martes, 13 de junio de 2017

ROJO: CAPITULO 9





Pedro sopló suavemente sobre su pelvis y se quedó hipnotizado al ver que se estremeció, Sin soltar sus manos, inclinó la cabeza para pasar la lengua por sus costados, rozando sus pechos, y soplando nuevamente después.


Paula se movió, inquieta, levantando los pechos hacia él de manera instintiva, sus pezones como dos cumbres rosadas.


Pedro pasó la lengua por cada uno y sopló de nuevo, haciendo que se endurecieran más.


Ella dejó escapar un gemido, el sonido haciendo que Pedro se excitase como nunca. Pero no quería perder el control, quería que Paula lo perdiese antes. Le había tendido una emboscada en la ducha, aunque no pensaba quejarse, pero no era así como había planeado él la noche.


Y ahora la tenía a su merced, esperando caricias.


La sintió temblar cuando volvió a inclinar la cabeza para rozar sus pezones con la lengua. Tenía unos pechos preciosos, llenos y firmes, pálidos. Le gustaría verla bañándose desnuda, ver su esbelta figura tirada sobre una hamaca y ponerle crema solar por todas partes... poniendo
especial atención a esas zonas de su cuerpo que estaban más pálidas.


Si no tuvieran que llevar a sus invitados de vuelta a Auckland al día siguiente eso era exactamente lo que haría. Mientras tanto, tendría que contentarse con aquello.


Cada gemido de Paula lo excitaba más y se tomó su tiempo besando su abdomen y sus costados hasta llegar al ombligo.


Se alegraba mucho de que no fuera una de esas chicas tan delgadas, toda huesos y piel. No, Paula tenía un cuerpo voluptuoso, de piernas largas, hechas para enredarse en su cintura...


Pero, se recordó a sí mismo, no era el momento. Eso llegaría después.


Por ahora, se concentraría en darle el mismo placer que ella le había dado


Sonriendo, Pedro sopló suavemente sobre los recortados rizos entre sus piernas y fue recompensado con un gemido bajo y gutural.


Entonces bajó un poco la cabeza y empezó a rozarla con la lengua, abriéndola, acariciándola cada vez más profundamente. Paula se arqueó hacia su boca, levantando las caderas en un movimiento que él sabía instintivo.


Era exquisita, el calor de su cuerpo y su respuesta casi haciéndole perder la razón. Pero Pedro hizo un esfuerzo por controlarse, por llevar la iniciativa y dominar el deseo de terminar con los juegos eróticos e ir directamente al momento en el que se darían placer el uno al otro. De alguna forma, logró hacerla, concentrarse en Paula, sólo en Paula.


Trazó con la lengua monte de Venus, moviéndose cada vez más cerca del capullo escondido entre los rizos, que sabía que la haría perder el control. Sus labios se acercaban objetivo, su lengua acariciando con firmes movimientos...


El ritmo de su respiración había cambiado; la temperatura de su cuerpo la de un volcán. Y si había pensado que antes estaba tensa, no era comparado con aquello.


Pedro volvió a acariciarla con la lengua, más firmeza esta vez, hasta que ella dejó escapar un grito y se dejó ir, su cuerpo estremeciéndose con el poder del orgasmo, sus muslos temblando debido a las olas de placer la recorrían.


Pedro soltó sus manos y se tumbó a su lado, acariciándola
lánguidamente, notando cómo los músculos que estaban tan tensos unos segundos antes estaban ahora saciados, relajados.


Normalmente de color esmeralda, sus eran ahora más oscuros; las pupilas dilatadas como ventanas que le daban acceso a sus pensamientos.


Pedro trazó la forma de una ceja con el dedo, sorprendido y encantado cuando giró la cabeza para darle un beso en la palma de la mano. El roce de sus labios lo excitó de tal manera que rodó para buscarla, besándola apasionadamente.


‐Espera un momento...


Se apartó para sacar un preservativo del cajón de la mesilla, pero le temblaban las manos mientras abría el paquetito, distraído por Paula, que acariciaba sensualmente su espalda.


Después de tumbarse sobre ella, separó sus piernas con una rodilla y se colocó en el centro. Su calor lo envolvía, llamándolo. Sin dejar de mirada a los ojos, Pedro guió su miembro hacia el centro, introduciendo la punta. Las pupilas de Paula se dilataron aún más mientras intentaba acomodarlo.


Pedro se apartó un poco, manteniendo una tenue conexión antes de deslizarse dentro de ella, más profundamente esta vez.


Paula levantó las caderas de nuevo, urgiéndolo, pidiéndole más. Y Pedro obedeció. Se deslizó del todo, disfrutando de la estrechez de su interior, como un guante de seda húmeda... su único objetivo hacer que los dos perdieran la cabeza.


Empezó a moverse, despacio primero, más rápido después, sintiendo que el orgasmo se acercaba cada vez más, el placer tan profundo que casi le dolía.


Paula se movía al mismo ritmo, agarrándose a sus hombros, enredando las piernas en su cintura, levantando las caderas para ponérselo más fácil.


Con las uñas clavadas en su espalda empezó a temblar y, en ese momento, Pedro perdió el control, dejando que las olas de placer se lo llevasen.


Temblando, cayó sobre ella, sus cuerpos cubiertos de sudor. 


Luego rodó de espaldas, llevándola con él, sin separarse un momento como si ninguno de los dos pudiera soportar que un centímetro de su cuerpo no estuviera en contacto con el otro.


Y, poco a poco, el sueño los fue venciendo.


