miércoles, 2 de agosto de 2017

BUENOS VECINOS: CAPITULO 15




Cuando Pau entró en la cocina, Angela Beck estaba sentada a la mesa con una taza de café mientras Pedro cortaba unas rebanadas de pan de plátano. Suspiró, agradecida de que hubiera podido recobrarse con tanta celeridad y, así, darle tiempo a ella de hacerlo.


—¡Paula! —Angela giró en su silla cuando la otra mujer avanzó—. Me alegro de que esté aquí. Pasé para comprobar cómo se encontraba Daniela, desde luego, y ofrecerle a Pedro información de cómo marchaba la situación.


Pau miró a Pedro y esperó no contradecir ninguna explicación que hubiera podido dar.


—Daniela está muy bien. Realmente es un bebé muy bueno.


—Sí, la vi durmiendo en su corralito.


—La pusimos allí para jugar y se quedó dormida —al menos ése era un tema seguro.


La conversación transcurrió sin problemas unos minutos mientras bebían café, comían unos dulces y hablaban de la pequeña. Sin embargo, la expresión de Angela se tornó seria cuando comenzó a hablarles de Barbara.


—La buena noticia es que realiza excelentes progresos. Sus médicos se sienten muy complacidos, como no me cabe duda de que ya sabe.


Pedro asintió. Pau sabía que hacía unos días había hablado con el médico de su hermana y eso lo había animado.


—Queremos devolver a Daniela con su madre en cuanto sea posible. Necesita pasar tiempo con su bebé para desarrollar ese importante vínculo. Desde nuestro punto de vista, debemos asegurarnos de que el bebé se encuentra a salvo, seguro y en un entorno de amor.


—¿Y qué significa todo esto? —preguntó Paula, sintiendo de pronto seco el pan de plátano que estaba masticando. 


Existía la posibilidad de que Barbara saliera pronto del hospital y ella ya no tuviera motivo alguno para quedarse.


—Significa que la situación de usted aquí con un poco de suerte va a resolverse muy pronto. También que Barbara va a requerir mucho apoyo. Debido al hecho de ir al hospital por voluntad propia, recibirá toda la ayuda que necesita. Su médico supervisará el estado de su salud, al igual que los servicios infantiles y de familia. La verdad es que buscar ayuda fue lo mejor que pudo hacer. Dispondrá de acceso a muchos recursos que la ayudarán a pasar por todo esto, incluidos grupos de apoyo.


—Y la familia —repuso Pedro, juntando las manos sobre la mesa—. Soy su hermano. Yo también estaré allí para ella.
Angela sonrió.


—Aunque no hace mucho que sabe que tiene una hermana.


La sonrisa de él fue lóbrega.


—Desde luego, no lo he reconocido. Pero soy su hermano y pretendo ayudar —relajó un poco los labios—. Además, me he unido mucho a mi sobrina. Espero ver bastante a Barbara y Daniela.


—Ésas son buenas noticias, Pedro —Angela retiró su silla y se puso de pie—. He de irme. Gracias por el café y el bollo.


—¿Sabe cuánto tiempo estará Barbara en el hospital? —Pedro recogió el abrigo de ella y la siguió hasta la puerta mientras Pau se rezagaba en el umbral de la cocina.


—Tengo entendido que los médicos la evalúan a diario. No dispongo de una fecha específica, pero creo que será pronto —sonrió mientras se abotonaba el abrigo—. Su vida volverá a la normalidad antes de que se dé cuenta, Pedro —miró por encima del hombro a Pau—. Y también la suya, Paula.


Pedro la acompañó al coche mientras Pau regresaba a la cocina a ordenar lo que acababan de ensuciar. ¿Vuelta a la normalidad? La idea no le resultó tan maravillosa como podría haber sido una semana atrás. Se preguntó si quería dicha normalidad. Estar de regreso en la casa de los Cameron, buscar un trabajo y un lugar para vivir, de vuelta en un mundo sin Pedro.


Ya conocía la respuesta. Un mundo sin Pedro era gris en vez de lleno de vibrantes colores. ¿Era tan erróneo esperar que lo sucedido ese día significara algo más? A pesar de que echaría de menos a Daniela, ¿que dejaran de tener que cuidar a la niña no significaría que también podrían dejar de fingir?


Pedro regresó y cerró la puerta.


—Ha estado cerca.


Ella dejó el azucarero y fue al arco que separaba el salón de la cocina.


—Lo siento —sintió que necesitaba ofrecer una disculpa. 


Debería haber pensado más y sentido menos.


—No lo sientas. Yo no debería haberme aprovechado.


La cabeza le dio vueltas.


—¿Aprovechado?


Él apretó la mandíbula.


—Estabas vulnerable esta mañana. No fue justo por mi parte… —tragó saliva—. Besarte.


Ella quiso decirle: «Tal vez deseaba que lo hicieras». Pero las palabras no pudieron salir de su boca. Porque no se lo veía consternado. Si la hubiera mirado con cierta añoranza, con algún indicio de que le costaba contenerse, tal vez habría insistido. Pero tenía la espalda recta y la expresión velada, cuando antes había sido transparente.


—No le des más vueltas a lo de esta mañana —pidió.


—Sólo si tú estás segura, Pau.


—Lo estoy.


—De acuerdo, entonces.


Luchó contra la conmoción que la recorrió cuando él puso fin a la conversación. ¿Ni siquiera iban a hablar de lo sucedido? ¿De lo que había estado a punto de suceder? ¿Tanto lo lamentaba? Ese pensamiento la derrumbó por dentro.


Él se acercó al sofá y recogió el sombrero que había dejado allí antes.


—Iré a trasladar el ganado a un pastizal nuevo —dijo, y sin más, se marchó.






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