miércoles, 2 de agosto de 2017

BUENOS VECINOS: CAPITULO 16





Pau despertó con una sensación incómoda. La luz de la luna entraba por la ventana del dormitorio y reinaba un silencio absoluto. Demasiado. Parpadeando para desterrar el sueño, se levantó de la cama y fue al corralito para mirar a Daniela.


No estaba.


Pero la puerta del dormitorio se hallaba entreabierta y salió descalza, avanzando de puntillas por el pasillo. La manta del sofá se veía apartada y la almohada mostraba el hueco producido por la cabeza de Pedro. A la luz de la luna, los vio.


Daniela se hallaba envuelta en su mantita y cobijada en los brazos de Pedro, quien sólo llevaba puestos una camiseta y unos calzoncillos cortos de color azul marino. Los vaqueros estaban cuidadosamente doblados en el reposabrazos del sofá. Sintió calor en las mejillas al verle los pies descalzos y las piernas largas.


Se dijo que sería un padre maravilloso. En todo momento había antepuesto Daniela a todo lo demás. Tenía tanto que dar. Se preguntó si él lo sabía o si lo que le había contado acerca de su pasado lo mutilaba del mismo modo en que el dolor la había mutilado a ella.


El pie de él dejó de mover la mecedora, abrió los ojos y la miró desde el otro extremo del salón.


Paula se afanó en respirar. En un segundo se vio arrastrada al día anterior por la mañana y a la sensación de verse abrazada y protegida por los brazos de él. Desde entonces se habían mostrado corteses, pero en ese momento, descalza y con sólo un camisón puesto, sintió que la percepción regresaba, más penetrante y poderosa.


—Se despertó —susurró Pedro en la oscuridad, volviendo a mover de forma pausada la mecedora.


Pau avanzó y se sentó en el borde del sofá, apenas a unos centímetros de la rodilla desnuda de él cada vez que la mecedora se proyectaba adelante.


—No la oí —susurró en respuesta.


—Estabas profundamente dormida —respondió Pedro con una leve sonrisa—. No te moviste cuando fui a recogerla.


Pau bajó la vista a sus dedos apoyados en las rodillas. 


¿Pedro había estado en el dormitorio, observándola dormir? 


Era algo intensamente personal y se preguntó qué había pensado al verla en la cama de él.


—¿Qué hora es?


—Casi las cinco.


Santo cielo, se había ido a la cama a las nueve. Por primera vez en semanas había logrado dormir ocho horas.


—Lamento no haberme levantado con ella —vio el biberón vacío en la mesilla de centro. Había permanecido completamente dormida incluso mientras Pedro calentaba el biberón.


—Lo disfruté —repuso él con una sonrisa.


—Deja que la lleve de vuelta a la cama —sugirió ella—. Necesitas descansar. Puedes dormir un par de horas más antes del desayuno.


Los dos se levantaron al mismo tiempo y Pau alargó los brazos para recibir a Daniela. Pero cambiarla de uno a otro resultó raro, en particular porque no querían despertarla. Los brazos de Pedro le rozaron los suyos, firmes y cálidos. Al depositar al bebé en el hueco del brazo de Pau, con los dedos le rozó el pecho.


Los dos se quedaron paralizados.


Pau se mordió el labio al comprender que no llevaba sujetador y una vez más consciente de que lucía un escueto camisón de algodón que finalizaba arriba de las rodillas. Y Pedro… se erguía con mucha rigidez, con cuidado de no tocarla en ninguna parte. Lo tenía tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, la tela suave de su camiseta.


¿Qué sucedería si se acercaba unos centímetros? ¿Si echaba atrás la cabeza en petición de un beso? ¿Aceptaría él la invitación?


Quería contarle lo que sentía, pero primero necesitaba alguna señal, algo que la animara a ver que no se hallaba sola. Y desde el roce fortuito, él no se había acercado más.


De modo que retrocedió y adaptó el peso de Daniela a su brazo.


—Buenas noches —murmuró, dándose cuenta demasiado tarde de lo tonto que sonaba, ya que casi había amanecido. 


Dio la vuelta y se llevó al bebé al dormitorio, sin mirar atrás.


No importaba, ya que tenía grabada en el cerebro la imagen de Pedro allí de pie.



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