martes, 1 de agosto de 2017

BUENOS VECINOS: CAPITULO 12




La asistente social de Didsbury iba a presentarse esa tarde.


Le alegró haber ido de compras aquella mañana. Un mantel nuevo adornaba la mesa de la cocina. Pedro había  terminado su trabajo en el campo y después de comer había arreglado la puerta floja para que cerrara y abriera con facilidad. En ese momento se estaba dando una ducha. 


Daniela estaba bañada, olía maravillosamente y lucía una prenda nueva de dos piezas.


Se tomó un momento para cepillarse el cabello antes de recogérselo a la nuca. La nevera estaba llena y la casa ordenada. Daniela tenía todo lo que necesitaba para varios días ordenado sobre la mesa para cambiarla. Junto con varios atuendos bonitos y cómodos. A pesar de sus resquemores, había disfrutado yendo de compras, porque al fin había sentido que tenía un objetivo. No se había dado cuenta de lo mucho que había extrañado eso hasta que volvieron a necesitarla.


Sin embargo, estaba nerviosa. Tanto por Pedro, quien se jugaba mucho en esa reunión, como por sí misma, ya que sabía que también ella tendría que contestar preguntas. Y sin saber cuáles serían éstas, no podía prever las respuestas. La inquietaba tener que airear todo delante de Pedro. No debería importarle lo que él pensara, pero le importaba la opinión que se hiciera.


Oyó el sonido apagado de los pies enfundados en calcetines por el pasillo y se echó un último vistazo en el espejo. 


Desterró las arrugas de preocupación y se obligó a sonreír. 


Se había puesto unos pantalones azul marino y un suave jersey de color frambuesa. Al volverse, lo vio allí de pie y la sonrisa vaciló en sus labios.


Era tan atractivo, incluso con unos vaqueros impecables y una camisa a rayas blancas y azules, exudaba ese leve toque de peligro rudo, de excitación, que lo volvían fascinante.


—¿Estoy bien?


La preocupación nubló esos ojos enigmáticos y ella apoyó una mano en su brazo.


—Desde luego que estás bien.


—Quizá debería haberme vestido un poco más formal.


Trató de imaginarlo y no terminó de encajar para ella. Lo suyo eran los vaqueros ceñidos y las camisas de algodón que resaltaban sus hombros anchos.


—No lo creo. Ésta es la persona que eres. Y hoy, de todos los días, necesitas ser tú mismo. No puedes fingir ser alguien que no eres.


Finalmente una sonrisa se abrió paso entre sus facciones tensas.


—A ti se te ve estupenda. El rojo resalta el rosado de tus mejillas.


Cuando Pedro sonreía, Pau sentía como si en su interior hubieran encendido una vela. Quizá importaban más porque no tendía a regalar sus sonrisas de forma frívola.


—Te burlas de mí —acusó con suavidad, complacida de que hubiera notado el esfuerzo extra que había dedicado a arreglarse.


Él asintió.


—Se te ve tan nerviosa como me siento yo, incluso te has recogido el cabello —la estudió—. Me gusta. Te hace parecer… sofisticada. Demasiado sofisticada para un rancho destartalado.


Pero también Pau había notado cosas en las últimas semanas, aunque hubiera sido desde la distancia del porche de la casa de los Cameron.


—Este lugar no está destartalado. Ya has realizado muchas mejoras. Todo requiere tiempo y trabajo duro.


—De lo que esperaba hoy, no había contado con tu apoyo. Gracias, Pau.


La sinceridad en su voz hizo que tuviera ganas de abrazarlo, pero no podía. Sí, veía las diferencias y se sentía atraída por él. Pero en cuanto esa «situación» se resolviera, Pedro volvería a ser un ranchero a tiempo completo y ella estaría… no en la casa de los Cameron. Se suponía que era un tiempo para forjar su nueva vida, no para volver a dejarse arrastrar a la de otra persona, como le había sucedido con Eduardo.


—De nada. E intenta no preocuparte demasiado. Daniela debería estar contigo. Eres su tío. Además, tampoco es para siempre.


Dijo las palabras como un recordatorio para ambos. Sería demasiado fácil verse inmersos en la situación y confundirla con la realidad.