Paula se estiró, aún adormilada. A su lado, Pedro dormía
tranquilamente y ella sonrió, viendo cómo los primeros rayos del sol que entraban por la ventana iluminaban su cuerpo.


Habían hecho el amor varias veces durante la noche, estableciendo nuevos lazos, buscando nuevos niveles de éxtasis. Y también habían hablado un poco. Ella, sobre todo de cómo había sido crecer en casa de su abuelo, sin decirle quién era, él sobre su infancia como hijo único.


Paula se preguntaba cómo habría sido crecer siendo el único hijo de unos padres conocidos y millonarios, si eso habría hecho que quisiera ser el mejor, el más competitivo de todos.


Pedro se movió entonces, alargando un brazo hacia ella antes de quedarse dormido de nuevo.


Era lunes, el día que debían volver a casa. Le gustaría alargar el momento un poco más, pero tenían que salir temprano porque tardarían más de tres horas en llegar a Auckland y luego debían llevar al aeropuerto a sus invitados.


La vida real se entrometería en su idilio como solía ocurrir siempre, tuvo que aceptar a regañadientes, preguntándose qué más se entrometería con su felicidad cuando llegasen a casa.


No había dicho una palabra sobre la deuda de su abuelo porque era el secreto de Hugo. Además, eso era lo que los había unido, lo que había hecho que aceptase una enorme cantidad de dinero por lo que había sido en realidad un fin de semana de vacaciones. Unas vacaciones que, de repente, se habían convertido en otra cosa.


No podía dejar de pensar que Pedro había esperado que fuera su «acompañante» ese fin de semana. De hecho, había esperado que compartiese el dormitorio con él desde el primer día.


Pero lo que había habido entre ellos esa noche era mucho más que una relación sexual. Al menos, lo había sido para ella. Paula no era una niña tímida, pero tampoco había experimentado nunca una pasión así con otro hombre.


Sentía un lazo con Pedro, una conexión de sus espíritus que no había encontrado en nadie.


Mientras se daban placer el uno al otro, bajo la luz de la luna que entraba por la ventana había encontrado una conexión con él que más allá de lo físico.


Ya no podía aceptar su dinero, pensó. Por mucho que su abuelo le debiera a Lee Ling o lo cerca que estuviera de pagar la deuda. Las cosas habían cambiado entre Pedro y ella.


¿Dónde iría aquello a partir de aquel momento?, se preguntó. No podían volver, simple relación de jefe y secretaria.


Paula apoyó la cabeza en su pecho e hizo un esfuerzo para dejar de pensar tanto. No quería que nada estropease aquel momento.


La exclamación de Pedro despertó a Paula abruptamente.


‐¿Qué ocurre?


‐Nos hemos dormido. Tenemos que reunirnos con los demás en diez minutos...


Pedro se levantó de la cama a toda prisa para dirigirse al vestidor, donde Paula lo moviendo perchas de un lado a otro.


–Voy a mi habitación ‐dijo ella, levantándose.


‐No, espera ‐Pedro salió del vestidor con su ropa en una mano y, tirando de ella con la mano libre, inclinó la cabeza para buscar sus labios con un beso tan posesivo que casi la mareó.


‐Buenos días.


Paula tuvo que sonreír.


‐Buenos días a ti también.


‐Ojalá tuviésemos más tiempo ‐suspiró Pedro.


‐Lo mismo digo ‐respondió ella, poniéndose de puntillas para darle un beso en la mejilla‐. Tal vez más tarde.


‐Sí, más tarde.


Y luego le dio un juguetón azote en el trasero mientras iba hacia la puerta.


Paula se duchó a toda prisa, haciendo una mueca al pasar la esponja entre sus piernas. Se sentía como una mujer que hubiera sido amada y hubiese amado a cambio. Se estremecía al recordar lo que había pasado aquella noche... pero tenía que dejar de pensar en ello.


Especialmente después de haber decidido que no podía aceptar su dinero.


Cuando salió de la ducha sonrió al ver unas marcas rojas en su cuello... la marca de los labios de Pedro. Pero consiguió secarse y vestirse a tiempo para encontrarse con los demás en el comedor.


Pedro ya estaba allí, comprobando el desayuno que el servicio había preparado unos minutos antes, y su corazón dio un vuelco al verlo.


Vestido de negro tenía una figura imponente, pero el fuego azul de sus ojos le dijo que seguía ardiendo por ella a pesar de su distante expresión.


‐¿Lista para volver a casa?


‐Ojalá no tuviéramos que hacerlo. 


Pedro dio un paso adelante. Bajo el fino algodón de la camiseta rosa podía ver la marca de sus pezones y tuvo que hacer un esfuerzo para no alargar la mano...


Paula tenía unos pechos asombrosamente sensibles y, por la noche, él había sabido como darle placer.


Y, por el suspiro de Paula, ella debía pensando lo mismo.


Como sin darse cuenta, estaba pasando la lengua por sus labios, sus mejillas ardiendo, llamándolo con los ojos...


Pero unos pasos en el porche le recordaron que no estaban solos y Pedro hizo un esfuerzo para controlar su libido mientras recibía clientes.


Y, mientras se sentaban a desayunar, se permitió a sí mismo una sonrisa de satisfacción. Lo supiera ella o no, tenía a Paula Chaves exactamente donde quería tenerla.


Y, siendo su amante, haría lo que tuviera que hacer para que no pudiera sentirse tentada de vender los secretos de la empresa Alfonso a algún competidor. Sería caro, pero merecería la pena. A cualquier precio.



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