sé lo brusco que puede llegar a ser algunas veces.
—No, no me insultó. Solo quería que te convenciera de que volvieras a tocar de nuevo.
Se hizo un silencio largo y tenso. Tanto que se oyó el viento azotando un costado de la casa y luego el fuego, crepitando en la chimenea, devorando la leña.
—Está bien. Le llamaré mañana y lo aclararé todo con él —dijo Pedro, quitándose la corbata texana y desabrochándose los botones de arriba de la camisa—. Bueno, una vez resuelto todo, creo que podemos pasar ya a la parte más interesante de la noche.
—Antes tenemos que hablar un poco más de eso —dijo ella, poniéndole una mano en el pecho—. Necesitas una válvula de escape a tus emociones. Tú mismo me dijiste que la música country es algo que se lleva en el alma y el corazón y que se vierte luego en un papel para convertirlo en una canción. Así lo has venido haciendo durante años. Ahora, de repente, estás bloqueado. Si tomases la guitarra y tocases algo, tal vez…
—¿Crees acaso que no lo he intentado? —exclamó él muy airado—. Después de la visita de Jeff, tomé la guitarra. Conseguí sacar un par de acordes, pero no había nada detrás de ellos.
—Te equivocas, Pedro, creo que podrías sacar muchas cosas.
—Y, ¿qué quieres que haga? ¿Cambiar la guitarra por un violín? ¿Escribir en un periódico? ¿Quemar todas las revistas sensacionalistas? ¿O, tal vez, dedicarme al golf?
—Yo no soy tu enemigo, Pedro. Como tampoco lo es tu manager. El señor Nolan pensó que yo podría convencerte para que volvieras a cantar. Sé que no te gusta que se metan en tu vida, pero creo que serías más feliz si pudieras reencontrarte de nuevo con tu música.
La expresión de Pedro pareció suavizarse. Se acercó más a ella y la rodeó con sus brazos.
—Tú eres la que me haces feliz. Me has dicho que necesito una válvula de escape para dar salida a los sentimientos que llevo dentro. Pues bien, ya he encontrado una.
Paula comprendió que Pedro había estado reprimiendo
sus deseos toda la tarde, pero que ahora parecía dispuesto a satisfacerlos. Tal vez la única manera de ayudarle fuera desnudarse física y emocionalmente ante él. Y volverse más
vulnerable. Tal vez así, él se volviera también más vulnerable y pudiera abrirle el corazón.
Pedro le pasó las manos por detrás del cuello y comenzó a bajarle suavemente la cremallera del vestido.
—No sé si ya lo he hablado todo —dijo ella, conteniendo la respiración.
—Esto del diálogo es algo que está muy sobrevalorado —replicó él, mientras la besaba en la comisura de los labios, luego en el cuello y luego un poco más abajo.
—¿Estás tratando de encontrar los lugares donde me he puesto perfume? — preguntó ella bromeando, pero con voz temblorosa.
—Me dirijo ahora a uno de ellos —respondió él con una voz apagada, llena de deseo.
Una vez bajada hasta abajo la cremallera, Pedro la ayudó a quitarse el vestido
—¿Qué te parece si hacemos el amor junto al fuego? Esta vez no necesito ir a la habitación. Llevo un preservativo en el bolsillo.
—¿Solo uno? —dijo ella, echándose a reír.
Pedro se echó un poco hacia atrás y la miró fijamente a los ojos.
—No vamos a necesitar más. Esta vez todo va a ir más despacio. Vas a pedirme a gritos que te lleve hasta el final.
Ella estaba ya temblando, solo de imaginárselo. Pedro la desnudó lentamente entre besos y caricias. Y ella le devolvió cada uno de sus besos y sus caricias. En el suelo, frente al fuego, descubrió la dicha y la felicidad entre sus brazos. Tal como le había prometido, al poco de haberse puesto el preservativo, ya le estaba pidiendo que la llevara a la cima del clímax.
Pero Pedro no parecía tener prisa. Cuando, finalmente, cedió al impulso de satisfacer los deseos de ambos, ella gritó su nombre. Embriagada de gozo y del amor que sentía por él, trató de no pensar en el mañana. Pedro no había hablado nada de compromisos ni de futuro.
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