Los dos oyeron el coche que subió por el sendero y al unísono giraron las cabezas hacia la puerta.


—Ha llegado la hora de la verdad —murmuró Pedro y frunció el ceño.


Pau se alisó el jersey; no había tiempo de echarle un último vistazo a su maquillaje.


Él abrió la puerta y salió a la terraza. Pau notó que aunque había partes en que la pintura se veía descascarillada, Pedro había reforzado el suelo y los escalones. A veces daba la impresión de que podía hacerlo todo con sus manos y unos pocos suministros.


Una mujer joven, apenas mayor que Pau, bajó del coche. Era alta y de cabello negro, las trenzas rectas recogidas atrás de forma muy elegante. No había nada en ella que fuera ostentoso o excesivo, pero era la clase de mujer ecuánime que siempre conseguía que Paula se sintiera un poco desaliñada. Tuvo ganas de fundirse con la madera.


De hecho, no le pareció una mala idea. Cuanto menos llamara la atención ese día, mejor.


Entró en la casa en el momento en que Pedro la recibía.


—Señorita Beck, soy Pedro Alfonso. Me alegra que haya podido venir hoy.


Pedro abrió la puerta y la sostuvo para que pasara. Ésta lo hizo y miró a su alrededor brevemente antes de comenzar a desabotonarse el abrigo.


—Agradezco su capacidad de adaptación —dijo ella mientras Pedro se adelantaba para quitarle el abrigo de las manos.


Lo puso en un colgador que había detrás de la puerta. Pau lo observaba todo desde el salón, donde en silencio doblaba unas toallas que había quitado de la secadora hacía unos minutos. Cualquier cosa que le mantuviera las manos ocupadas e impidiera que se las retorciera, como tenía ganas de hacer.


—No había razón para demorarlo. Desde luego, usted quiere cerciorarse de que Daniela está bien cuidada. Nosotros buscamos lo mismo, señorita Beck. El mejor cuidado para mi sobrina mientras su madre se recupera.


Eso le ganó una sonrisa de la otra mujer.


—Eso queremos —convino—. Por favor, llámeme Angela. No termino de acostumbrarme a señorita Beck. Me hace sentir como una profesora de instituto.


Pedro le devolvió la sonrisa y Pau contuvo el aliento. Quizá no había nada por lo que sentirse nerviosa. Quizá la asistente social del hospital había sido inusualmente severa.


—Como cualquier agencia gubernamental, hay papeleo que necesita rellenarse y procedimientos que seguir. Pero ¿podría ver primero a Daniela? —de pronto notó a Paula en el salón—. Ah, hola.


Paula tragó saliva y se sintió incluso más baja que su metro sesenta y siete de estatura, intentó erguirse y extendió la mano.


—Hola. Soy Paula Chaves.


—Paula me está ayudando con Daniela —explicó Pedro.


Angela asintió, pero Pau no se sintió más relajada. ¿Qué parecería? ¿Una amiga? ¿Una novia? ¿Cuál prefería? No estaba segura.


—Daniela duerme en este momento, pero podría ir a recogerla. O podría ir usted a observarla. Estoy segura de que se levantará pronto.


—Eso estaría bien.


Pau condujo a la asistente social hasta el dormitorio. Había hecho la cama y junto al corralito y la mesa había añadido unos cojines a la cama de Pedro y un bonito móvil de cachorritos y gatitos de colores vivos al costado del corralito.


Las dos se asomaron. Daniela dormía, tapada hasta los hombros con la manta rosada y con ambas manos a los lados de la cabeza en una clásica postura de bebé. Pau sintió un nudo en el corazón al ver esa carita apacible.


Salieron de puntillas y Angela se volvió hacia Paula.


—Es un bebé hermoso.


—Y bueno, también —Pau asintió—. Tan bueno como cabe esperar de un recién nacido —sonrió. Esa mujer parecía una aliada. Se dijo que todo saldría bien. Tenía que ser así.


Pedro esperaba sentado a la mesa de la cocina, con la vista clavada en las manos. Al verlas entrar, se puso de pie.


—¿Empezamos? —en ese momento Angela Beck se mostró seria; recogió su maletín y extrajo una carpeta—. Primero tenemos que rellenar su solicitud, señor Alfonso.


La cantidad de papeles que depositó sobre la mesa fue abrumadora. Pedro miró a Pau, quien sintió su vacilación.


—¿Realmente es necesario todo esto? Después de todo, será algo tan breve.


—Quizá, pero quizá no. La verdad es que no sabemos cuándo su hermana podrá reanudar el cuidado de Daniela o el tiempo que usted será su tutor ¿Representa ello un problema?


Pedro la miró directamente a los ojos.


—Bajo ningún concepto. Daniela puede quedarse aquí el tiempo que sea necesario. Soy la única familia que tienen y es lo correcto que Daniela se quede conmigo hasta que Barbara se ponga bien.


—Entonces, empecemos.


Paula preparó café mientras Pedro y Angela cumplimentaban la solicitud. Una vez listo, les llevó las tazas a los dos. A pesar de la sonrisa relajada que ofrecía, pudo ver que él estaba tenso como un muelle. Apoyó la mano en su hombro un instante y se lo apretó.


El tiempo fue pasando. Pau dio de desayunar a Daniela cuando la pequeña se levantó, luego le cambió los pañales y después puso una lavadora. Finalmente, Angela Beck ordenó los papeles y los guardó en el maletín.


—El café estaba muy bueno. ¿Por qué no nos tomamos unos momentos y me muestra el rancho, señor Alfonso?


Le ofreció un breve recorrido, perfilando cómo había vivido allí y qué mejoras había realizado ya en la propiedad al igual que las que tenía planeadas hacer.


—Me centré más en el ganado y en el rancho al llegar —explicó de vuelta en la casa—. Pero Daniela cambia las cosas.


—¿Y eso?


Se detuvieron al final del pasillo y Paula dejó de secar una taza mientras aguardaba su respuesta.


—Tener un bebé a tu cuidado modifica tus prioridades, ¿no está de acuerdo?


—Lo estoy.


Pau dejó la taza en el escurridor y se preguntó si Pedro sabía lo peculiar que era. No montaba un escenario para la asistente social como harían algunas personas, respondía con sinceridad y honestidad. Nadie podría cuestionar la dedicación hacia su sobrina.


—Señorita Chaves, ¿verdad?


La mirada astuta de la señorita Beck la inmovilizó.


—Así es —contuvo el impulso de añadir señora por todo lo que la intimidaba, pero no podía ser mucho mayor que ella.


—¿Cuánto tiempo llevan Pedro y usted viviendo juntos, entonces?


Paula sintió que perdía el control debido a la pregunta tan inesperada.


—Viviendo juntos —repitió de forma algo estúpida, luego miró a Pedro en busca de guía.


Angela enarcó una ceja.


—Nuestros requisitos para que sean elegibles estipulan que, si existe una cohabitación, la relación ha de ser estable por el bien del bebé. Exigimos un mínimo de doce meses.


No podía dejar que descartaran a Pedro como tutor temporal sólo por su presencia.


—No vivimos juntos —afirmó.


—¿Oh? —su tono manifestaba que no terminaba de creérselo.


—Paula es la niñera —aportó él. Miró a Pau con expresión lóbrega y movió levemente la cabeza antes de que Angela girara para mirarlo.


—¿Su niñera?


—Por supuesto. Tengo un rancho que llevar y necesitaba ayuda. Paula ha aceptado ayudar durante un tiempo. Es una solución mucho más idónea que una guardería. Yo no puedo estar en la casa todo el rato ni puedo llevarme a Daniela conmigo a los campos ni a los establos.


—Por supuesto.


—De este modo, Daniela no está todos los días al cuidado de alguien diferente. Está aquí, conmigo, y con Paula. ¿No es bueno disfrutar de normalidad? Consideré que una niñera era una opción mucho mejor.


Pau permaneció muda durante toda la conversación. Sabía por qué había dicho eso y era lo más sensato. Pero dolía. Y mucho.


—Un entorno estable decididamente es una de las cosas que buscamos —expuso Angela, indicó la mesa, invitando a Paula a sentarse—. ¿Y el señor Alfonso le paga, señorita Chaves?


Pau tragó saliva pero no alteró sus facciones. Si Pedro podía hacerlo, ella también.


—Sí, estipulamos ese acuerdo.


—Señorita Chaves, ¿de qué conoce al señor Alfonso?


Paula no pudo mirarlo, ya que daría la impresión de que buscaba respuestas.


—Somos vecinos. He vivido en la casa de al lado durante los últimos dos meses, desde que él se trasladó aquí.


Angela ocupó la silla de enfrente.


—¿Y no tienen una relación romántica?


Pau pensó en el beso de la noche anterior y fue como revivirlo. Pero ¿un beso significaba una relación romántica? 


En la superficie, supuso que sí. Pero habían dado marcha atrás y pensado primero en Daniela. Y él acababa de llamarla «niñera» delante de la asistente social. No «una amiga» o incluso una vecina. La niñera. Eso indicaba con claridad dónde estaban los sentimientos de Pedro.


—No, no salimos —al menos eso era verdad.


—¿Y cuánto tiempo lleva usted viviendo en la casa de al lado?


Pau alzó el mentón.


—En este momento cuido la casa de mis amigos. Me despidieron de mi trabajo en Calgary y acepté la oferta de quedarme en su casa mientras actualizo mis conocimientos con algunos cursos y busco trabajo.


Esperó que no sonara demasiado patético y que no la juzgaran por haber sido víctima de unos recortes presupuestarios.


—¿Y está soltera?


—Divorciada hace poco.


Pudo sentir la mirada de Pedro y se negó a imitarlo. Supo que, de hacerlo, se ruborizaría y eso traicionaría lo que acababa de exponer.


—¿Hijos?


—No —mantuvo la mirada de Beck.


—Entonces, ¿qué considera que la cualifica para el puesto?


Y entonces no pudo evitarlo, sus ojos fueron al encuentro de los de él. Mostraba una expresión inescrutable, pero vio que suavizaba la expresión. Los dos pensaban en el bebé que había perdido. Y supo que Pedro no diría una palabra. Que su secreto estaba a salvo con él.


El apoyo silencioso la ayudó a mirar a Angela con serenidad y a sonreírle.


—Estoy disponible —comenzó—, y más que eso, tengo amor para dar. Las necesidades de un bebé son sencillas… comida, dormir y que le cambien los pañales. Cualquiera puede aportarlo. Lo que Daniela necesita es amor, atención y seguridad. Yo puedo ayudar a Pedro a darle todo eso. 
Conmigo aquí, Daniela tiene garantizada una atención completa de al menos uno de los dos en todo momento. 
Recibirá consistencia —al terminar, a su espalda se oyó un grito leve—. Hablando de lo cual —se afanó en sonreír mientras mantenía a raya sus emociones—. Creo que alguien me necesita. Si me disculpa.


—Por supuesto. Es el momento perfecto para que inicie la entrevista con el señor Alfonso.


Daniela se chupaba los dedos, por lo que Pau calentó un biberón y lo llevó a la habitación.


—Te dejaré intimidad —le susurró a Pedro al pasar a su lado—. Estaremos en el dormitorio si me necesitáis —la expresión suave había desaparecido, sustituida por algo duro y desconfiado. Comprendió que tenía mucho miedo—. Todo irá bien —lo reafirmó en voz baja.


Pero una vez en el dormitorio, sentada y alimentando a Daniela, pensó que aún seguía en el exterior mirando desde un cristal polvoriento. Eso no tenía nada que ver con ella. 


Era sobre Pedro, Daniela y proteger a su familia. La explicación que había dado de que sólo era la «niñera» le había demostrado que haría lo que fuera necesario con el fin de retener al bebé con él.


Sin embargo, quedaba claro que no formaba parte de la prioridad de Pedro, a pesar de las escenas bonitas que habían tenido juntos. En todo caso, los últimos días le habían revelado que había hecho lo correcto al disolver su matrimonio con Eduardo. Porque aunque ése no fuera su lugar, empezaba a entender lo que quería. Y no tenía nada que ver con una casa elegante, un coche caro y los complementos apropiados.


No pensaba conformarse con nada que no fuera todo. Nunca más.






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